Nacida en Buenos Aires en 1973, Mariana Enríquez pertenece a la segunda generación de escritores post-dictadura argentina, junto a Samantha Schweblin, Pola Olaixorac, Ariana Harwicz, etc. Autora de libros de ficción y no ficción, publicó su primer cuentario “Los peligros de fumar en la cama” en el 2009, teniendo en consideración que algunos de estos relatos ya habían aparecido en distintas antologías de su país. Este volumen está compuesto por doce historias que giran en torno a un cosmos narrativo formado por lo fantástico, lo terrorífico, lo patológico y lo realista. Entrar en él es sumergirse a los espacios desconocidos que nos habitan y que tratamos de ignorar por creernos civilizados. Algunos de los tópicos más utilizados son la muerte (tentación por conquistar la inmortalidad), la violencia y el erotismo (deseo de vivir con intensidad y fundirse con el objeto amado).
Es un libro cruel y valiente, pues niega la sumisión banal a la dictadura del entretenimiento (tan común en estos tiempos), obligándonos a tomar una postura frente a situaciones extremas. Según sus propias declaraciones, los personajes que utiliza son “técnicamente reales”.
Uno de los objetivos de la narrativa de Mariana, lo ha reiterado en diversas entrevistas, es demostrar que las creencias populares de terror, pese a que no sean catalogadas como canónicas por provenir de los iletrados, poseen una gran riqueza artística y cultural. Por ello es que los espacios físicos de algunas historias están situados en zonas periféricas. Es interesante recordar lo que Faustino Sarmiento mencionaba en su libro “Facundo” sobre que los focos civilizados eran las ciudades y que los campos representaban la barbarie. Asimismo, Ángel Rama afirmaba que la ciudad era el único receptáculo posible de las fuentes culturales y que construían una sociedad civilizada sometiendo el vasto territorio salvaje de las periferias.
Todo esto guarda relación con la mayoría de personajes del libro de Mariana, pues, desde una perspectiva “civilizada” y “centralista”, estos aún viven en un estado salvaje ya que son capaces convivir con el espíritu de una niña desenterrada, con la maldición de un mendigo despreciado, con los espíritus de niños desaparecidos y asesinados, con los rituales de una bruja de pueblo, con dos adolescentes que terminan devorando el cuerpo de su ídolo musical, con adolescentes que se masturban hasta sangrar, con adolescentes perdidos que un buen día aparecen para espanto de sus familiares, de seres que se desdoblan, etc.
Esa atmósfera salvaje e incivilizada se desarrolla en cuentos como “El desentierro de la angelita”, “La virgen de la tosquera” y “El aljibe”. Los acontecimientos están demarcados por las creencias y supersticiones populares de una comunidad ajena a lo “racional”, pero que es totalmente efectiva, como es el caso del pedido que hace la adolescente Natalia a la Virgen de la tosquera para vengarse un amor no correspondido y que termina por cumplirse.
“Tiene un manto blanco para ocultar, para taparla, pero no es una Virgen. Es una mujer roja, de yeso y está en pelotas. Tiene los pezones negros.”
“(…) que tenía un pelo muy lindo, negro y largo, más oscuro y más sedoso que el de Silvia y que cuando se le acercó, el falso manto blanco virginal se le cayó solo, sin que ella lo tocara, como si quisiera que Natalia la reconociera. Entonces le había pedido algo”
Mariana incrusta en estos textos una vertiente muy poca desarrollada en la literatura Hispanoamérica que es la de mezclar los mitos, las leyendas y creencias de un pueblo con el subgénero de terror. Esto lo lleva al límite con la estupenda novela, ganadora del premio Herralde, “Nuestra parte de noche”. Otro autor que también utiliza este recurso es José Donoso, especialmente en su monumental, barroca y extraña novela “El obsceno pájaro de la noche”. La diferencia entre ellos es que mientras que en el chileno se aprecia una atmósfera surrealista y delirante, como si se tratase de una pesadilla que solo existe mientras tenemos los ojos cerrados, en la de Mariana se percibe como algo real y que forma parte de nuestra vida diaria, pero que a veces ignoramos por simple cobardía.
