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MASOQUISMO POLÍTICO

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Sorprende ver con cuánto encarnizamiento las masas populares latinoamericanas soportan esto que bien podemos llamar “masoquismo político”. ¿A qué me refiero con eso? A esa especie de tendencia consistente en creer que las políticas de ajuste de los gobiernos neoliberales son un factor necesario para poder llegar a cierto clima político-social coherente. Digamos, armonizado. Horrible eufemismo si los hay. La “armonización” es, simple y llanamente, empobrecimiento de la mayor parte de la población, beneficios tributarios para las clases más altas y un clima “armónico” de negocios que implica la no intervención del Estado en la economía.

¿Cómo puede ser, entonces, que las clases populares voten en función de esta especie de necesidad de (auto)ajustarse? En principio, por una operación ideológica bastante evidente pero poco puesta por delante a la hora de cualquier análisis político. La mayoría de votantes cree pertenecer a una clase social de la cual no forma parte, salvo por cuestiones imaginarias. En la Argentina, en la elección de 2015 que dio como ganador a Mauricio Macri, parte de la clase media-baja cuestionó la falta de un precio del dólar unificado y el problema de no poder comprar la divisa extranjera para guardarla en su cuenta bancaria.

¿Desde cuándo la clase media-baja ahorra en dólares? O mejor, ¿desde cuándo la vida cotidiana de un trabajador se puede medir en la cantidad de dólares que puede comprar en el mercado financiero? ¿No es parte de un consumo aspiracional, ante todo? Digamos, no es que nadie, nunca, en esta clase, haya podido ahorrar en dólares, sino que esa sobrecarga libidinal sobre la importancia de tener unos ahorros en la moneda norteamericana asegura, en un punto indistinguible entre el inconsciente del individuo y cierta lectura ideológica supra-individual, cierta idea de bienestar más abstracto que concreto. Pasó en toda Latinoamérica a lo largo de la (larga) década de los ’90: poder comprar en una sucursal de una cadena de comida rápida, ropa o tecnología aseguró, en su momento (y lo sigue asegurando ahora) cierta posición privilegiada frente a la mirada del otro.

Y es que ahí es donde se juega toda la cuestión de este masoquismo político-económico: hay que pasarla mal ahora para poder estar bien luego o, como pasa en Argentina, considerar que venimos de una época de “derroche” y que ahora estamos pagando las consecuencias. Eso es rendirse a la mirada rectora neoliberal. Y también es casi una forma religiosa heredada en la vida política latinoamericana: por un lado, la idea de trasmundo que opera en la esperanza a futuro; por el otro, la idea de penitencia como acto seguido de un tiempo supuestamente desmedido. ¿No habría que detenerse, precisamente, en esa lógica de culpabilización de la mayoría que aplica el neoliberalismo? Sea lo que sea, habría que pensar en que el disfrute del ahora, un disfrute crítico con las formas mercantilizadas (con el esfuerzo que esto implica), a veces, puede ser el punto de partida de otras miradas sobre la política.

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