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Los premios, por Fernando Bogado

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Con una flamante condecoración encima por parte de la Americas Society, el presidente Mauricio Macri sigue su gira por Estados Unidos en busca de inversores que apuesten por un mercado cada vez más dejado a la mano de dios. Que, para este tipo de perspectiva celebrada y vigente en la Argentina, no es otra cosa que la ya sabida mano invisible que regula la oferta y la demanda.

Sirve y asusta como dato saber que el último presidente argentino que recibió la misma “insignia de oro” fue Carlos Saúl Menem (1989-1999), cuyo gobierno fue responsable de una abusiva convertibilidad peso-dólar que llevó al país a la terrible crisis institucional y económica de diciembre de 2001. Ahora, Macri es celebrado por un congreso de CEOs y economistas que aplauden cuando el presidente argentino establece las dos características determinantes de su mandato: terminar tanto con el populismo como con el aislamiento comercial del país más austral del mundo.

En lo que se refiere a la prometida “lluvia de inversiones”, esa cosa que Macri marcó como una de las cosas que llegarían una vez en el poder, el panorama no puede ser más negativo. La victoria de Trump y la limitación de acuerdos comerciales con países extranjeros tiró por tierra el plan de Macri, además de ver como principal contrincante en lo que se refiere a relaciones comerciales internacionales a diversos países asiáticos, entre los que se encuentran China y Japón. Y a esto hay que sumarle el hecho de que, mientras Macri está en Estados Unidos, el propio Trump sigue con su gira asiática, lo cual no plantea el mejor horizonte para tantas ganas de conquistar empresarios y al propio presidente de todos ellos.

En lo que se refiere a su “lucha contra el populismo”, el discurso de Macri no puede ser menos preocupante. Caracterizando a la gestión anterior como una red de fraudulentos totalmente organizada, la idea de que “vino a terminar con la corrupción” se impone mientras el propio presidente está acusado de tener compañías off shore presentes en los Panamá Papers, junto con otros miembros de su gabinete. Borra con el infame codo lo que trató de escribir con la mano.

Quizás lo que preocupe es esa constante caracterización de todo lo realizado en estos últimos años como parte de una política populista. En principio, el término se usa despectivamente cuando todos los proyectos populistas latinoamericanos, o su mayoría, apostó siempre por la justicia social y la mejora en la calidad de vida de los más marginados. ¿Puede el pueblo argentino estar tan ciego frente a una serie de discursos y políticas que atentan claramente contra la mayoría? ¿Qué decir de estos aparentes nuevos compromisos cívicos que no son otra cosa que una política de ajuste camuflada de acuerdo social? Como en la década menemista, parece que lo que nos queda es aguardar, atentos, a ver cómo se desarrolla una presidencia que en lugar de apostar por el trabajo bien remunerado y el desarrollo del comercio interno, espera el milagro de la inversión extranjera. Y mientras, se conforma miserablemente con un premio.

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