Opinión

“Los dolores del mundo”

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

Published

on

Así titulaba su ensayo Schopenhauer, quien decía que la existencia era sufrimiento perpetuo y que solo la contemplación podía sacarnos de este estado. Algo parecido opinaba Epicuro para quien todo era dolor excepto el placer. No obstante, ni esto último ha servido para tener una vida de felicidad como lo podría graficar irónicamente una carátula del Atalaya de los Testigos de Jehová.

Quizás los escritores, los artistas y los filósofos son los que mejor han expresado el dolor humano, tanto físico como espiritual. Dostoievski apuntaba que “El dolor y el sufrimiento son siempre inevitables para una gran inteligencia y un corazón profundo. Los hombres realmente grandes, creo, tienen una gran tristeza en la tierra.” O como decía Vallejo en Los nueve monstruos: “El dolor nos agarra, hermanos hombres, por detrás, de perfil y nos aloca en los cinemas, nos clava en los gramófonos, nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente a nuestros boletos, a nuestras cartas”.

Maupassant quien fuera discípulo de Flaubert, vivía de forma enloquecida, sufría de sífilis y tenía miedo de salir a la calle. Baudelaire era borracho y drogadicto y, entiendo, era su forma de protestar ante el aparecimiento de la ciudad moderna y contemporánea y su burguesía decadente y parásita. Lo mismo pasó con Edgard Allan Poe, un espíritu sublime en abandono, penurias económicas, relaciones tortuosas y la burla de sus colegas, incluso fue encontrado en la calle totalmente perdido hablando incoherencias y llevado a un hospital a morir cuando tenía solo cuarenta años.

Paul Verlaine era otro beodo que vivía en permanente deliriums tremens y se enamoró perdidamente de Rimbaud y se fueron a vivir miserablemente a Inglaterra sin alcanzar jamás la felicidad.  Rubén Darío le dedica su “Responso a Verlaine: “Padre y maestro mágico, liróforo celeste/que al instrumento olímpico y a la siringa agreste/diste tu acento encantador;/¡Panida! Pan tú mismo, con coros condujiste/hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,/¡al son del sistro y del tambor!

Charles Dickens y Joseph Conrad posiblemente eran bipolares, personas enfurecidas llenas de rabia y vitriolo. Rousseau era egotista y megalómano y obligó a su concubina Thérese Levasseur a entregar sus cinco hijos en adopción.

Finalmente, Schopenhauer, quien en su tiempo fue un fracaso editorial, apuntaba que el dolor y el mal son cosas positivas porque te hacen sentir. Es lo que se podría explicar como el-roce-de-la-vida-lo-que-nos-otorga-vida. Ergo, vivir es sufrir.

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version