Contra el influjo de la academia y de los doctos, el lenguaje es constantemente revitalizado por la poesía. Pensemos sino en Baudelaire, Pound, Eliot o Vallejo. Inicialmente rechazados; aceptados con escepticismo, luego; exaltados como genios, finalmente. La poesía cumple, pues, con la gran tarea de acercar el lenguaje a los nuevos tiempos; de traducir el mundo en palabras; convertir lo concreto en materia sensible y espiritual. Antes que la filosofía, antes que la razón y la ciencia, incluso antes que la historia misma, la poesía, cuando es, es reconocida como verdad; una verdad que trasciende y se instaura, paradójicamente, en lo atemporal y universal. El lenguaje no sería sin la poesía.
Escribo esto y se me viene a la mente la imagen de Verástegui, poeta mayor que de forma absurda aún no termina de calar en la conciencia de nuestra academia; tal vez en diez, quince o veinte años los mismos que hoy lo hacen invisible no hagan sino lamentar su muerte y lo reconozcan. No hay nada que lamentar, suele ser así con los que ven más allá. La poesía, como el tiempo, como la vida, no se detiene.
Es comprensible, entonces, el malestar de muchos cuando reclaman que los poetas de hoy no terminan de ser poetas porque no se atreven, porque no arriesgan. La poesía no es escribir bien, no es escribir bonito, “poetas” como esos abundan. No es necesario repudiar sus creaciones; esos libros, vanamente impresos, se apolillarán, desaparecerán; no habrá quién los recuerde salvo alguno que en el futuro evoque un archivo o encuentre por allí algún estante olvidado. No es necesario ser un gurú para decir que hoy en nuestro país muchos –la mayoría- andan perdidos añorando convertirse en un Hinostroza, en un Cisneros, en un Eielson; todos ellos poetas mayores que, sin embargo, ya vieron su tiempo; hoy toca, pues, ver otro.
Pero hay de los que arriesgan; los menos que siguen escarbando en su tierra; laborando constantemente –inconscientemente, algunos- y que, esperemos, sigan en lo suyo, aprendiendo de a pocos, equivocándose muchas veces, pero buscando. Pienso, por ejemplo, en dos jóvenes, Luis León, autor de Bástate alegría (Paracaídas editores, 2012) y Kevin Castro, autor de Los tiempos jurásicos (C.A.C.A. editores, 2013), de quién pasaré a comentar a continuación, brevemente.
Los tiempos… se nos presenta como un libro irreverente. Cargado de un espíritu temerario e innovador, el libro, no obstante, ha sabido apelar adecuadamente a la síntesis del culto por la revolución cultural estadounidense de la segunda mitad del siglo XX con el espíritu tecnológico de los nuevos tiempos, entablando una clara relación de dependencia de lo primero ante lo segundo. Estructuralmente, por ejemplo, el libro se encuentra divido en dos partes tituladas “Lado A” y “Lado B”, como los viejos casetes, cuyas páginas inaugurales, sin embargo, llevan una tipografía que asemejan los códigos binarios de una computadora.
Pero lo que encontramos tras las páginas de Los tiempos… no es una devoción autista, cerrada o alienante; por el contrario, nos encontramos con una propuesta que busca reflexionar sobre la tremenda paradoja que existe entre la admiración por la modernidad y el terrible desencanto que conlleva el hacerlo desde una sociedad marcada por el retraso, la violencia y la desigualdad; elementos totalmente contrarios a la fantasía que los tiempos modernos proponen a través de la exposición de consumidores felices; de allí tal vez la relación con el título “Los tiempos jurásicos”; la extrañeza de ser algo que no debería existir o existir en otro lugar, en otro tiempo que, además, no se desea. A partir de esto, entonces, podríamos entender el texto a partir de dos grandes tópicos: a) la locura como único medio para superar el cisma entre la felicidad que se anhela y la realidad en la que se habita; y b) la traducción de las emociones a partir de un nuevo lenguaje común a los nuevos tiempos.
Lo primero se encuentra muy bien desarrollado en “partituras elementales (oh marie)”, en una clara alusión al tema de Louis Prima, cuya letra será parte elemental de la estructura del poema:
yo debería tocar el saxo
oh sí
debería tocar el saxo bajo el puente de santa anita
y hacer bailar a los mendigos
oh Marie
in your arms i’m longin’ to be
En este poema se puede notar como el yo lírico anhela vivir en un mundo afín con su alegría que, empero, no existe. Como consecuencia, sin embargo, lejos de deprimirse, el enunciador buscará esta felicidad en la locura, en un sinsentido capaz de transformar todo, un mundo donde la felicidad, la magia y la fiesta se instauren de forma perpetua y para todos, dejando de lado las preocupaciones que los aquejan constantemente, eliminándolos de la conciencia o cambiando su sentido:
oh Marie
yo debería tocar el saxo en el larco herrera
y enloquecer a los internos
saldríamos a las calles
y cantaríamos el jazz del enema
¡no más enemas señor presidente de la república!
