Por Raúl Villavicencio
Lima está creciendo de manera vertical y lo que antes eran casonas de dos pisos ahora se alzan imponentes edificios o torres que conforman un condominio con áreas comunes, estacionamientos y parques donde uno va a distraerse con sus hijos.
Si ya cuesta mantener unida a una familia, imagínense que cincuenta de ellas o más lleguen a un consenso en aras del bien común, convirtiendo los días (y también noches) en un completo calvario para aquel que solo busca un poco de tranquilidad en su hogar luego de una extenuante jornada de trabajo.
Y si sumamos a ello a los vecinos que les encanta escuchar música a todo volumen, los que tienen mascotas de raza grande y sus ladridos retumban en todos los pasillos del edificio, los que tienen hijos pequeños y el lloriqueo interrumpe la novela de la señora sexagenaria, o los que sencillamente les da por regresar bien de noche a sus departamentos, nunca faltará aquel que esté atento a lo que hace o no hace su vecino del costado. Peor aún si las casas son unas ‘ratoneras’ donde se encuentra prohibido estornudar ya que se va a escuchar en los demás pisos. El silencio de ultratumba debe de reinar y no se encuentra permitida la efusividad.
La Junta de Propietarios de cada edificio o torre tiene sus propias reglas, como si se tratara de una comarca medieval, con innumerables artículos, incisos, pies de página y hasta referencias constitucionales, y ay de aquel que ose desobedecerlas, so pena de sanción o hasta expulsión del lugar, eso sí, bajo la vía judicial.
En los contratos no se indica el alto precio que uno tiene que pagar para vivir en una zona residencial como Miraflores, San Isidro o La Molina, dentro de 50 o 60 metros cuadrados, apiñados a otros tantos y muchos otros extraños, cada uno con sus filias y fobias, costumbres y manías. La regla no escrita es la de restringir mucho más tu libertad para la convivencia de todo el bloque.
Dichosos y malditos aquellos que pueden colocar su piscina en mitad de la calle, realizar un ‘tonazo’ hasta el día siguiente, no limpiar las excretas de sus mascotas y a pesar de ello nadie le estará apuntando con un dedo acusador, solicitando su destierro.
(Columna publicada en Diario UNO)