El 14 de abril de 1930, exactamente a las 10 y 15 de la mañana, se escuchó el ruido de un balazo en un apartamento de Moscú. Nadie sabía qué pasaba, excepto una bella mujer llamada Vera Polonskaia, quién nerviosa y con los ojos llorosos corre hacia ese lugar. Algo tensa y con la mente cargada de imágenes confusas logra abrir la puerta de la habitación. No puede creer lo que ve: Vladimir Maiakovski, el poeta de casi dos metros de altura, está tirado en el suelo con el pecho destrozado. Adiós los murmullos, adiós a los dramas, adiós a las contradicciones. En la habitación aún flota el humo del arma. Qué poético.
En 1912 un grupo de poetas rusos, pertenecientes a lo que se conocería como el “Futurismo ruso”, publican un manifiesto llamado “Una bofetada en la cara del gusto del público”, donde expresan un rechazo hacia el pasado y un romanticismo hacia el futuro. Además, llevan acabo un parricidio público hacia escritores de primer nivel, como es el caso de Pushkin, Dostoievski, Tolstoi, Andreyev, etc. Esta postura de quebrantamiento y ruptura, a cinco años de la Revolución Rusa, fue la perdición y la incertidumbre de todos ellos, más aún para Maiakovski.
Estos poetas que estaban encantados por el desarrollo apabullante de la tecnología, la velocidad y la modernización de las urbes, acusaron y repudiaron la pasividad y el estatismo del pasado, buscando causar escándalos y rompimientos con la antigua tradición. Tanto era la ira que los envolvía que también terminaron rechazando el Futurismo italiano de Marinetti. Hay una gran diferencia entre el ismo desarrollado en Italia y en Rusia, mientras que el primero mantiene lealtad a Mussolini y al fascismo, el segundo lleva la palabra “revolución” en la sangre, involucrándose superficialmente en los vínculos políticos y sociales.
Esta desmesura transgresora de los futuristas rusos no solo estaba ligada a una actitud reaccionaria del arte, sino que también se complementaba con la forma de vestir y el carácter de sus integrantes. Acostumbraban a vestirse con una camisa amarilla, provocando el horror y el rechazo de la clase burguesa. Respecto a ello, Maiakovski señala: “Cierta vez a falta de corbata me puse una cinta amarilla y tuve mucho éxito. Entonces decidí hacerme una camisa del color de la corbata: el éxito fue escandaloso”. Incluso hay un poema donde se comenta todo ello: “La camisa fatua”. Todo joven futurista, aparte de usar camisas de este color, también solía ir a los cafés para derribar los atriles de música y alborotar los que estaban ahí, con las mejillas pintarrajeadas y las manos en forma de puños desafiaba a una pelea a cualquiera que los miraba mal.
De esto se puede extraer dos ideas opuestas. La primera es que el futurismo simbolizó un rechazo hacia las costumbres explotadoras de la época, emprendiendo una lucha a muerte ante los horrores del zarismo. La segunda es que, pese a esta actitud beligerante, rescatable y positiva para su época, nunca logró vencer al nihilismo y la bohemia burguesa que lo caracterizaba.
Aquí dos opiniones. León Trotsky: El futurismo ruso nació en una sociedad que aún se hallaba en el curso de primaria que fue para ella la lucha contra Rasputín y que se preparaba para la revolución de 1917. Antonio Gramsci, en una carta dirigida hacia el primero, acota que casi todos los futuristas italianos se han convertido en fascistas, participando activamente en la victoria del imperialismo.
En pleno desarrollo y consolidación del Futurismo, estalla la Revolución Rusa, instaurando una mentalidad más colectiva y progresiva del arte y la vida. Los futuristas aún no estaban preparados para ese magno acontecimiento, no habían dejado las histerias y puerilidades que no les permitían ser reconocidos oficialmente como una escuela artística. El proletariado los sacudió en un momento en que aún eran perseguidos. El futurismo simbolizó la destrucción, pero no la reconstrucción, he ahí su problema. No lograron fortalecer su lírica con el espíritu del comunismo. Trotsky menciona que no han dominado suficientemente, los elementos que encierran las posiciones y la concepción mundial del comunismo, como para poder encontrar su expresión orgánica.
