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MAGALLANES O LA HIPOCRESÍA DE LA CLASE MEDIA

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Magallanes es una película de la productora Tondero (Asu Mare 1 y 2, A los 40, etc.), dirigida por Salvador del Solar, en la que se cuenta los devenires de una postviolación y otros hechos sucedidos durante la guerra interna en Ayacucho. Un coronel sometió y vejó, durante un año, a una joven, Celina –papel correctamente interpretado por Magaly Solier– y esta logró escapar dejándose violar por otro soldado raso. Pasado los años y ya en la ciudad capital, el soldado, convertido en taxista, se encuentra casualmente con Celina o “Ñusta”, su antiguo nombre impuesto en el cuartel, y empiezan los sentimientos de culpa y los ires y vaivenes de un militar atormentado para remediar crematísticamente un hecho pretérito, situación que lo lleva incluso a la extorsión y a la búsqueda de la justicia por las propias manos.

La película es lenta y, por ratos, aburrida; al principio, la trama no logra definirse bien y tenemos a un Harvey Magallanes (Damián Alcázar) tratando de husmear en la vida de Celina/“Ñusta” en un neorrealismo donde abundan los bares de mala muerte, los sicarios que ajustan a sus clientes o una ciudad desteñida donde puedes agarrar a golpes a cualquiera sin que nadie diga o haga algo. Las escenas son entrecortadas, solo buscan ser efectistas y apoyarse en una especie de hechos amarrados o sucesos increíbles que van a ir desde la “casualidad” de Magallanes de hacerle una carrera a Celina/“Ñusta”; Magallanes hecho un sirviente del coronel violador (Federico Luppi), a quien lleva a ver el mar o a comer helados y que, para mayores datos, no se acuerda de nada porque es viejo y sufre de Alzheimer o algún mal parecido. Y el hijo del coronel, Adrián Ormache (Christian Meier), que, en su propio vía crucis, llega a ser ultrajado por otro militar y, encima, con afán justiciero puede desprenderse de miles de soles con tal de evitar el escándalo y que no se sepa de la actividad de su padre en Ayacucho.

Se ha dicho, con razón, que esta película no logra o no busca ninguna verdad y solo relativiza un hecho grave como una violación y cuyo producto es un “hijo monstruo”, un ser que apenas habla, que tiene problemas psicomotores y que padece, desde su encierro, todo este circo romano que es la sociedad criolla y formal, la lucha por la sobrevivencia, los estafadores, los prestamistas o usureros y, cómo no, el poder judicial con su accionar torpe y ciego. Por cierto, ninguno de los personajes está de acuerdo en decir su verdad. Ni la ultrajada o pharmakói (o sacrificada, según la visión griega), ni el violador que ya no recuerda nada, ni los testigos, ni el soldado, también abusador o el hijo del militar corrupto, hecho un abogado de éxito y también vejado por otro soldado con el síndrome de Vietnam y que, de alguna manera, justifica a su padre aceptándolo como “un hombre enfermo”.

La película está basada en el cuento La Pasajera, de Alonso Cueto, que ha sido publicado después de la película y donde se muestra un hecho que ya había sido trabajado en la novela La Hora Azul donde un militar corrupto es redimido por su propio hijo. Cabe resaltar, que esta trama, la del chofer vengador, ya ha sido motivo de discusión en ciertos espacios virtuales donde se ha llegado a decir que el guion corresponde al exministro del Interior, Daniel Urresti, quien como sabemos, y por propia declaración ante la CVR, ha sido taxista durante siete años y tiene un testimonio parecido con la trama de Magallanes.

No obstante, y a pesar de lo errático de este film, caviarizado y puesto en bandeja supuestamente para criticar el olvido de la sociedad peruana, la escena que más ha conmovido es la de Celina increpándole al jefe policíal, al exmilitar Magallanes y al hijo del coronel violador, que no le importa reclamar nada, pero todo este discurso lo hace en quechua y sin traducción, motivo por el cual, lo que se desprende de esta escena es supuesto o tiene que ver con la interpretación gesticular que el espectador o cinéfilo haga del personaje de Celina. Curiosamente, la escena tiene que ver con el dinero y hace un par de días la página del banco BBVA Continental, que también auspicia la película, junto a DirecTV y la cervecera Cristal, posteó, en su cuenta de facebook,  la traducción de esta escena. Conflicto de intereses que le dicen:

Dinero, plata, en la cabeza de ustedes sólo dinero, sólo dinero. ¿Dándome esto ustedes van a curarme de todo lo que me han hecho? A mi padre, a mi madre ¿Van a hacerlos vivir con este dinero? Desde el inicio, ustedes han hecho lo que les ha dado la gana con mi persona.”

“Mis derechos los han pisoteado. ¿Para qué estoy aquí? ¿Ah? ¿Para qué estoy aquí? ¿Hasta cuándo voy a esperar? Están pisoteando mis derechos. Ya no siento miedo de ustedes, ni de ti, ni de él, ni de nadie.”

Con todo, Magallanes sería el tipo de películas hechas para calmar o suavizar las conciencias de las clases medias (las que pueden ir al cine o, dizque, disfrutar del “vive ahora y paga mañana”) que prefieren olvidar o mirar para un costado cuando se trata de tomar posición o reclamar justicia, pues, como se sabe, los crímenes por derechos humanos y la lucha contra la impunidad, no tienen fecha de vencimiento, no prescriben, y no son archivables. Lo otro, es que seguimos creyendo que el cine étnico o “exótico” con condimentos de problemática social, nos va a asegurar un éxito de taquilla o algún triunfo en algún festival de cine donde primen los sociodramas, los “elementos reivindicativos” o la supuesta búsqueda de alguna “justicia”, aunque sea en formato celuloide o virtual para ver, a oscuras, mientras chacchamos maíz pop corn y nos atragantamos con Coca Cola.

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