Cultura

Luis E. Valcárcel, el profeta de los andes

En las primeras décadas siglo XX, se desarrolló uno de los temas más polémicos y controversiales de nuestra historia: “el problema del indio”. Analizado desde distintos campos (la literatura, la antropología, la filosofía y la política), todos apuntaban hacia un mismo objetivo: la reivindicación del ser más explotado y deshumanizado de nuestra nación.

Published

on

Después de muchos años en que se le negó la identidad, aparecieron autores importantísimos que buscaban resaltar la importancia del indígena en la construcción heterogénea de nuestro país. Para José María Arguedas, el indigenismo se dividía claramente en tres períodos: indigenismo arqueológico (Julio C. Tello), indigenismo dualista (José Carlos Mariátegui y Luis E. Valcárcel) e indigenismo culturalista (Arguedas y Ciro Alegría), sin dejar de lado la importante figura que simbolizó Manuel Gonzáles Prada.  Aunque también hay que recalcar que hubo algunos escritores que, debido a una mala interpretación de la cultura andina, criticaron y desdeñaron sus creencias y cosmovisión. El caso más emblemático es el de Vargas Llosa con su libro “La utopía arcaica, José María Arguedas y las ficciones del indigenismo”.

Entre los mencionados, Luis E. Valcárcel fue el que más sintió el dolor y la pesadumbre de tantos años de injusticias, teniendo una posición mesiánica exaltada con el ánimo de reivindicar el espíritu del mundo indígena. En obras como “Del ayllu al imperio” “De la vida inkaica”, “Tempestad en los andes”, “Historia del Perú antiguo”, contribuyó al conocimiento amplio de nuestra historia prehispánica, no dejando ni un solo momento de enaltecer el mundo andino, ni de lanzar críticas muy hirientes hacia las formas de vida que se adoptaron en la colonización.  

Para Valcárcel, el andinismo es el puro sentimiento de la naturaleza y el derecho a una vida sosegada que busca el bienestar de todos. Es la promesa de la moral de todo un grupo que sirve como oposición ante la falta de valores que ha ido perdiendo nuestro país. Toda esta idealización del mundo andino toma forma cuando entra en contacto con las ideas de Mariátegui, quien consideraba que una verdadera revolución socialista no se podría concebir si no existe una solidaridad con las reivindicaciones indígenas.  Fue él quien animó la publicación de “Tempestad en los andes”, además de escribir el prólogo.

Pocos escritores como Valcárcel han sabido plasmar en sus textos el amor hacia su tierra, comunidad y raza. De este noble sentimiento nacieron las líneas más bellas sobre lo andino, pero también las más amargas y desafiantes.

“Oh, tierra del Inca: los hombres nacieron, lucharon, murieron, dejaron su huella, garras de león o aletazos de cóndor, y tú, impasible, abuela sobrehumana, seguiste tejiendo los siglos. Eres tierra de eternidad y de misterio, eres como la roca inconmovible; te lamen las aguas del tiempo y apenas fijan sus cristales”. (Extraído de “De la vida Inkaika”)

“Un día alumbrará el sol de sangre, el Yawar Inti y todas las aguas de teñirán de rojo: púrpura se tornarán las linfas del Titikaka; de púrpura, aun los arroyos cristalinos. Subirá la sangre hasta las altas y nevadas cúspides. Terrible día de sol de sangre”. (Extraído de “Tempestad en los andes”)

Estos dos fragmentos representan fielmente el espíritu de Valcárcel. La belleza y el dolor unidos en un mundo, dos elementos indisolubles de una historia, cuyas heridas aún no terminan por cerrar. Justamente esto último es lo que quiso demostrar en sus textos, las terribles consecuencias que produjo la colonización en el mundo indígena (perduran hasta la actualidad).

Los colonizadores expropiaron a las poblaciones, reprimieron las formas de producción del conocimiento andino y forzaron a aprender la cultura de los dominadores como forma de subordinación. Buscaron todas las maneras posibles para que los indios se consideren como una raza inferior e irracional.  La concepción del trabajo fue tergiversada totalmente, pasamos de un agrarismo, en el que la relación hombre-naturaleza era de carácter divino y solidario, a una actividad laboral que fue la primera causa de mortandad entre los indígenas.

Valcárcel valoraba la concepción del trabajo en el mundo prehispánico para poder denunciar y acusar el maltrato que sufren los indígenas. Asimismo consideraba que se debe volver a esa reconciliación entre hombre-trabajo-naturaleza para poder alcanzar una purificación individual y reivindicación con nuestra propia historia.

“El amor a la tierra, la solidaridad y la cooperación en el vivir, la sencillez de las costumbres, la fecunda disciplina, el dinamismo volitivo, el hábito del trabajo, el predominio del interés social, el principio de la función como determinante del valor del individuo …”.

