Cultura

Los devaneos del poder y las ilusiones perdidas

Una entrevista realizada por Carlos Rivera

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Manuel A. Gago Medina (Huancayo, 1958) es un ingeniero   mecánico de la UNCP (Universidad Nacional del Centro del Perú) quien dice que sus únicas lecciones de lenguaje y literatura las obtuvo en el Colegio Salesiano con sus recordados profesores Jorge Nicho y Teófilo Acuña. Se mueve como pez en el agua pergeñando columnas de opinión en un conocido portal y dos diarios importantes.  Cayó seducido por una historia que lo llevó a escribir una potente novela política que nos conduce por vericuetos insospechados colmados de imágenes sugerentes y un placentero “clima narrativo” como diría el escritor y abogado Raúl Mendoza Cánepa. Aquí una pequeña entrevista:

¿Cómo nace el proyecto de tu novela El locutor tartamudo?

Hace 6 o 7 años colaboraba con una joven estudiante de ciencias de la comunicación. Fungía de extra en sus cortometrajes. Una tarde, después de filmar escenas en los arenales de la playa Santa María se me ocurre decirle por qué no hacia un corto de humor negro, sarcástico sobre la época terrorista, porque todo lo visto eran melodramas gastados. Andrea, mi amiga, me dijo haz el guion. Según yo, comencé a hacerlo. No era guion, pero con todo lo escrito y los continuos cambios, surgió la novela. 

¿Cuánto de testimonio personal podemos encontrar en tu obra?

Desde cuarto de secundaria estuve vinculado a la radiodifusión, e incluso fui parte de un noticiero matutino. Estaba enterado de lo acontecido. Por mi relación con la radio pude conocer todo tipo de personas. Algunos de ellos personificados en mi novela.

¿Qué hace un ingeniero en los fueros literarios?

Mi padre indujo a sus hijos a la lectura. Cuando era niño escuchaba cuentos infantiles en la radio. Aprendidos de memoria, los contaba a mis compañeros de clase. Asimismo, el profesor me hacía leer al frente del aula las composiciones, las tareas asignadas después de las vacaciones. Me gustaba mucho ser parte de los periódicos escolares publicados en murales. Cuando estuve en Madrid, mis compañeros de clase eran leídos. Y tenía que estar a tono. Para mi buena suerte, los hijos de un amigo, a escondidas me prestaban libros. Allí tuve tiempo suficiente para leer con sosiego.    

¿Qué autores influyen en tu novela o de tus proyectos literarios futuros?

Me gustan los autores historiadores (Ken Follet, Umberto Eco). Prefiero la lectura limpia. Soy de los que creen que no es necesario el uso y abuso de cierto lenguaje para resaltar una idea.

¿Qué significa para ti la política peruana?

La política, tal como se la pueda entender, no existe. Los intentos de Haya de la Torre de crear espacios para forjar líderes con conocimiento y valores, es una utopía. La política peruana es sinónimo de compadrazgos, amiguetes, aprovechadores, bases interesadas en proteger y lograr privilegios. Los políticos peruanos, con escasas excepciones, exhiben guapuras propias de esta sociedad de medio peso.   

¿Cuánto influyó tu papel de periodista o articulista en tu obra?

Bastante. Soy autodidacta en progreso. Hace más de 20 años, Willy Pinto Gamboa, profesor de la universidad San Marcos, corregía mis artículos frente a mí y tenía la paciencia de mostrarme mis errores. Fue muy generoso conmigo. Con Víctor Andrés Ponce, director de El Montonero, aprendí cuán rigurosos deben ser los editoriales y las columnas. Con ese conocimiento elaboré mi novela, muchas veces corregida y replanteada.    

¿Consideras que tu obra aborda las miserias del poder y la violencia política en el Perú de los últimos 50 años?

La docencia está presente en mi novela. Cuando escucho a lectores y escritores decir que no les agradan los textos que pretenden enseñar o guiar, les digo que es todo lo contrario. En El locutor tartamudo se aborda sin tapujos las miserias humanas, del poder y de la mala política peruana. Cuando trabajaba en radio aprendí que su principal función es entretener, educar e informar. Esa esencia fue trasladada a mi libro.      

¿Más allá de la ficción ves un mejor futuro en la política peruana?

Claro que no. Siempre pregunto en mis publicaciones qué cambia para bien en la sociedad para que cambie la política y el manejo del Estado. Y la respuesta es obvia: Nada. Los electores eligen mal, ganados por sus pasiones, por odios.  Además, con la anemia presente en el 50% de los niños, nos espera una sociedad cada vez sin desarrollo cognitivo suficiente para mejorar.  

¿Fuiste en algún momento fiel militante de alguna utopía política?

No he sido militante porque no recuerdo haber firmado padrones de militantes. Si he sido activista aprista en la universidad. Abandoné esa posición poco antes de acabar mis estudios. Volví al activismo después del 2000, cuando la persecución toledista se hacía descarnada y el fujimorismo se desbandaba. Como se cuenta sobre las catacumbas apristas me uní a un microscópico grupo clandestino. Desde entonces, hacemos esfuerzos por valorar todo lo logrado en los noventas. Después, ese microscópico grupo creció y volvieron los pesos pesados y oportunistas, y es cuando vuelvo a abandonar el activismo. Trato de ser ahora fiel militante de la letra y la palabra bien escrita y dicha, amparada en los hechos y no en las interpretaciones antojadizas.      

¿Qué mensajes nos puedes compartir para la juventud desde la lectura de tu novela?

Pocos jóvenes leen. Vender o regalar un libro no significa que será leído. Me apena cuando comparto con ellos y veo su escasa preparación en cuestiones políticas y sociales. Peor aun cuando los sonsonetes son repetidos como santas palabras. Es el resultado de la nula docencia social y política, la tarea de los partidos. Quisiera que esa “generación de cristal”, en un momento de iluminación, vea con buenos ojos mi novela. 

¿A qué personaje histórico admiras?

A Jesús, siendo el hijo de Dios y hecho hombre, es un personaje histórico único.

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