Aparte de lo ya mencionado, otra debilidad del futurismo radica en que su postura parricida fue mal vista por los intelectuales de la Revolución Rusa, quienes argumentaban que debe haber un manejo y profundo conocimiento de toda la tradición para así poder superarlo y crear una poética adecuada a su contexto. La clase obrera no tenía por qué romper con la tradición, ya que de cierta manera esta los había formado intelectualmente. La negación que tanto hacían alarde los futuristas no podría concebirse en la nueva concepción artística de Rusia, ya que el conocimiento de la propia tradición permitiría a la clase obrera adentrarse en un mundo que resultaba familiar, esto ayudaría en la formación de una nueva clase de hombres revolucionarios por vivir con la tradición no dejamos de ser marxistas ni revolucionarios.
Entre toda esta nebulosa de contradicciones y de críticas positivas y negativas, emergía la figura alta y estrambótica de Vladimir Maiakovski. A diferencia de sus compañeros de escuela literaria, él supo ubicarse mejor en este contexto revolucionario, lo cual le sirvió para ser llamado “el poeta de la Revolución Rusa”, pero más por una ambiciosa personalidad que por su lirismo. Varios escritores y críticos han señalado que había poetas de mejor calidad que no tuvieron la fortuna de ser tan famosos ni publicados como él, un ejemplo claro es Borís Pasternak. ¿Pero entonces qué había en Maiakovski que los demás no poseían? La respuesta es fácil: entrega y pasión.
Aquel poeta que permaneció once meses en la cárcel cuando aún era adolescente por sus actitudes revolucionarias y antizaristas, supo fortalecer la gran disyuntiva entre biografía y poesía, reflejando un amor desmesurado ante la vida. La escritura y la revolución proletaria alimentaron su espíritu e incrementaron el fuego de su poesía; sin embargo, no todo fue felicidad. La contradicción entre su espíritu juvenil y la actitud ante una nueva forma de vida le jugaron una mala pasada.
Esto se puede sintetizar en que su poesía no estuvo a la altura de la revolución comunista. Intentó de cualquier forma y a como de lugar, encerrar en su poesía el espíritu de toda aquella época, pero no pudo. El pasado lo sacudía y el futuro se alejaba cada vez más.
Es comprensible esta situación. El futurismo hacía alarde de soltura, fuerza e irracionalidad. La revolución pedía mesura, criterio y mucha razón. Por ello, en una entrevista que César Vallejo hace al ex poeta futurista, este menciona: guerra al subconsciente y la teoría según la cual el poeta canta como canta un pájaro. Guerra a la poesía apolítica, a la gramática, a la metáfora … el arte debe ser controlado por la razón … debe siempre servir la propaganda política, y trabajar con ideas preconcebidas y claras, y hasta debe desarrollarse en tesis, como una teoría algebraica, la expresión debe ser directa …
En su poética encontramos algunos rasgos muy característicos:
La experimentación y ambición de su poética: el verso escalonado de estrofa nerviosa, corta, vibrante que toma de Stéphane Mallarmé y su Un golpe de dados jamás abolirá el azar. El proyecto desmesurado del poema 150 000 000 con el que pretendía simbolizar el espíritu de la Revolución Rusa:
«150 millones es el nombre de este poema maestro / bala es el ritmo, la llama de una rima saltando de casa en casa / 150 millones hablan, por mi boca / masas marchando sobre el papel escalón está la máquina duplicadora compensado recibiendo estas páginas impresas. // ¿quién iba a preguntar la Luna y el Sol de lo que les hace llevar a cabo el día y la noche, que había exige el nombre del genio creador? / los mismos de con este poema: no tiene un solo autor «.
Fragmentos de este poema fueron recitados en distintos lugares de Rusia, pero no fue para Lenin más que algo pretencioso, experimental y poco fiable. Respecto a ello, hay dos posturas enfrentadas. Por un lado, León Trotsky: el poema de la revolución debía ser 150 000 000, pero no lo es. La obra, ambiciosa en su proyecto, está minada por la debilidad y los defectos del futurismo.
