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LOS DIABÓLICOS CLICHÉS DE COLDPLAY

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Hace unos de días pude escuchar el A Head Full of Dreams, el último disco de la banda inglesa y pretexto para el tour que harán por Latinoamérica, incluyendo –para emoción de las groupies (hay que aceptar, aunque duela, que Coldplay ha creado unas fans almizcladas, mezcla de believers con directioners)- un concierto en Lima.

No soy un ducho en el análisis musical, pero he de decir que no quedé conforme con el disco y, canción tras canción, pasé de la indiferencia inicial a una repentina rabia, terminando deshacerme del material ni bien terminé de escuchar la última canción. Después de lo experimentado tras escuchar el recién estrenado trabajo de Coldplay, encontré una nota en el New Yorker(*) con la cual confirmé mis sospechas. El artículo escrito por Amanda Petrusich me ayudó a ponerle la fecha de deceso a una banda que, por respeto a nuestros años mozos, debemos permitirnos escuchar, como máximo, hasta el “Viva la vida”. La introducción del artículo es ejemplar:

«En los últimos años, el escritor George Saunders ha hecho de la defensa de las llamadas “gentiles virtudes” – la ternura, el perdón, la paciencia- una cruzada personal. “De lo que más me arrepiento en mi vida es de mi falta de bondad”, dice Saunders, en el discurso de graduación de la clase 2013 de la universidad de Syracuse. Queda implícito: son unos consejos irreprochables.

Pero la pregunta que Saunders inadvertidamente plantea -cómo albergar una sofisticación espiritual sin también albergar la inanidad a menudo usada para diseminar esas ideas- es, en la actualidad, una muy pesada. La última semana Coldplay lanzó su séptimo disco de estudio A Head Full of Dreams. El vocalista Chris Martin, que algunas vez estuvo casado con (y luego famosamente separado de) Gwyneth Paltrow, está ahora soltero y pasándola de lo mejor. Todo está tan “súper genial”, que incluso Paltrow está incluida en el disco, proveyéndole unos notorios coros en la canción “Everglow”. La temática del álbum es celebratoria: es remarcable el estar vivo».

Las insufribles canciones de Coldplay rozan el lado más cursi de la banda, con esos coritos de barra de olimpiada de kínder que funcionaron al principio pero que ahora resultan cansinos. Al respecto, Petrusich opina: «No es correcto analizar las canciones como trozos de literatura. No necesitan  (y no pueden) operar con las mismas reglas y sentencias. Es injusto divorciar del lenguaje una canción de sus preestablecidas y obligatorias compañeras de alcoba: la melodía, la cadencia y la instrumentación. Es injusto mantener las letras musicales en los mismos estándares de coherencia, belleza y nitidez que debemos emplear cuando leemos palabras en la página de un libro».

Sin embargo, la columnista destaca el plano musical de la banda (con lo que discrepo ligeramente), pero luego acota la misma molestia que sentí al escuchar las canciones de Martin: «La música del A Head Full of Dreams es fresca y reluciente. Una iteración del majestuoso soft rock que Coldplay viene haciendo en los últimos quince años. Y sin embargo, al escuchar las letras de este último disco es imposible no desarrollar pensamientos negativos sobre el valor estético de una línea como “todo lo que quieres está a un sueño de distancia” (letra de Adventure of a Lifetime – track 05)».

A partir de ahí la demolición de un disco que parece hecho a punta de chancaca resulta inevitable: «No deseo cuestionar la intoxicación de Martin con la vida misma –pueda que todos tengamos algún día que anunciar fervorosamente que es ¡un día increíble! (Amazing Day – track 09) cuatro veces seguidas, pero uno se pregunta cómo es que se volvió aceptable articular sentimientos extáticos usando meras banalidades». La autora considera además que los títulos de las canciones resultan inefectivos, odiosos, exasperantes. Y añade: «cuando en “Up & Up”, la última pista del álbum, Martin pregunta: “¿Cómo puede sufrir la gente?”, “¿Cómo es que libra esa batalla?”, “¿Cómo puede la gente romperte el corazón?”, resulta inevitable no gritar como un gato al que se le ha pisado la cola…» añadiendo además que los desgarbados solos de guitarra que acompañan a esas preguntas no ayudan en nada.

No desestima en absoluto la retórica que ejerce Martin en su composición, más sí el tratamiento superfluo que usa: «Las preguntas de angustia y aflicción son reales –filósofos y religiosos viene reflexionándolo por milenios-, pero hay una forma de expresarlos sin provocar arcadas. Sin duda, es trabajo del artista plasmarlo y no reducirlo solamente a clichés. A veces, al escuchar el A Head Full of Dreams” uno siente como si toda su humanidad –la maraña de complejos sentimientos y reacciones en el centro de nuestro ser- está siendo aporreada por un atajo de claveles rosas».

Amanda Petrusich da en el clavo respecto a la floja composición de este disco: «“Life is a drink”, pía Chris Martin. ¿No es acaso tonto? ¿No hay forma de expresar esa misma idea utilizando un lenguaje más rico y preciso, menos predecible? ¿De expresar la tristeza sin remojarla en ironía o hacerla sonar ingenua? La música Pop siempre se ha permitido esa inocencia lírica, honrándola con pasión (lo cual no significa que las letras cursis y sin sentido sean remotamente un nuevo fenómeno –no lo son-)».

Hace además una rabiosa elegía del otrora talentoso Chris Martin: «Coldplay no ha sido de rendirse tan fácilmente –hubo una época en que fueron comparados a menudo con Radiohead que con U2. El mayor hit de la banda “Yellow” no pintó a Martin como un emergente Walt Whitman, pero si se centró alrededor de la singular y recurrente línea “It was all yellow”, que resulta evocativa y casi preciosa –que alude a que la nostalgia por un lugar o una persona puede a veces reemplazarse por completo con otras experiencias sensoriales menos complejas. Cuando Martin finalmente hace un reconocimiento de su autosacrificio: “for you I’d bleed myself dry”, se siente como una especie de catarsis».

Finaliza con algo de optimismo, que no comparto en absoluto: «Ya que entramos a fiestas, tratando de cultivar la verdadera bondad en nuestros corazones, ¿necesitamos un nuevo lenguaje para describir el asombro, la compasión y la belleza? “No te des por vencido, es lo que Chris Martin diría (en realidad lo dice). “Cree en el amor”».

Al respecto, la llegada de Coldplay en Lima asegura ser un rotundo éxito. Si me lo preguntan, yo hubiera preferido ver a Chris Martin y su banda en la gira del X&Y –la mejor que tuvieron, de lejos-. A pesar del pálido disco lanzado, queda como aliciente la experiencia alucinante que, dicen, se vive en sus conciertos, lo cual, aunque especioso, bastará para llenar las tribunas con infaltables figurettis y las incondicionales Coldplayers (El que tenga un mejor nombre para las groupies, bienvenido sea). En lo personal, el trabajo de una banda pasa por el plano musical. Si de experiencias alucinantes se tratara, el ver meteoritos a tres horas de Lima me resulta más atractivo, y es gratis.

(*) Can we escape the diabolical clichés of Coldplay? por Amanda Petrusich. Artículo original publicado en The New Yorker. Diciembre 2015.

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