trirurì trirurì
pintaríamos el pasto de azul
porque el verde ya aburre
y descoseríamos
con espinas de san pedro
los pantalones de los policías
El yo lírico buscará transformar todo con tal de hacer de su espacio el escenario idóneo para su emotividad, aun a costa de la razón misma. Todo con tal de no claudicar, de no verse sometido. Hay mucho de contestatario y subversivo en los versos que ven en la autoridad misma parte del status que debe ser abolido, algo muy bien expuesto en los versos que refieren a los niños como los integrantes de un ejército ideal para combatir al Estado y el establishment:
Yo debería tocar el saxo
En los barracones
Y hacerme de un ejército de niños
Que defequen conmigo en las puertas de los ministerios
La casa de la literatura
Las facultades de letras
Las revistas de crítica
Los poetas contemporáneos
Y esos niños serían los nuevos rockstars de la nueva literatura
Y los nuevos poetas serían menores de diez años
Y la nueva literatura sería como cogerse a una monja ninfómana en
plena cuaresma en pleno centro cívico a las ocho de la noche
realmente emocionante y no como las mariconadas que
se produce en estos tiempos
Algo de esto también encontramos en “El manifiesto de Ronald McDonald (dis faquín shet)”, poema en el que Ronald es definido como un sujeto de nacionalidad peruana que, tras llegar a los EEUU y presenciar y contagiarse de toda la modernidad y felicidad que habita en ese espacio, aparece inexplicablemente en un bar limeño en donde comienza a lanzar una serie de palabras ininteligibles para el resto hasta que llega una traductora (de IDAT) para hacer llegar su mensaje al resto. El yo lírico, esta vez rememorará el evento en tiempo pasado:
Ayer Ronald McDonald estaba parado encima de una silla con un papel en la mano
decía cosas ininteligibles
de rato en rato tomaba un poco de agua de un tomatodo
(aunque probablemente era ron blanco o pisco o vodka)
A mí me daba curiosidad
y me acerque y le dije
‘oye, Ronald, nadie entiende lo que dices’
Ronald me respondió ‘ai don andersten yo misterish languash, boi’
entonces una muchachita estudiante de traducción de IDAT
se acercó a él y le dijo algo al oído
No puede dejar de llamar la incomunicación que es planteada desde el título mismo del poema. Ronald, en concordancia con lo señalado, representa ese mundo moderno que se presupone feliz, que nos acompaña materialmente pero con el que, paradójicamente, no podemos establecer un puente hacia lo que nos ofrece. Imposible no pensar en toda la tecnología que nos rodea y que al mismo tiempo no acaba de corresponderse con el tipo de vida que llevamos, tan disímil con la que esperamos alcanzar.
Por otro lado el poema “Visiones/Todos los DJs comen vacas pirotécnicas” nos muestra un intento por elaborar un lenguaje que evoque un tópico tan clásico como la nostalgia amorosa traducido a partir del uso de nuevos elementos en el lenguaje poético “cotidiano”:
Me mude allí aunque tu vivías al otro lado de la galaxia y ya
no alcanzaba la señal de nuestra telefonía móvil ni habían
transbordadores que llegasen a algún lado.
Algo semejante puede encontrarse en “Cánticos de alabanza”, en el que se busca develar y cuestionar mediante la figura del Dios cristiano las muchas limitaciones espirituales que su culto ofrece. Este tópico nada novedoso se encuentra, no obstante, reelaborado a través de la inclusión de elementos propios de una sensibilidad nueva que no se limita a la simple inclusión de neologismos, sino a través de un tono y sensibilidad que por momentos se perciben propios de un nuevo espíritu de época:
no olvides santo dios
que metallica tiene más likes que tu página de Facebook
oh señor, señor de los cielos
señor de los mares
la tierra
los niños con hambre
los palestinos bombardeados
los homosexuales perseguidos
los gatos sin cola
oh señor aplaca tu ira
tu rabiosa ira
señor
y sé misericorde
oh dios
con estos pobre mortales
que tienen una bomba de hidrógeno
apuntándote a la cabeza
Por todo lo hasta aquí señalado Los tiempos jurásicos señala el inicio de una búsqueda que, aunque personal, se colige con un innegable cambio de época, plagado de elementos que tal vez muchos no terminamos aún de asimilar –y otros, quizá, jamás lo hagan. Cabe recalcar que la aparición de un poemario de esta naturaleza no es accidental, sino que corresponde con toda una generación que se encuentra forjándose –los interesados podrían buscar lo elaborado por el mexicano Yaxkin Melchy- y a la que los que en mayor o menor medida nos dedicamos a la “crítica” o “glosa” debemos estar atentos, libres de prejuicios y conservadurismo recalcitrantes.