Todas estas situaciones aspiran a consolidar una gran iconografía de terror que subyace en los distintos tipos de violencia y que sirven como denuncias a una sociedad que margina y asesina.
Hay que tener en cuenta que los relatos de terror de Mariana no son instrumentos de diversión y escape (como se mencionó al inicio), sino que en ellos se reflejan los miedos colectivos e históricos de una sociedad. Elton Honores, en su libro “La civilización del horror” afirma que hay dos tipos de efectos de terror:
Terror oblicuo o intelectual: el terror es sugerido e intuido, más cerebral o psicológico.
Terror frontal o emocional: se describe, se muestra, es más emotivo o visceral.
En el caso de estos cuentos, se percibe una mayor concentración en el terror emocional, pues las descripciones son más realistas y descarnadas y los personajes actúan vertiginosamente. En el cuento “Dónde estás corazón”, una adolescente tiene un extraño fetiche sexual con los latidos cardíacos. Un día descubre en internet a otros fetichistas que comparten los audios de sus latidos cardíacos y esto ocasiona un desenfreno sexual. El cuento finaliza de una forma muy extrema, le pide a un chico lo siguiente:
“Ni siquiera protestó cuando le dije que estaba aburrida. Que quería verlo. Apoyar mi mano sobre el corazón despojado de costillas, de jaulas, tenerlo en la mano latiendo hasta que se detuviera, sentir las válvulas desesperadas en un abrir y cerrar a la intemperie. Solo dijo que él también estaba cansado. Y que íbamos a necesitar una sierra”.
Se incrusta el asunto de la enfermedad como rasgo literario (¿literatura + enfermedad = enfermedad?), pues a través de ella se metaforiza, no solo un contexto social y/o político post-dictadura, sino también los abismos de la existencia humana plagada de ausencias, silencios y tabúes.
Otro cuento donde se desarrolla un terror visceral es en “Carne”. Aquí se lleva a cabo la necrofilia y la antropofagia practicadas por las adolescentes Mariela y Julia sobre el cadáver de un rockero exitoso (Santiago Espina), ocasionando dos reacciones distintas: la aceptación y envidia por otras adolescentes fanáticas de Espina y el rechazo de los adultos.
“Pero la inhumación era apenas el principio. Las chicas habían abierto el féretro para alimentarse de los restos de Espina con devoción y asco; alrededor del hueco daban testimonios de su esfuerzo los charcos de vómito. Uno de los policías también vomitó. Dejaron los huesos limpios, le dijo a la televisión y el conductor, estremecido, se quedó sin palabras por primera vez”
En estos cuentos no aparece el tema del heroísmo, pues en las atmósferas de terror el miedo es totalmente colectivo. El historiador Jean Delumeau mencionaba un tipo de miedo que se acopla a este libro: “el miedo espontáneo”, pues afecta a toda una población y a todas las clases sociales, y que además son cíclicas.
Toda la crueldad inmersa en estos doce relatos que conforman “Los peligros de fumar en la cama”, provoca una reacción en nosotros para romper la pasividad y la indiferencia ante lo que ocurre en el mundo real, nos hace reflexionar y e intuir lo que somos capaces de hacer en un momento de vértigo, pues como afirmaba José Ovejero en su libro “La ética de la crueldad”:
“Los detalles sangrientos, morbosos, sádicos, la detallada representación de carnicerías, torturas, violaciones, no pretenden a menudo provocar una reacción dolorosa en el lector / espectador, sino que en realidad satisfacen sus deseos”.
No hay que dejar de lado que toda perversión permite un cuestionamiento a la autoridad, asumiendo una posición contrahegemónica y en contra de la moral dominante.
Escritores como Mariana Enríquez, Charles Baudelaire, Roberto Bolaño, El Conde de Lautréamont, William Faulkner, Cormac McCarthy, Osvaldo Lamborhgini, Sade, entre otros, exploran el horror y la violencia porque la vida burguesa les parece totalmente deshumanizante y aburrida.
Quizás la literatura nos enseña a morir valientemente.