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LOS LOCOS DE MI BARRIO

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Paso al loco de la calle, paso al ansia de vivir…

(El Último de la Fila)

¿Qué hace que un día la conciencia de una persona haga crack de un momento a otro y lo convierta en todo lo contrario que fue hasta ese momento? ¿Por qué un día vemos a alguien saludándote amablemente todos los días y al poco tiempo lo ves sucio con la mirada extraviada durmiendo en un rincón junto a los perros  abandonados? En el transcurso de mis años he podido ver esto y mucho y no he podido determinar el porqué. Una vez leí un informe sobre los pacientes, suicidas frustrados, del hospital Larco Herrera y uno afirmaba que llegaba un momento en que todas las cosas se juntaban en tu cerebro y todo se hacía tan claro que te cegaba. “Como mirar de frente al sol, tan claro como ahorita que la veo a usted, señorita”.

Hace poco vi durmiendo detrás de un muro, que alguna vez fue un jardín, a un muchacho que hace unos años veía jugando como todos los niños de su edad. Y hasta hace poco me saludaba desde la puerta de su casa. De ahí noté su mirada desviada hacia alguna parte que no era esta parte, cuando un día me pidió una propina para “comprar un par de panes”. Luego todo sucio y quemado por el Sol de este verano, lo vi con una baraja de Naipes jugando al solitario, o a algún otro juego en que no jugaba precisamente su suerte o su cordura. Quizás buscaba ganarse el equilibrio que habría perdió en alguna olvidada partida.

De chibolo me preguntaba de dónde eran esos locos sucios que asustaban mis tardes de verano en Breña. Quería saber si tenían familia, si tenían hijos, si alguna vez fueron niños como yo, si habrían jugado como yo. Locos y locas abandonados que terminarían en una fosa común o en el gabinete de algún estudiante de medicina.

Por ejemplo, el loco Poly. Un muchacho blancón, bien parecido, siempre con el cabello recortado y peinado con raya al costado. Ahora que recuerdo tenía la mirada de quemado de Syd Barret. Poly aparecía de vez en cuando por mi cuadra gritando incoherencias y a veces se sentaba a buscar comida en la basura. Pobre muchacho comía los concolones o los tallarines que encontraba envueltos entre las bolsas. Pero tenía familia porque muy pocas veces lo vimos sucio. No pasaría de los treinta años. Un día, ya adolescentes, pasó por la esquina donde libábamos algún licor barato cuando un amigo lo llamó por su nombre: “Poly, ven”. A lo que el loco le dijo: “No, porque apestas”. La carcajada fue general por el amigo en mención se caracterizaba por no ser muy aseado que digamos. Desde esa vez nunca más lo volvimos a ver.

Otro loco era el que llamábamos Cabeza de Colchón. Tenía el pelo hecho una maraña como un único dread rastafari. Era viejo y andaba sucio y andrajoso. La carca oscurecía aún más su piel oscura. Su cuello, su frente, sus tobillos, sus manos presentaban una costra sin forma de la mugre.  Su recorrido era por la avenida Venezuela y nunca lo vimos violento. Salvo una vez que por la esquina del jirón Loreto lo vimos masturbándose delante de toda la gente. Según mi viejo lo había llegado a conocer y que había sido un buen futbolista, que no llegó a jugar en la profesional, pero que “Jugaba pelota como los diablos”. Tampoco me dio explicación al porqué se había tirado al abandono. Sólo me dijo: “Era bastante borracho”.

Andaba por ahí también, el loco de los vasos. Éste era un tipo flaco, mestizo, que cargaba dos o tres palos de escoba y unos vasos que más bien eran unos tapers de plástico que acomodaba uno sobre otro hasta tener una torre larga que llevaba como un fusil al hombro. Un día descubrimos que en cada uno de esos tapers guardaba comida que pedía en los puestos ambulantes. Y que los palos servían para amenazar si es que se negaban. La última vez que lo vi sería en 1989. Estaba extremadamente delgado con los ojos hundidos en sus cuencas y los pómulos salientes. Parecía una calavera seca. Nosotros estábamos en la esquina, gileando a las alumnas del Rosa de Santa María, cuando se detuvo y vomito la chanfainita que seguro había gorreado puestos más abajo.

Pero la que si fue el terror de nuestra niñez, la que dejo traumas en más de uno y no solo en mi barrio, porque amigos de otros lados también tuvieron algo que ver con… ¡La loca Zavaleta!

Morena, delgada de más de cincuenta años, vestida de negro, como las viudas de las películas mexicanas. Hoy que la evoco muy bien pudo ser un personaje de Juan Rulfo en su novela Pedro Paramo. Quizás Eduviges Dyada. Pero no, ella era la loca con que mi vieja me amenazaba para que me lleve si es que me portaba mal. Por eso cuando la veíamos por la avenida Venezuela caminando desde su abandono hacia alguna parte en donde podría encontrar la cordura que algún día perdió, salíamos despavoridos. A veces agresiva, muchas más veces tranquila, pero su aspecto la delataba. Era la loca Zavaleta. Al parecer una de las locas más celebres de las calles de Lima.

Otros amigos me han confesado que sus mamás decían la misma amenaza. Lo cual desataba el terror en esas noches de pesadilla, de sólo imaginarnos que la loca Zavaleta nos iba a llevar hacia lo más profundo de su locura. El otro día que le hablé a mi madre sobre la Zavaleta, me contó que la última vez que la había visto, hace ya muchos años, se arrastraba por las calles. Y nadie se dignaba a ayudarla. “Pobre mujer” fue lo que dijo de su recuerdo.  No quise saber más. Quizás habrá muerto en una esquina y de ahí a la fosa común llevándose la poca fortuna de su paso por este mundo.

Pero el orate más entrañable de esos años fue el loco Willy. Vivía a la vuelta de nuestra casa en el jirón Recuay. Era un muchacho alto, de cabellos lacios y bigotito. Tenía un ligero parecido a Shagy de Scooby Doo. Según decían había sido un estudiante muy aplicado e inteligente, pero al parecer alguna decepción lo llevó hasta las drogas que terminaron por desquiciarlo. Nosotros curiosos de querer comprobar esa inteligencia a veces lo llamábamos y le preguntábamos algunas cosas. Recuerdo que un día conjugó el verbo To-Be que enseñaban en el curso de inglés. Definitivamente no era mentira lo que se decía de él.

Como dato Willy aparece haciendo un saludo militar en el vídeo de introducción de la novela Los de Arriba y los de Abajo, con el fondo musical de Triciclo Perú de Los Mojarras. Hace mucho que murió, quizás su familia de la cuadra 4 del jirón Recuay lo habrá enterrado. Espero que sea así, porque después de caminar por la vida, envuelto en harapos y sucio, se merecía un sepelio digno de un ser humano que alguna vez pudo llegar lejos.

Hace muchos años los locos de la calle fueron parte de la problemática municipal. Y hasta hoy se ven algunos por ahí, arrastrando sus andrajos llenos de piojos y alucinaciones. Es que así como han formado parte de algún momento de nuestras vidas, no cabe duda de que son parte del paisaje urbano de una ciudad decadente como Lima. Lamentablemente.

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