Por Tino Santander Joo
Soy un antropólogo vinculado al movimiento social y desde muy joven he participado en las luchas de los pueblos, comunidades, trabajadores, frentes de defensas, gremios estudiantiles. Muchas veces he sido un observador participante y casi siempre un protagonista de segundo orden. Esta vinculación me ha permitido conocer la diversidad de reivindicaciones, demandas, y exigencias de los diversos países que habitan el territorio nacional que llamamos Perú.
No existe el Perú, como nación. Somos una confederación de tribus que armonizan intereses para coexistir, pero que cada una tiene su tótem, sus símbolos, y particularidad cultural. Los banqueros tienen como símbolo el dinero y la usura; las comunidades andinas y amazónicas tienen rituales religiosos y culturales que los unen; los cholos expresan el mestizaje. Son los nuevos indios que describió Uriel García, los que están construyendo el nuevo país. Este sector se ha convertido en el enlace espiritual, económico, y social de las tribus peruanas que a través de la informalidad achorada e incluso de la formalidad jurídica se vinculan con el Perú occidental y con la migración venezolana.
Esta confederación de tribus busca reconocimiento social y económico. No tiene la ansiedad por el estatus de las clases medias, pero luchan por servicios básicos (diez millones de peruanos no tienen agua ni desagüe); demandan vivienda digna y aspiran que el gas, el transporte, la salud, y la educación sea igual para todos y no un privilegio de los políticos o de los que tienen dinero. Muchos de estos sectores están organizados en diversas organizaciones sociales y son la vanguardia del movimiento social.
Miles de hombres, mujeres, y niños, se han movilizado por diversas causas, han sido reprimidos con brutalidad, como si se trataran de invasores o de enemigos peligrosos en su propio país. El militarismo y la policía al servicio de los grupos de poder económico han asesinado a miles de dirigentes sociales con la mayor impunidad. Podría citar ejemplos que no cabrían en esta nota, sin embargo, una de las más crueles de estos últimos tiempos ha sido la muerte de los dirigentes agrarios que asesinó el expresidente Sagasti, en Ica y en Trujillo.
El movimiento popular organizado se ha enfrentado por causas nobles al poder económico. Las luchas campesinas por tierra y agua del siglo XX; la revolución de Trujillo en 1932 en la que asesinaron a más de siete mil ciudadanos que se rebelaron contra la dictadura de Sánchez Cerro; los jóvenes románticos que murieron en las guerrillas del siglo pasado en la que destaca el poeta Javier Heraud; miles de campesinos asesinados por el terrorismo senderista y la crueldad del militarismo.
He visto morir a cientos de dirigentes sociales. He sentido y siento rabia e indignación cuando son engañados por miserables que hacen de las luchas sociales un vil negociado. La muerte de estos jóvenes en Andahuaylas (Apurímac) usados por politicastros que agitan consignas vacías, sin sentido, me duele y me indigna. Castillo, es un vulgar delincuente, un hombre que no tenia un programa revolucionario, un vendido a la oligarquía financiera, rodeado de pájaros fruteros que lo traicionaron inmediatamente cuando vieron el peligro. Esos que votaron por su vacancia para no perder el sueldo vociferan golpismo y democracia. Nadie puede defender ese Congreso al servicio de los grupos de poder económico.
Los peruanos tenemos dos caminos: buscamos una transición democrática o vamos a una guerra civil en la que se impondrá el fascismo. Castillo, Bermejo, Cerrón, Bellido, y el fujimorismo quieren que los muertos los ponga el pueblo, para encubrir sus delitos y traiciones.