De los cientos de poetas que aparecieron en Lima a inicios de los noventas, pocos son los que amaron o aman la vida como Jorge Luis Obando, un obrero, activista, editor y escritor que apareció un día por la ANEA del jirón Puno, hablando en voz alta y peleándose con un grupo de bardos que soñaban con llegar vivos al año 2000 –y por eso se autodenominaron Aedosmil–. Más de 25 años han pasado desde que el estruendo de la poesía se entremezclaba con el furor político y la confusión ideológica de esos años. Pocos sobrevivieron a la hecatombe de la palabra y la caza de brujas que vino con el sátrapa Fujimori. Y mientras unos se dedicaron a ganar concursos o ser “famosos” cueste lo que cueste, otros optaron por viajar, (sobre)vivir intensamente y/o escribir lejos de las lupas de los entomólogos literarios.
Hoy, Jorge Luis Obando, el gran amigo y hermano nuestro, se está muriendo de cáncer, los médicos lo han desahuciado, todas las quimioterapias se han caído y, como él mismo dice, con el humor negro que lo caracteriza: solo está esperando el “sorteo”. Ya no hay nada que hacer. Pero mientras la parca alista su hoz (sin martillo) que tarde o temprano nos alcanzará a cada uno, Obando ha decidido ponerse de pie y aferrarse a la poesía casi como una terapia. Hace unos días se escapó del hospital Militar donde está internado y acudió a un recital de homenaje que se le hizo con los libreros de Amazonas: Rafael Alvarado y Rodolfo Moreno; la gente de Mammalia: el buen Santiago Risso; y los viejos Aedos encabezados por Percy Hinostroza, Pedro Chung, Julio Aponte, Juan Benavente, Ángel Izquierdo Duclós, Charo Paloma, Victor Bradio y Apu Runco.
La fuerza de este hombre que apenas camina y al que tuvimos que ayudar a bajar y a subir al taxi y cogerlo de los brazos para acercarlo a los micrófonos, no tiene parangón. Esa es la poesía que muchos esperamos escribir algún día, comparable quizás con el último poema de Víctor Jara trazado en dos hojas de cuaderno, antes de ser fusilado por sus verdugos en el Estadio Chile o el último libro de Pablo Guevara diseñado (incluso eligió los colores de la carátula) y pergeñado contra todo pronóstico cuando los médicos lo dieron por muerto un mes antes de su real partida.
No obstante, las hazañas de Obando quedarán para siempre en nosotros, sus aventuras, sus elucubraciones, sus peleas a puño limpio, sus épater les bourgeois que, entre otros hechos, lo llevó a vomitar encima del escritorio de uno de sus jefes de turno y ser echado a la calle sin ningún derecho laboral. O cuando era muy joven y viajó a un país vecino, buscando a unos viejos barbones, para luchar contra la plutocracia, el imperialismo y sus exequias, y lo mandaron a pelar papas, él que, alguna vez, había sido soldado en el ejército peruano y al que lanzaron a la calle por un traumatismo encéfalo craneano y con una sordera que hasta el día de hoy conserva.
Jorge Luis Obando Rojas partirá un día, un mes o un año de estos, y también cada uno de nosotros, pero qué bacán morir amando a la poesía, qué bacán morir hablando de belleza y de la palabra que nos sobrevivirá y será el ejemplo redivivo para los niños que vendrán.
PD: El poeta Obando necesita sangre con suma urgencia. Comunicarse con la Sra. Flor: 960142978.