Lucho llegaba los viernes saliendo de la oficina. Por esos años estaba encargado de la parte legal de la compañía Aeroperu y se aparecía elegante e impecable, en medio del humo, la batahola y la baraúnda del antro. Entonces con su corte de otros abogados y hermosas secretarias, y a veces con Pilar, su esposa, se acomodaban en su mesa reservada y luego salía a bailar y a tocar la campana y hasta la madrugada.
Entonces lo conocí. En realidad me invitó a su mesa y conversamos y luego dijo para que vaya a su casa a escuchar música y a tomarnos unos tragos. Era la Lima de 1973, época del gobierno militar de Velasco y no la pasábamos bien. Un fin de semana me contó que se iba a EEUU y qué quería que me trajese. Y yo le dije que discos, que quería la colección completa de Machito y Graciela. Al cabo de unas semanas me llamó. Tenía mi encargo y que me lo llevaba esa noche a Los Mundialistas. Había llegado al mediodía a Lima y lo primero que se acordó era de mis discos. Horas más tarde, a mi compadre, el timbalero Armando “Pato” Ordóñez le trajo unos timbales carísimos y a mí me hizo esperar. Que mi encargo lo tenía en el carro, y que sabía que la esperada me iba a dar mucha sed. (Continuará…)