Por otro lado, Roman Jakobson: “150 000 000 es digno de la Revolución de octubre tanto por su alcance titánico planetario, como por la novedad revolucionaria de sus imágenes y por la elevada efectividad de la técnica poética. Constituye la más alta expresión de la identificación de lo individual con la masa”.
La individualización lírica es otro de los rasgos de su poética, la arrastró como una cadena pesada que le causaba sufrimiento y que nunca quiso soltar, voluntaria o involuntariamente. Su poesía consistía en cantos hacia sí mismo, pese a que intentaba reflejar los avances de la tecnología y la lucha contra el poder. Luego de la revolución quiso acoplarse a un nuevo estilo más colectivo y representativo de las masas, pero el fracaso estuvo siempre latente. La arrogancia individualista corre por casi toda su lírica, cuando quiere elevar al hombre nuevo post-revolución, lo termina convirtiendo en un plagio de sí mismo, personalizando su figura como un elemento lírico de su generación.
Respecto a ello, Roman Jakobson en su libro “El caso Maiakovski” escribe que
“Para ascender al hombre, él lo eleva hasta Maiakovski. Así como el griego era antropomórfico y confrontaba ingenuamente las fuerzas de la naturaleza consigo mismo, así también nuestro poeta es maiakomórfico y es él mismo quien puebla las plazas, las calles y los campos de la revolución”.
César Vallejo tiene palabras muy fuertes:
“Maiakovski fue un espíritu representativo de su medio y de su época, pero no fue un poeta. Su vida misma fue, asimismo, grande por lo trágica, pero su arte fue declamatorio y nulo, por haber traicionado los trances auténticos y verdaderos de su vida”.
En los poemas, escritos tanto en primera como en tercera persona, Maiakovski siempre habla de sí mismo, cada paso que da es un acercamiento hacia su mundo interno. Obviamente esto no está para nada mal en un poeta, pero no en uno que luchó por representar el espíritu proletario de la Revolución Rusa.
El último rasgo que se puede extraer, de los muchos que aún subyacen en su poética, es el carácter irracional. Ni el lógico accionar que se pedía en ese contexto político pudo opacar la desenfrenada horda de sus deseos más pasionales y escalofriantes: el amor y la muerte.
El amor hacia Lili Brick cubrió como una inmensa niebla (no soy un hombre, soy una nube en pantalones) gran parte de su poética. En 1923 se encierra voluntariamente dos meses en su habitación para escribir un poemario llamado “De esto” dedicado a Lili Brick, su musa, su tormento, su tragedia. Son muchas las cartas que intercambiaron y los poemas dedicados. Se conocieron en 1915, él se enamoró perdidamente, ella estaba casada con Ósip Brick. Se convirtieron en amantes y en las habladurías de la gente. Viví con Maiakovski quince años, desde 915 hasta su muerte. De esta forma se inicia el libro “Cartas de amor a Lili Brick”.
La muerte, o mejor dicho el suicidio, es algo que siempre estuvo latente en su poesía. Cómo es posible que un hombre que se hace llamar el poeta de la revolución termine por matarse luego que esta triunfe. Desde antes que la revolución sea una realidad Maiakovski reflejaba en algunos versos cierto pesimismo y atracción por aquella:
Al cabo de tantos y tantos años /ya no viviré/ moriré de hambre/ o un tiro me pegaré/ a mí, al de fuego. (Barato se liquida)
Cada vez con más frecuencia pienso, /si no sería mejor/ poner el punto de una bala en mi final. / Hoy yo/ de todas forma/ doy un concierto de despedida.
Con el transcurrir de los años, la idea del suicidio se hace cada vez más obsesiva. Los poemas “El hombre” y “De esto” reflejan este macabro pensamiento. Si uno hace un seguimiento a las ideas de suicidio que refleja Maiakovski se daría cuenta que estas abundan. Algo similar le pasaría a Alejandra Pizarnik, quien en su diario y en sus poemas da entrever que el suicidio es algo latente e impostergable.
Hay un aspecto interesante que está relacionado con el carácter irracional de Maiakovski: su aversión a la infancia. La crítica no ha profundizado mucho en este aspecto. Cuenta Jakobson que el poeta se alteraba cada vez que en la habitación entraba corriendo un niño. Incluso escribe lo siguiente:
Escuchad:/ el sol lanza sus primeros rayos/ sin saber aún a dónde / después del trabajo, irá a parar;/ he sido yo, Maiakovski/ el que ha llevado/ al pie del ídolo/ una criatura decapitada.
