Opinión

Madre solo una, de Santiago Risso

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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Libro pequeño, breve que pueda entrar en el bolsillo de la camisa y que sea tamaño del corazón. Es lo que esta vez nos ofrece el vate Santiago Risso. Un ramo de flores o un bonsái para su querida madre que partió al infinito en 2022, pero que se ha quedado para siempre en estos textos de inmensa ternura, nostalgia y sabiduría. Y que uno va leyendo renglón a renglón casi como gota a gota de esta vida que nos deja el ejemplo de la virtud, algo de lo que siempre hablaba Enrique Verástegui, ilustre amigo de Risso.

Un libro dedicado a Elena Bendezú Molinari, la señora de la poesía que nos recibía con los brazos abiertos en Mammalia, el local de San Miguel, donde a inicios de los noventas nos reuníamos los poetas de la generación del noventa. Y creo, sin equivocarme, era la única madre que nos acompañaba en los diversos recitales de esa época; y también viajaba. Y verla compartiendo con los bardos y demás escritores era una fiesta. Su sonrisa era también un verso permanente.

Los grandes poetas le han cantado a la madre, no solo Oquendo de Amat: “Tu nombre viene lento como las músicas humildes / y de tus manos vuelan palomas blancas”; o ese doloroso poema de Allen Ginsberg en Kadish:  “Oh madre / qué cosas he pasado por alto / Oh madre / qué he olvidado / Oh madre / adiós / con adiós de un largo zapato negro”;

o Baudelaire que le dice a su madre: “Mi querida madre, si posees realmente un alma maternal y si todavía no estás harta, ven a París, ven a verme, e incluso ven por mí.”
Pero Santiago siempre tuvo a su madre al lado y por eso dice: “El viento de la paraca / sobrevuela las líneas de tus manos. // Madre querida, / hoy viajas sin mí/ con tu vientre vacío / con tu piel desnuda / de mis cabellos”.

Asimismo, esta pequeña arquitectura nos habla también de la Madre Arenal en Villa el Salvador y de la “Sagrada familia mi tía”, la señora Delia, hermana de Elena y que le tocó suplir y como pergeña Risso: “asumió el papel y la añoranza de mi madre Elena / cuando partió al Cielo. / Se convirtió Delia en abuela de mis hijos, / suegra de mi esposa. / Enlazada mediante el hilo telefónico / asume la responsabilidad / de la hermana ausente, / la sonrisa y el orgullo / de la abuela ausente. / La mea culpa injusta de los inevitables / azahares del destino.”

Con esta publicación, Madre solo una, Santiago (nos) recuerda a la madre abnegada que nos levanta en brazos, nos lleva al colegio o nos aconseja en la adolescencia y nos acompaña en la adultez y que, sin saberlo, su vida es también el poema que necesitamos leer en voz alta y que nos habla del amor.

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