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Lucha Reyes / LA VIDA ASFIXIADA DEL RUISEÑOR

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1.

Canta Lucha Reyes y se disuelven los mandamientos divinos y aunque hoy siento que solo me canta a mí, siento que estos discos son la justicia que le falta al cielo que nos las quito aún joven como un designo de un castigo sonoro. Tenía 37 años y ya era un lucero de la madrugada que inauguraba sus días dolorosos. Pero es justicia poética que 36 años después, Lucha Reyes me vuelva a emocionar para que en este selección de discos, la encuentre en su reposo canoro, potente y desgarrado, melódico y estrepitoso, como fue su existencia, resonante de gemidos, cadencioso de lamentos, rumoroso de amores sonantes y crujientes.

El infarto musical que me produjo la desaparición física de Lucha Reyes en 1973, tuvo de sortilegio, embrujo y rito místico. Si es verdad que los cantantes no nos abandonan porque cuando graban un disco dejan su voz para la eternidad, la muerte de Lucha Reyes significó una fractura traumática en mi familia porque fue una mujer a quien quisimos como una hermana mayor. Ella, a partir de 1971, era un lujo para la casa de mis padres donde llegaba a cenar antes de presentarse en El Palmero, emblemático restaurant-espectáculo, en la residencial San Felipe de propiedad de Guillermo Stambury.

Lucha Reyes tuvo un esplendor fugaz pero contundente al inicio de una década henchida de amor por el Perú, la de los setentas. Pero fue un tiempo convulso y abigarrado de símbolos. Gobierno nacionalista, cambios sociopolíticos, asunción de un nuevo imaginario que hizo que el magma de aquello que se sabe “criollo” tuvo una auténtica edad dorara. Consolidados trío como Los Embajadores Criollos, Los Moruchos, Los Chamas, Los Kipus, la voz de Lucha Reyes fue un viento refrescante a un tiempo donde las voces maestras de Eloísa Angulo, Rosita Ascoy o Esther Granados –por mencionar a las más populares—fluían en una corriente criolla-barrial frente a la elegancia de Chabuca Granda y Alicia Maguiña y al empuje de voces juveniles como los de Tania Libertad o Lucia de la Cruz.

 

 2.

¿Y usted conoce a Lucila Sarcines Reyes? Le cuento, ella es Lucha Reyes, nació el 19 de julio de 1936 en un hogar humilde del Aromito en el Rímac, uno de los barrios con mayor tradición del autentico criollismo limeño a quien Humberto Huambachano compusiera su emblemático: “Barrio bajopontino”: (…) De locas mocedades, / de Peral, el molino, / de lejanas edades. / Viejo barrio de vergel, /de poetas y cantores, / de pintores al pastel, / y de guapos bebedores”. Ahí la joven Lucila acadenciada con los redobles de las jaranas de callejón decente y de los ritmos atronadores, aprendió que el desparpajo de la autenticidad del acústico autentico. De allí la savia fonética de alegría galvanizó aquel dolor que sintió desde que se dio cuenta que vivía en un lar inmisericorde de carencias y privaciones. Al año le contaron que Tobías Sarcines, su padre, había muerto de un mal desconocido y que doña Lucila Reyes, su madre, tenía que lavarle la ropa a todo el barrio para mantener a sus 15 hermanos.

Desde ese tiempo venía la agonía de su dolor. Y luego se tuvieron que marchar a ‘los barracones’ del Callao, a la calle Marco Polo, en la Mar Brava. Y no era una niña y supo de la promiscuidad y las impurezas. Ya adolescente precoz, regresó a Los Barrios Altos, Calle Mercedarias, donde descubrió aquel acervo que la salvaría de ese infierno tan temido. Pero no escribo de su vida patrocinada por la desgracia. Hablo de sus herencias que son asilo para todas las soledades. La primera vez que la escuché cantar en “El Rinconcito monsefuano” de la Tía Peta a la salida de la Av. Grau. Sentí que estaba ante una cantante distinta. Ese arrastre de su voz, aquella tesitura de sus giros musicales y la intensidad en su expresión de dulces baladros en “Regresa”, “Abandonada” o, “Como una Rosa Roja”, valses que están grabados en mi corazón, y en la de todos los peruanos.

