Un fantasma recorre la historia, es el fantasma de Marx, aplastado por el muro más que por el puro y la contundente memoria de los cínicos dogmáticos –sí, aquellos, como decía G. Caín, que aman el cine–. Me refiero a Groucho no al autor de Das Kapital. Estoy hablando del actor, no de la pareja de Engels. Recuerdo al comediante, aquel que decía: «La política no hace extraños a los compañeros de cama. El matrimonio sí».Groucho, ese que con su habano y sus gruesos bigotes de utilería hizo de la actuación lo que el otro Marx con sus ofertas le hizo a la economía: revolucionarla y, al hacerlo, destruir el orden y las reglas.
Groucho Marx se fue de este mundo en 1977 en Los Angeles. Ya pasaron 25 años a pesar de la aritmética exacta. Toda una vida hubiera dicho él sólo con una mueca. Y como Marx era un genio, nos acordamos de su existencia sólo cuando ocurre algo insólito. Groucho era único, un talento del absurdo y un maestro de lo aberrante. Hablaba y echaba humo. Su frase era su trance. Decía aquello que a unos se les ocurre pero como son normales no lo dicen.
Ese fue el capital de Marx. La palabra. Aquel día, con 86 años a sus espaldas, quedó mudo. La prensa de estrellas diría al día siguiente algo así. Aquel que era Groucho y que en realidad se llamaba Julius Henry Marx ha muerto atragantado de adverbios y sofocado de adjetivos. Su fallecimiento sustantivo sirvió para revisar una vida alucinante y movida –y neurótica hubiera escrito Freud en un papel negro–. Y que confiesen sus tres ex esposas: Ruth, Kay y Eden. Y que cuenten sus tres hijos, Arthur, Miriam y Melinda. Y que hablen sus 18 películas, 14 de ellas junto a sus hermanos, y millones de admiradores. Su epitafio aún caliente hace sonreír a quienes visitan su tumba: «Disculpe que no me levante».
2.
Judío de Nueva York fue hijo de sastre y actriz. Su arte, así, no tenía medida. Su barrio era una torre de Babel recostada boca abajo. Entonces, de niño oyó a gritos, idiomas, hablas, lenguas, dialectos, jergas, de emigrantes judíos, alemanes, italianos e irlandeses, así tuvo cinco hermanos en silencio. El primero se llamó Manfred. Murió a los tres años de pesadillas y carcajadas. Le siguieron Leonard [Chico], Adolph [Harpo], Milton [Gummo] –que por alguna razón que nadie se explica, odiaba el cine como amaba la radio– y Herbert [Zeppo]. Groucho era el cuarto aunque siempre fue el primero, Broadway lo adoraba.
Minnie, la mamá, al ver que el marido daba puntadas sin hilo –un desastre era ser sastre—fundó la familia Marx, artistas de vodevil. Y más que un elenco era una turba. Luego, Minnie abandonó las tablas por razones de celos. Se había enamorado de sus hijos y entonces se encendieron las luces, subieron el telón y aparecieron los Hermanos Marx. Su primer espectáculo se llamó «Cinco Esta Noche Cinco». Nadie entendía nada pero todos no paraban de reír. En el cine los cinco se redujeron a cuatro primero, luego a tres y finalmente en su decadencia, Groucho se hizo único y existió entre nosotros. Su mejor película –Orson Welles decía que era insuperable—fue «Héroes de ocasión». Marx inmolado en plena plusvalía de la fama.
3.
En un celebrado artículo de Cabrera Infante, «Siglo y sigilo de Groucho», aquel se pregunta de éste: «¿Y los juegos de palabras de Groucho? Son intraducibles a otro idioma, como los juegos malabares mudos de Harpo no son traducibles para nada. Que el arte de los Marx, tan 1ocal y tan loco, se haya hecho universal [Groucho diría que Universal no, sino Paramount] no se debe al cine. Creo que se debe a nuestra reverencia por la irreverencia». Groucho era culto, ácido y a veces odiado. De ahí su frase célebre: «Soy tan viejo que recuerdo a Doris Day antes de que fuera virgen». Es más, era amigo del poeta T.S. Eliot y nadie logró descifrar ese nexo sin contexto. Justicia poética. Su risa era su metáfora.
En una carta fechada en Londres el 26 de Abril 1961, T.S. Eliot le escribe: «Querido Groucho:
Le escribo esta carta para informarle que me dio un gran gusto recibir su fotografía. Pronto la pondré en su marco y la colgaré en el muro de honor junto a la de otros amigos como W.B. Yeats y Paul Valéry. Tal vez por cortesía me pide usted una foto. Sea por una cosa o por otra, no se salvará de recibirla, pues ya ordené una copia que se la dedicaré expresándole mi gratitud y asegurándole mi admiración. Debe saber que es usted mi personaje fotográfico más apreciado. Por eso me gustaría ocupar un lugar, aunque sea más humilde, en su colección. Mi esposa y yo esperamos que cuando usted y la señora Marx vengan a Londres acepten venir a cenar a nuestra casa. Sinceramente suyo T.S. Eliot PD: A mí también me gustan los puros, pero no aparece ninguno en mi fotografía».
Breton y Dali admiraron la vena marxista. El humo de su humor, su mente con espasmos dementes le otorgaron a su existir el elixir para el aburrimiento. Más surrealista que real socialista este Marx hizo de la risa un acto extraterrestre, de ahí que me convirtiera en un fanático marxiano y en un terrícola marxista. Este es mi manifiesto común, casi comunista.
(Texto tomado del libro USTED ES LA CULPABLE. Editorial Norma. Lima 2006)