Según José Carlos Mariátegui, Luis E. Valcárcel, en su obra “Tempestad en los andes”, se viste de profeta con el objetivo de concientizar sobre la problemática indígena para poder renacer las buenas costumbres prehispánicas, todo ello con un afán de ajusticiamiento nacional. Cuando se habla de un pasado, obviamente no se hace referencia a una regresión total de los modos de vida que había en el Tahuantinsuyo (gran error que cometen algunas personas para criticar la importancia del inkario), sino que apunta hacia algo mucho más importante: el regreso al espíritu de una colectividad solidaria para la construcción del futuro. Solo esto nos ayudará a transformar nuestra nación. Hace hincapié en el desdén que se tiene hacia la tradición autóctona y alienta a los hombres de los andes a luchar y vivir haciendo honor a un pasado que consideraba “glorioso”.

“En el futuro, el Perú tendrá que volver la vista hacia la milenaria tradición agrícola de un pueblo como el andino, al que no le faltó nunca el alimento y que siempre mantuvo un alto índice de nutrición”.

Para Valcárcel, la colectividad lo es todo en la sociedad. El éxito del rápido progreso del Inkario se debió a dos factores principales: la cooperación y la solidaridad. Cada individuo de un grupo adquiría importancia debido a su participación en una comunidad.

Al igual que Gonzáles Prada, Valcárcel también fue crítico ante el cristianismo, considerando que el europeo concibe como síntesis de la existencia la conquista de ultratumba, a diferencia del pueblo andino, que vivió con un sentimiento de seguridad ante la muerte, alcanzando una confianza en el actuar de los hombres y en la alegría de su existencia. Luis A. Sánchez menciona que la Iglesia tardó cincuenta años en reconocer la independencia del Perú, dato muy interesante que permite sacar nuestras propias conclusiones respecto a los intereses de la iglesia en nuestra historia.

Hay que tener en cuenta que la postura de Valcárcel respecto a la colonización lo llevó a escribir algunos textos muy polémicos y debatibles. Se puede tomar como ejemplo el tema del mestizaje, respecto a ello opina lo siguiente:

“Se han mezclado las culturas. Nace del vientre de América un nuevo ser híbrido: no hereda las virtudes ancestrales sino los vicios y las taras. El mestizaje de las culturas no produce sino deformidades”.

Este concepto controversial que tiene sobre el mestizaje es contrastado con las ideas que sostiene José Uriel García en su libro “El nuevo indio”. Este autor propone una armonía entre lo andino y lo español, señalando que el mestizaje es el comienzo del americano total, un estado de espíritu en que se manifiesta la vida cotidiana y la voluntad de nuestros pueblos. El amestizamiento genera un nuevo espíritu que avanza hacia el porvenir y en la realización del “nuevo indio”. Las ideas de Uriel García son muy similares a las que propone José Vasconcelos en su libro “La raza cósmica”.

Es muy importante tener en consideración que la idea de “las razas” nacen con la conquista de América, siendo un eficaz instrumento de dominación social y de control del trabajo. Para Aníbal Quijano, hay una relación directa entre las nuevas identidades raciales y las formas de control laboral no pagadas y no asalariadas; desarrollándose entre “los blancos” la percepción de que el trabajo pagado era privilegio de ellos y no de los indígenas, ni de las personas de raza negra.

Por ello, Valcárcel persiste en escribir respecto al conflicto de las razas, considerando a los “blancos” como usurpadores, opresores, extraños y extravagantes, que no solo sustituyeron al espíritu indígena, sino también a una clase social. Resaltó que el Perú siguió siendo un pueblo de indios en proceso de concientización para la renovación y transformación del país.

Existe un predominio de la subjetividad y romantización del mundo andino en los textos de Valcárcel. La pasión y el desenfreno con que escribió y expuso el amor que tenía hacia sus raíces, la forma descarnada e hiriente de criticar la degradación de los andinos afincados en la capital y la exagerada añoranza del renacimiento incaico le ocasionó muchas interrogantes, polémicas y debates; sin embargo, uno de sus grandes méritos consistió en que supo luchar contra un contexto plagado de prejuicios generalizados sobre la inferioridad del indio y la terrible condición de vida que lo reducía a un simple siervo. Sus obras y actitud ante la vida son el reflejo de un hombre libre que siempre buscó la justicia y el bienestar de la comunidad andina.

En su condición de maestro, historiador y antropólogo ayudó a desentrañar y visibilizar uno de los grandes problemas que interfieren en la reconstrucción nacional. En sus escritos se evidencia que aún no hemos logrado deshacer la colonialidad, ya que esta permanece latente como forma de explotación laboral, en los actos de racismo y en la jerarquización de la sociedad (basta ver lo que ocurre en la actualidad). Mientras que no se resuelva estas cuestiones no podremos encontrar una identidad nacional.

Cada autor es una antena de su tiempo, Valcárcel lo fue de casi todo el siglo XX. Nació en Ilo el 8 de febrero de 1891 y murió en Lima el 26 de diciembre de 1987. La lectura de sus obras debe ser fundamental, especialmente en el ámbito educativo.

Comentarios

Trending

Exit mobile version