De “La Morena de Oro” se saben detalles de una vida aciaga y decenas de pasajes que hoy no viene al caso tocar. Pero sí, su entrega a la música límpida de una voz del desgarro intramuscular. Que tenía lamento lo tenía. Como escribió Jerónimo Pimentel: “Ella murió, como todo mito, joven, diabética, con una tuberculosis mal curada. Su fama apenas le duró 3 años, pero su leyenda obtuvo proporciones y murió, como punto final de un guión imposible pero perfecto, en la víspera del Día de la Canción Criolla. Casi, como diciendo que nunca más se entendería una cosa sin la otra.

 

 3.

Tulio Mora, en su poema “Luisa Reyes (1933 – 1973)” escribió con el mismo desgarro: Y cómo pretender la voz más pura sin traicionar a mis estrellas, / sucias de moho y esputo. / Y cómo pretender el vals eterno / sin dejar en las ventanas sangre niebla smog y no morir. (De “Cementero general”, 2ª edición, 1994). Y el joven poeta Róger Santiváñez en su libro “Antes de la muerte”, dentro de la saga que le escribe a su padre muerto, escribió también: “Poema para Lucha Reyes”, donde expresa: “Negra, puedes pasar por aquí, puedes hacerlo/ y encontrarme escondido entre las sombras/ deslizándome hacia lo más profundo de la butaca (…)” Cierto, versos que también sirve para la redención de la silente muerte. “Ahora tal vez la muerte no sea una bella palabra. / Tus ojos negros me miran, se aferran suavemente/ a un hilo de vida, al silencio de tus labios/ en el que leo tu nombre pronunciado con amor y/ una flecha de soledad disparada al mundo (…)”. Y yo agregaría, al eterno estruendo de su voz.

Lo inolvidable es un valor que tiene anclaje en el corazón antes que en la memoria. Lucha Reyes le agrega un nuevo matiz a su estampa en esta primera entrega: una luz que sale de su presencia y un fuego que escapa de su voz. Cuando interpreta al poeta Juan Gonzalo Rose en “Tu voz”: Inútil es decir que te olvidado…nos dice que ella vive, persiste y que existe amen del tiempo. Pero al escucharla interpretar a Chabuca Granda, no hace más que recoger un ‘tempo’ que la ‘Flor de la canela’ solo posee en su versión original. Cadencia, altura y profundidad en un solo trino.

Igual ocurre con Laureano Martínez Smart, compositor casi inadvertido por el recuerdo. Gran poeta y con “Hace tiempo”, Lucha Reyes nos refresca aquello que tiene la identidad, el ser equivalentes no por igualdad sino por complementariedad. De los 16 temas de este volumen, hay un solo motivo que está definido en el nombre de un valse “¿Qué cosa tú me has hecho?” de Ángel Bagni Stella. ¡Vaya abanico el de este disco! ¿Y qué nos hizo Lucha Reyes? Nos dejó un legado inmarcesible para ser vuelto a oír, y aunque muerta, su voz, inútil es decir que se ha olvidado.

Fue doña Amparo Baluarte quien escribiese: “sin embargo tú no has adivinado, el misterio que encierra esta sonrisa, quiere ocultar lo mucho que he llorado, es un sollozo que quiere ser risa”. Y acaso no fue así la vida de Lucha Reyes. Amor, dolor y más amor. Y que en este segundo volumen se nos muestra con un bouquet profundamente amoroso con temas de grandes compositores del acervo criollo peruano. Juan Mosto, Polo Campos, Pedro Pacheco, Félix Figueroa, por nombrar a los más conocidos, tienen su impronta registrada en la voz de Lucha Reyes. A cada uno de ellos “La morena de oro del Perú” le diseña un sentimiento, en cada tema hay un aire distintivo, en cada fraseo, una contingencia maravillosa del instante inspirado. Ese es el atractivo de una artista que nos llevó a recorrer por todas las estaciones y pasajes de nuestra música. Para Lucha Reyes nunca existió tema complicado. Su voz fue un terciopelo de matices que le daba lustre a la compleja construcción de un imaginario que se hubiese prodigado en el tiempo. Gastado por la memoria vacua, pero que su voz prodigiosa lo debuto con el mayor de los brillos para siempre.

