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Los ojos del camino, de Rodrigo Otero (2017)

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Parece que escucho a lo largo de toda esta película una voz (casi arrulladora, algo desgastada, sufriente, insistente, a veces muy didáctica) que habla de algo que se está apagando. Como si el mundo andino, que nos podría salvar (esta es digamos la hipótesis) con su desconocida sabiduría para desgraciadamente la mayoría de nosotros, se está perdiendo, y es poco lo que se puede hacer por él. Y por nosotros. Más que una voluntad de lucha hay un ¿fatalismo? ¿derrotismo?, un hondo dolor, un claro lamento. Es una voz que entristece, y atraviesa el corazón.

Las manifestaciones más evidentes de una si se quiere inteligencia superior estarían en estas imágenes de la bella naturaleza, misteriosa, majestuosa, que sosiegan, deleitan, transportan e hipnotizan; naturaleza ya amenazada y afectada y cada vez más y más destrozada y destruida por las huestes implacables de algo que nos han vendido como el progreso y el bienestar, es decir, el nuevo gran mito, la nueva gran religión, el nuevo ‘misticismo’ que nos está destruyendo aquí y ahora y en todas partes.

No sé cuánto importan los nombres y las formas: Apus, Conciencia ecológica, etc., pero si algo me parece indudable es que la conexión con la vida está dañada, en la mayoría de nosotros, y no es ningún progreso cualquier sistema que provoque y estimule semejante situación existencial. Si todo será destruido al final.

Me hubiera gustado dejar a la voz de la naturaleza hablar más por sí misma; entiendo el apremio por dar el ‘mensaje’. La voz que da vida a la película puede ser incluso algo cargante y un poco llorona para mi gusto en algún momento pero es una voz que aún así cala en el interior y hace que uno busque alguna respuesta dentro de sí (en su propia, e íntima, ‘naturaleza’). Esas fuerzas oscuras y a la vez luminosas que cada ser debe buscar dentro de sí, que cada quien debe interrogar, para que su vida tenga algún valor. Esta es una película que éticamente hablando merece nuestra más alta consideración.

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