A través de mi amigo dramaturgo, Richard Torres, me entero del asesinato a mansalva de nuestra lideresa, maestra y compañera Ana Olivia Arévalo, la que protegía los árboles, la que con sus lágrimas nos enseñaba que las lluvias y los ríos son uno solo, la que con su canto nos ayudó a dormir y guardar la serenidad cuando las cosas se ponían mal, la que nos decía que el ayahuasca es la puerta hacia nuestros antepasados y que hay que perdonar a los que nos hacen daño y hay que proteger la vida sea como sea.
Hoy un hombre, con características de extranjero, le descerrajó cinco balazos y acabó con su vida de servicio. Muchos empresarios madereros ya habían pedido su cabeza, muchos traficantes de tierra ya se la tenían jurada, muchos explotadores y manipuladores de plantas oriundas ya la tenían amenazada. Y hoy, nuestra maestra Olivia, que nunca levantó su mano a nadie sino era para acariciarte el rostro o para darte un abrazo, fue acribillada solo por soñar que los árboles son hombres y que los animales del bosque son nuestros hermanos menores a los que hay que proteger.
Todos sabían a lo que nuestra maestra Olivia se enfrentaba y el estado no hizo nada por defenderla, por protegerla, por ayudarla en su lucha. Y simplemente la dejaron morir. ¡Carajo! Qué les pasa señores burócratas, señores políticos, partidos políticos, señores policías, señores militares. ¿Qué les pasa? ¿Qué es lo que quieren?, ¿plata?, ¿poder?, ¿estatus? Pobres miserables, pobres de espíritu, pobres diablos.
Hoy mataron a nuestra maestra Olivia, la que nos cantaba al oído, la que tocaba su vieja armónica, la que fumaba mapachos para espantar al mal, la que nos enseñaba los colores perfectos que proyectaban sus collares. Hoy mataron a nuestra maestra Olivia y algo de nosotros ha muerto con ella.