Opinión

Los embusteros del poder: la decadencia política y el silencio cómplice de la ciudadanía

Una ciudadanía que no reclama, que no fiscaliza y que no protesta pierde el derecho a quejarse de sus gobernantes. Hoy más que nunca, se necesita despertar. El Perú no puede seguir gobernado por el engaño. La mentira política no es una estrategia: es una traición. Y quienes la practican no son líderes: “son estafadores del poder”.

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En pleno siglo XXI, Perú vive una realidad política que parece un libreto de tragedia repetida. En una democracia que debería promover la verdad, la ética y la rendición de cuentas, se han instalado —con absoluta normalidad— la mentira, la manipulación y el encubrimiento. No se trata de errores aislados, ni de deslices del lenguaje: hablamos de una cultura política que ha hecho del embuste una herramienta de poder.

En tiempos antiguos, los sofistas griegos eran maestros del discurso; utilizaban la retórica para convencer, aunque no necesariamente para decir la verdad. Hoy, en Perú, ni siquiera existe ese refinamiento intelectual. La clase política ha renunciado incluso a las formas y ha optado por la mentira burda, repetida, impune, sin ética ni inteligencia. La retórica fue reemplazada por el cinismo. Y lo más alarmante: la ciudadanía, adormecida por el desencanto, observa sin actuar.

Dina Boluarte, actual presidenta de la República, es el emblema más reciente de este modelo político degradado. A través de declaraciones inconsistentes y actos opacos, ha desdibujado por completo su credibilidad. Su llegada al poder, producto de la vacancia de Pedro Castillo, prometía estabilizar una democracia fracturada. Sin embargo, su mandato ha terminado por enterrar cualquier vestigio de confianza ciudadana en la clase dirigente.

Presidenta Dina Boluarte asegura que todas sus acusaciones fiscales son un invento.

Uno de los episodios más reveladores fue su ausencia entre el 29 de junio y el 9 de julio de 2023. Alegó una operación médica por motivos de salud, pero luego se descubrió que se sometió a varias cirugías estéticas que ocultó deliberadamente. Esta omisión no solo evidencia falta de transparencia, sino también un desprecio total por las funciones públicas que le fueron encomendadas. La Fiscalía abrió una investigación por presunto abandono del cargo, y con razón: la jefa de Estado desapareció del radar institucional por motivos personales que nunca se atrevió a explicar con sinceridad.

No fue la única mentira. El llamado «Caso Rolex» —la aparición de una colección de relojes de lujo no declarados en su hoja de vida— destapó otra capa de opacidad. Primero, Boluarte Zegarra afirmó que eran regalos antiguos; luego dijo que eran préstamos. Ninguna versión se sostuvo. Lo cierto es que el Ministerio Público ya investiga este caso por presunto enriquecimiento ilícito y omisión de bienes.

A estos hechos se suma el escándalo del “cofre presidencial”: el vehículo oficial que habría sido usado para llevarla a un exclusivo condominio en Asia, pese a que ella negó haber estado en el lugar, las pruebas desmintieron su versión. Como si se tratara de una burla, las versiones del Gobierno se contradijeron entre sí, dejando al país frente a una evidencia clara: la presidenta miente y sus funcionarios la encubren.

Lo más grave no es solo el hecho de mentir, sino que lo haga quien tiene el deber de encarnar la más alta investidura de la Nación. Boluarte Zegarra no solo ha caído en el desprestigio, sino que ha convertido su mandato en un espacio de simulación, ocultamiento y manipulación. Su aprobación, que ronda apenas el 3%, confirma que los peruanos han dejado de creer en sus palabras y en ella misma. Pero, aun así, sigue en el poder, gracias a las fuerzas congresales, que la han blindado desde diciembre de 2022.

Dina Boluarte es la presidenta más ‘rechazada’ y ‘menos querida’ de Sudamérica, según encuesta de CB Consultora.

Ministros cuestionados

A su alrededor, ministros convertidos en escuderos y defensores personales de la presidenta han dejado sus funciones técnicas de lado. En lugar de gobernar y ocuparse de sus respectivos portafolios, ellos se dedican a blindar a una mandataria cada vez más impopular. Gustavo Adrianzén, Morgan Quero, y Leslie Urteaga (insólitamente, acaba de ser condecorada por la Universidad Mayor de San Marcos), entre otros, actúan como escuderos palaciegos y no como funcionarios públicos al servicio del país. Las prioridades del Perú han quedado en segundo plano, mientras se improvisa desde el poder un satírico espectáculo de defensa absurda y complicidad institucional.

Premier Gustavo Adrianzén se convirtió en todo un bufón en la PCM.

La ciudadanía tiene responsabilidad

Sin embargo, es imposible hablar de este deterioro sin poner en el banquillo también a la ciudadanía. La pasividad de los electores frente a estas mentiras institucionalizadas resulta alarmante. A diferencia de otras democracias donde la protesta, el voto de castigo o la presión social detienen el abuso del poder, en el Perú parece haberse instalado una resignación cínica. Muchos piensan que nada cambiará, que reclamar es inútil, y con ello contribuyen —sin quererlo— a sostener el sistema que los oprime.

Esta apatía ciudadana ha permitido que personajes sin formación, sin escrúpulos y sin proyecto de país lleguen a cargos de enorme responsabilidad. Políticos ignorantes, oportunistas y procesados por corrupción han ingresado al aparato estatal con un solo objetivo: servirse del Estado y no servir al pueblo. El resultado: gobiernos que en nombre de la democracia saquean, mienten y destruyen la institucionalidad desde adentro.

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La lista es larga y conocida: Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra y Pedro Castillo. Todos, con diferentes matices, han estado envueltos en escándalos por corrupción, en investigaciones, procesos penales y algunos ya encarcelados mediante sentencia. La corrupción se ha vuelto endémica y la mentira, parte del manual de campaña. El doble discurso es un arte que se cultiva desde el poder; y mientras tanto, la ciudadanía, golpeada por la crisis económica, social y de inseguridad, sigue esperando que llegue un mesías… sigue esperando que alguien le devuelva la esperanza.

Expresidentes PPK con arresto domiciliario y Toledo preso por corrupción.

El problema no es solo de los políticos: es también de la cultura política que hemos permitido que se consolide. La falta de fiscalización social, la tolerancia a las medias verdades, la ausencia de educación cívica, y la despolitización de la juventud son síntomas de un país que ha dejado de defender su soberanía moral.

Si queremos una democracia auténtica y autoridades probas y responsables, debemos empezar por exigir la verdad. Una ciudadanía que no reclama, que no fiscaliza y que no protesta, pierde el derecho a quejarse de sus gobernantes. Porque en el silencio de los pueblos, los embusteros florecen. Y en la apatía colectiva, la corrupción se convierte en sistema.

Hoy, más que nunca se necesita despertar. El Perú no puede seguir gobernado por el engaño. La mentira política no es una estrategia: es una traición. Y quienes la practican no son líderes: “son estafadores del poder”.

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