Las leyendas existen galvanizadas a los mitos. Lucha Reyes lo es. De ahí que esta entrega, intenta hacer una especie de memoria viva con un ramillete de composiciones llenas de experiencias vívidas del repertorio más entrañable de la cantante. Y no se puede dejar de hablar de un valse insignia. El emblema que catapulto a nuestra cantante a un lugar en la evocación nostálgica de su pueblo. Cuando Lucha Reyes interpreta “Regresa” de Augusto Polo Campos, nos desgarra el alma. Es poesía popular y cultura vital. Es encanto y nostalgia. Larga esperanza y cara melancolía. Es acervo y memoria. Así, la música de Lucha Reyes, es parte esencial del alma del Perú, de sus gentes y su historia. Y de eso se trata, de organizar su trayectoria, de hallar sus orígenes, de observar su devenir y de mirar sus horizontes inconmensurables. De ahí, mientras escuchamos a Lucha Reyes y cuando se escriba la historia de la canción popular latinoamericana, ella tendrá un lugar de privilegio, como Libertad Lamarque, Celia Cruz o Chavela Vargas. De lo prodigioso de su voz, la conjugación armoniosa de su expresividad poética y de su inspiración musical, más el extraordinario personaje humano que fue en su rutilante paso por la vida, solo me queda decir: “Regresa”, Lucha Reyes.

 

 4.

Al hablar de música criolla de nuestros ancestros, casi siempre se toma como referencia a los añosos barrios de Lima. Pero nuestra música es mucho más que el acento de su capital. Es sinfonía popular que atraviesa el Perú de manera integral. Este IV volumen, por ejemplo, es una muestra de la ductilidad de Lucha Reyes para poder entonar esa galvanización de un estilo de cantar lo nuestro en sus infinitas facetas. Valses, polkas, marineras, tonderos y tristes, se reúnen en este disco para una suerte de vademécum musical de lo nacional. Esa versatilidad de Lucha Reyes, es el corolario de su simple vida y su existencia intensa. Incluso, ella al forjar un estilo, creo un formato musical. A las guitarras y cajones el incluyó el saxo y el acordeón. Así, impuso un registro como quien bordaba el trenzado del ancestro y el ojo del visionario. Lucha Reyes es peruana pero desciende de los fastos de africanos. De allí que no haya vergüenza en su tesitura. Es música y religión. Y Lucha Reyes, asumió el encargo de sus orígenes, de sus genomas y su cadencia. Por ello entendió que en su voz que se hacía canción, existiría para siempre ese sincretismo de fe y de esperanzas. Música de tiempo “a”, cantante de todos los tiempos.

Cierto que el valse “Mi última canción” de Pedro Pacheco fue un testamento que nos duele al volverlo a escuchar una y otra vez y de ahí su fascinación. Pero intentar recuperar su vigencia no ha sido fácil. En cada tema hay una historia, en cada verso una ilusión, en cada frase su corazón. Lucha Reyes hasta nos canta boleros. Porque fue nuestra Edith Piaf o Ella Fitzgerald. Que entre la adversidad de su vida dolorosa, el canto la hizo digna. Hay en sus interpretaciones el sonido de un corazón trenzado al rumor del mar, a las sordas cántigas del cielo generoso y Lucha Reyes les proclamó y prometió a grito pelado que desde ese día sus himnos se harían canto para entibiar las iras del alma y darle resuello a los espíritus tristes.

Dijo más, que su música sería el fresco murmullo que vigorizaría las alegrías de su gente, los desterrados del lujo, los amantes de los besos intensos, los creyentes de la poesía simple que tienen la mirada de ojos probos. Y vuelvo a escuchar sus himnos al amor ajeno, el amor amortajado, el amor inmortal. Y ese ‘larga duración’ no armoniza la predestinación de su vida estrangulada por los micrófonos jalados por gorriones de la mala suerte, de la mala leche, de la mala vida. Así, el vinilo Lucha Reyes se hace eterno.

 

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