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Mario Gas, ser infiel para ser fiel

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Texto: José An. Montero / Fotos: Pau Ortega (CNTC)

La Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta en el Festival de Almagro La Hija del Aire, dirigida por Mario Gas en su primera participación este festival. 

En Almagro se ama el teatro sobre todas las cosas. Tanto es el amor que siente por el teatro que la espina de no haber podido aplaudir a Mario Gas era una losa demasiado pesada. Ayer, por fin, pudo aplaudirlo. Ayer, por fin, el Hospital de San Juan, hoy Teatro Adolfo Marsillach tuvo sobre sus tablas a Mario Gas para poder ser aplaudido.

Nunca antes había estado en el cartel del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Sólo podían ser la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Calderón y Helena Pimenta los padrinos de este debut ineludible. La ocasión no merecía medias tintas.

Los puristas del Siglo de Oro siempre podrán poner pegas a la innovación, pero sin ella, haría mucho tiempo que el teatro sería una reliquia de eruditos. El eterno dilema, ser fiel a la letra o al espíritu. A la letra lo puede hacer cualquiera, para serlo al espíritu hay que ser tan grande y tan humilde al mismo tiempo como las palabras con las que nos recibe Mario Gas en el programa de mano. «Es mi debut en la CNTC y lo abordo con el rigor que requiere un texto del gran Calderón y también con la ilusión y el arrojo de un principiante aunque, ¿no es verdad que estamos siempre empezando?». 

Cuestión de poeta mayor es la adaptación de Benjamín Prado que tras enfrentarse con los ocho mil versos de Calderón consigue hacernos fluido y comprensible el verso todopoderoso, pero también arisco, del genio. Sólo un poeta puede traernos al presente a otro poeta. Cruel como Semíramis es haber perdido por el camino de los siglos muchas palabras y giros del idioma, sólo un poeta puede abrirnos la montaña de la mitología que los tiempos contemporáneos nos han cerrado.  Versos clásicos que recuperan la frescura. «Ser infiel para ser fiel».

Semíramis se convierte en contemporánea, porque de su mano todos somos babilonios. Marta Poveda consigue que nos duela su tragedia como si estuviera sucediendo hoy mismo. Encabeza un elenco amplio, creíble y compacto y consigue que la obra fluya y no se pierda en meandros ininteligibles. El rumor del verso y del agua que gotea en el interior de la montaña se convierte en una suerte de tantra. 

Una escenografía maravillosa a cargo de Ezio Frigerio, acompañada de la video escena de Álvaro Luna, logran hacernos siempre dudar de nuestros propios ojos, convirtiendo lo certero en imposible y lo imposible en real. Cambios de escenario y de plano temporal a una velocidad y una belleza inusitada. Un ejemplo magistral de videomapping.

Un segundo final magistral. Aplausos unánimes de este Almagro que necesitaba ver a Mario Gas sobre su escenario. El director no defraudó. Salió breve y tímidamente a saludar al público que llenaba el Teatro Adolfo Marsillach en la primera de las nueve funciones previstas en el Festival y con las que se cerrará la etapa de Helena Pimenta al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. 

Una Helena Pimenta a la que nunca le agradeceremos lo suficiente la generosidad y el riesgo de conseguir que personajes de la talla de Mario Gas o Benjamín Prieto miren sin complejo al teatro del siglo de Oro.

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