Política

Los dos Pedros: entre el campo y Palacio de Gobierno

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Doscientos años después un hombre del campo se parará en el medio del hemiciclo del Congreso y se dirigirá a todos los peruanos. Sujetando las hojas donde está escrito su discurso, alzará su mirada para percatarse que el panorama que se le muestra es completamente ajeno a su vista; atrás quedaron las tardes donde disfrutaba el paisaje de su natal Chota hasta que el sol se pierda por el horizonte.

Ahora las palabras que salgan de su boca las tendrá que decir un Pedro diferente, alguien que en un corto tiempo no ha adquirido todas las mañas de lo que es ser un político, alguien que aún no ha asimilado que será nuestro próximo presidente justamente para este bicentenario.

Seguramente mucha gente votó el 6 de junio por el Pedro del campo, el hombre sencillo, humilde, padre abnegado y profesor rural, que tira lampa desde muy niño y que nadie le ha regalado nada en toda su vida. Muchos de esos votantes se vieron reflejados en ese hombre de mano curtida y acento provinciano, que llegó hasta la ciudad para luchar contra un adversario que le era infinitamente superior en logística y dinero. Sujetando su mochila azul, cargaba un par de cosas de valor, pero esas cosas le bastaron para arrebatarle a “la chica” su tan anhelada coronación.

El otro Pedro es el que llega a Palacio, ese que debe tener carácter político, el individuo capaz de manejar con finura y destreza las riendas de un país divido, sin embargo ese es su punto que más flaquea. Los “lobos” de la política lo aventajan por mucho y esperan el más mínimo síntoma de debilidad para atacarlo.

El Pedro político se encuentra indefenso ante ellos; sin mayoría congresal y con un partido político envuelto en una guerra interna, le queda solamente recurrir a aliados de turno. Lo que tenía pensando desde un principio seguramente no lo podrá realizar ya que sería una afrenta a las precarias alianzas construidas.

El hombre del campo se verá ensimismado por un entorno hostil; sus buenas intenciones contrastarán con las voces que diariamente le susurrarán al odio hacer tal o cual cosa, para tranquilidad y beneficio de cierto grupo de poder. El hombre calla, asiente y se resigna. No es lo que me esperaba, piensa, pero su fragilidad política lo hace un blanco sumamente tentador.

El Pedro del campo ya cumplió su cometido, era un simbolismo sumamente fuerte de un hombre rural compitiendo contra una de las fuerzas políticas más grandes del país, que diariamente trataban desde todos los medios de desprestigiarlo. El peruano de a pie se puso, por un momento, en sus zapatos. Era la lucha de David contra Goliat, el pobre contra el rico, el equipo chico que nunca ganó nada contra el dream team, el obrero contra el terrateniente, el que nunca tuvo nada contra alguien que lo tenía todo para ganar.

Me gustaría ser optimista, me gustaría creer que en los siguientes cinco años (si es que llega a cumplirlos) el Pedro político absorba toda la sabiduría que le esté a su alcance y se rodee de gente capacitada, y sobre todo honrada, para afrontar todos los problemas que aquejan y carcomen nuestro país. Me gustaría equivocarme y ver que Castillo después de todo no lo viene haciendo tan mal, sin embargo la poca experiencia en la política y el manejo gubernamental le pasarán tarde o temprano la factura.

La novela de amor ya terminó. Un país no se gobierna con historias color de rosa, ni miradas buscando las estrellas, eso déjenlo para los adolescentes. El Perú de ahora se debe de forjar con las mentes más ilustres y experimentadas, y eso, lastimosamente, ninguno de los dos Pedros ha sido capaz de demostrarlo.

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