Hace poco tuve la suerte de poder estar de vacaciones en Lima, la ciudad en la que crecí y a la que tengo mucho cariño. Estuvimos en familia por tres semanas y media disfrutando del verano tardío y de un otoño que fue condescendiente con nosotros. Durante nuestra estadía mi esposa y yo nos escapamos al cine dos veces, dejando a nuestros preciados retoños de siete y cuatro años con los abuelos, algo que así nomas no tenemos. Fuimos en la función de la tarde casi después de almorzar. Lo habíamos intentado otros días por la noche, pero nos corrimos asustados de las kilométricas colas antes de las entradas y antes de entrar a la sala. Creo que la próxima vez que vayamos por la noche será cuando a alguien se le ocurra numerar los asientos y vender las entradas por Internet.
La cuestión fue que contentos, esas dos veces, sin mucha gente (adulta) entramos con entusiasmo a ver: «Capitán América y el soldado del invierno» y la segunda parte de la nueva versión de «El sorprendente hombre araña». El resultado fue desastroso, nos perdimos más de la mitad de las cosas importantes e interesantes. Delante nuestro (hay que recordar que siempre hablo de ambas películas) se sentaron dos filas enteras de niños (quizá sea mejor llamarlos «infantes») de entre tres y siete años con sus madres acompañándolos.
Hablaron toda la película, lloraron, gritaron, corrían por los pasillos, se peleaban y hasta uno se atrevió a sentarse de revés a contemplarnos por unos minutos mientras nos tiraba canchita. La mamá del atrevido, claro, no podía hacer nada, estaba correteando a otro más pequeño que no se quedaba quieto ni porque le cayó un pellizcón de los buenos. Solo lloró un rato y después siguió con sus andadas de aventurero.
Quizá alguien a estas alturas estará pensando que me he equivocado de tema, los maltratados de alguna manera éramos nosotros. No, la verdad que no. Nosotros lo disfrutamos hasta cierto punto, tenemos dos hijos bien traviesos y sabemos bien cómo va eso, pero por el otro lado nos mirábamos las caras preguntándonos ¿a quién demonios se le ocurre traer a infantes a películas como esas? ¿No les parecía, a aquellas madres, el grado de violencia, contexto y complicidad «un poco» alto para un niño de tres? ¿O de cuatro? ¿O de siete? ¿O quizá hasta de doce? Sí, las películas nombradas, entre otras, se basan en cómics, en algo pensado para niños, y los juguetes que venden baratos en cada esquina también son fascinantes, pero este es exactamente el punto donde se quiebra el tema.
Con la intención de poder comparar y tener una idea de lo que estamos hablando, daré dos ejemplos de otros países. USA, que es donde las películas son producidas, y Alemania, lugar en donde vivo.
En Estados Unidos existe el MPAA (Motion Picture Association of America film rating system), sistema de control pensado para regular la edad de la audiencia de las películas de cine. Para televisión y videojuegos los americanos tienen otras entidades. Es una regulación voluntaria, creada para ayudar a los padres sobre el material que deben, pueden ver sus hijos. Sin embargo, la regulatoria voluntaria es aceptada en todo el país como la mejor manera de poder saber hasta qué punto un material audiovisual puede dañar, maltratar a un niño, o joven. Y está recogida asimismo por leyes que la apoyan. La clasificación es la siguiente: G, PG, PG-13, R o NC-17, léase PG como «Parental Guidance».
En Alemania, lugar donde vivo, se utiliza el FSK (Freiwillige Selbstkontrolle der Filmwirtschaft) para controlar los límites de edad permitido. Una institución reguladora de la audiencia tanto para películas de cine, televisión y videojuegos. Aquí también es voluntaria (Freiwillig), pero está recogida por varias leyes en las que se regula todo el material audiovisual que será difundido en Alemania, entre ellas, por supuesto, la Ley de protección de menores (Jugendschutzgesetz). La clasificación en este país es sencilla, está directamente relacionada con la edad y es la siguiente: desde 0, desde 6, desde 12, desde 16 y desde 18.
Regresemos a las películas de referencia. Ambas están en USA reguladas con «PG-13» y en Alemania con «desde 12». ¿De qué me he perdido entonces? La definición en ambos países indica que ambas películas tienen contenido NO RECOMENDADO para niños menores de 13 o 12 años. Y los niños entre seis y doce solo pueden ver una película de esta categoría acompañados solo de sus padres, o de las personas encargadas de su educación. No primos, ni patas que tengan ocho o nueve como también he visto por ahí. Pero por favor, ¿qué hace un niño de tres o cuatro viendo este tipo de películas? La definición de ambos países es muy similar en ese sentido. Ambas tienen contenido sexual, de violencia, lenguaje no adecuado, actividad de adultos, percepción de entendimiento media y otras más.
Es hora, creo, de que volvamos a tomar un poco más de conciencia en la educación y cuidado de nuestros infantes. Y digo de manera clara y enérgica «volvamos». Cuando yo era niño, en los cines peruanos claro que existía este tipo de regulaciones, y se respetaban. Recuerdo muy bien a mi padre y a mi madre prohibiéndome ir a ver una película porque estaba regulada para «mayores de 14 años». ¿Qué ha sucedido entonces? ¿Es acaso la necesidad de los cines tan grande como para permitir a infantes el ingreso a películas que no deberían ver? Pues a mí no me pareció que sea el caso, sobre todo cuando traté de ir al cine un día de semana por la noche y las colas daban dos vueltas a los food courts cercanos. ¿Existe una regulación ignorada u olvidada en nuestro amado país? Yo creo que sí. Deberíamos desempolvarla, modernizarla y tomar conciencia. ¿Somos los padres peruanos tan desconsiderados con nuestra prole? No lo creo. Soy de la idea que somos un país de gente amorosa, cariñosa y bastante protectora con nuestros hijos. Lo he visto, lo he vivido con mis padres, lo he practicado y también se lo intento inculcar a los míos para que no se pierda.
No nos dejemos entonces atolondrar por este mundo comercial, en donde a mayor entradas vendidas mejor se ven los números a fin de mes. No permitamos que nuestros hijos sean maltratados porque nos descuidamos en algún momento de velar por sus sueños tranquilos. Para eso hay también cantidad de películas de muy buena calidad y contenido, de hecho hasta con enseñanza, en la que seguro los infantes no terminarán llorando en el cine ni correteando por los pasillos. Definamos nosotros mismos lo que es correcto de lo que no lo es para un niño. Y para los padres que lamentablemente no puede ver el alcance de un abuso de este tipo en un menor, pues que despierten nuestras autoridades y los organismos reguladores para evitar este tipo de maltrato infantil.