Se ha escrito mucho en torno a la figura de este poeta. Algunos enaltecen su figura representativa de la Revolución Rusa, otros lo critican cruelmente (César Vallejo: “fue un mero literato, un simple versificador, un retórico hueco”), otros lo critican alegando que aún era un poeta en proyecto, otros no pueden concebir su suicidio ( “se podía esperar todo de Maiakovski, menos que acabara consigo mismo”, “unir a esta figura la idea del suicidio es casi imposible”, “es incomprensible ¿Qué le faltaba?”), y otros se hacen los dolidos para luego escupir sobre su tumba (“Nosotros censuramos la absurda e injustificada acción de Maiakovski. La muerte estúpida y vil. No podemos dejar de protestar enérgicamente contra su partida, contra su cruel final”)
Yo me quedo con el Maiakovski espontáneo y de gran personalidad, no de aquel que terminó crucificado ante la presión de encontrarse entre la generación prerrevolucionaria y la postrevolucionaria y que no supo estar a la altura de las circunstancias políticas, arrastrando su pasado futurista como una enfermedad terminal. Yo me quedo con el Maiakovski simple que canta a su nostalgia, a su infancia y adolescencia, a sus luchas internas, a sus vivencias, a sus amores felices y frustrados, aquel que escribe sobre la naturaleza y lo extraño que es la vida, aquel que no necesita alargar el poema para sentirse un verdadero poeta de su tiempo, sino simplemente reducirlo para poder tocar su esencia.
A mí, pues, / me enseñaron a amar en la cárcel (…) / Yo, pues, me enamoré de la ventanilla de la cámara 103. /Hay gente que mira el sol todos los días / y se enorgullece. / No valen mucho sus rayos, dicen. / Pero yo, entonces, / por un rayito de sol amarillo/ reflejado sobre mi pared, /hubiera dado todo el mundo. Extraído del poema titulado “Adolescente”. La cámara 103 es el número de la cámara de la cárcel donde estuvo preso casi un año.
Yo no tengo en el alma ni un solo pelo canoso/ ni tengo ternura senil en mis años. / Atronando al mundo con el poder de mi voz, / voy hermoso/ de veintidós años.
Pensar en Maiakovski es pensar en otros poetas rusos de ese tiempo que terminaron sus vidas en medio de una tragedia.
Serguei Esenin alcoholizado, depresivo y abandonado, se suicida ahorcándose en el cuarto de un hotel el 27 de diciembre de 1925. Deja un poema de despedida:morir en esta vida no es nuevo,pero tampoco es nuevo el vivir.
Marina Tsvetayeva regresa a Rusia en 1941, después de haber vivido miserablemente exiliada, para ahorcarse después de que su esposo fuera asesinado por el régimen bolchevique.
Gumiliev terminó fusilado en 1921, su poesía fue prohibida durante el régimen soviético.
Block murió después de una larga agonía espiritual e insoportables tormentos físicos.
Jlevnikov pedía flores mientras su cuerpo iba descomponiéndose para no sentir el hedor de su muerte, todo esto entre inhumanos sufrimientos.
Maiakovski se dispara en el pecho. Dos días antes escribe una carta de despedida:
(…) el barco del amor se ha estrellado contra la vida cotidiana Y estamos a mano tú y yo. Entonces ¿para qué reprocharnos mutuamente por dolores y daños y golpes recibidos? ¡Suerte a los que quedan! (…)
Quizás su suicidio signifique algo que nunca pudo hacer en vida: matar al individuo que llevaba dentro para que emergiera el poeta símbolo de toda una generación. El balazo es una represión del individualismo, del pasado, y de una crisis espiritual y moral que no le permitió estar en paz. A otros la muerte lo enaltecen y glorifican, con Maiakovski solo dejó entrever aquel camino difícil que el poeta no supo emprender.
Me han colgado tantas cruces, y me han acusado de tantos pecados, que cometí y no cometí, que a veces pienso si no sería mejor marcharme a algún lugar y pasar allí un par de años, solo para no oír las injurias.