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“Los bosques tienen sus propias puertas” de Carlos Yushimito

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Carlos Yushimito. Foto: Helen Hesse.

Los bosques tienen sus propias puertas (Peisa, 2013) es el último libro del narrador peruano Carlos Yushimito (Lima, 1977). Compuesto por seis relatos, el texto transita por una serie de historias que, aunque independientes, podrían clasificarse en dos grupos: los que se sostienen en una trama fantástica (“Flechado por Tocantis”, “Los climas extraños”, “Rizoma” y “En que da cuenta Lázaro de su amistad con un ciego traficante de historias y de los infortunios que con él pasó”) y los que no (“75, Calle Prince Edward” y “Los bosques tiene sus propias puertas”, que le da nombre al libro).

No obstante la clasificación propuesta –algo abusiva por cierto- los relatos del primer grupo no comparten mucho; la variedad de escenarios y unos protagonistas totalmente disímiles –como una actriz secundaria y un crítico culinario- dan fe, pues, de un gran interés por la exploración en Yushimito. Aún así, es importante señalar la referencia a escenarios generalmente cotidianos, obviamente en función del protagonista; y el uso del humor como recurso crítico ante la realidad.

Así, en “Flechado por Tocantis” nos encontramos con una historia centrada en lo que es hoy un drama existencial universal: la necesidad de sentirnos protagonistas de nuestro mundo interior mientras ocupamos un rol menos que insignificante en el mundo exterior –valga decir, el real. La protagonista, Serginha, vivirá, pues, esta situación a partir de un tercer agravante: el ser una actriz de “relleno” en una conocida serie de televisión; de tal forma que su vida, su filme protagónico, se debatirá en la búsqueda por equiparar el mundo real con su mundo interno. Tocantis, en este sentido, aparecerá como un sujeto que, aunque sufra del mismo drama (se ha creado una personalidad ficcional a través del envío de cartas), contará con la capacidad de poder convertirse en el protagonista de la vida de otros –otras, en realidad- a cambio de sexo. El elemento fantástico, no obstante, emergerá a partir de la repentina resolución de la vida al interior de la ficción, contradiciendo el principio que supone que es la ficción la que se resuelve al ser confrontada con el mundo real.

“Los climas extraños”, en cambio, partirá de la aparición del fenómeno fantástico como el elemento que perturbará la vida del curador de arte Florián, quien, repentinamente, comenzará a ver en los espejos el reflejo de un rostro que no se corresponderá con el suyo.

Por otro lado “Rizoma” desarrolla una historia apocalíptica que, alejada de los zombis y de los clásicos cataclismos que suelen azotar a la humanidad en este tipo de ficciones, se centrará en un microorganismo accidentalmente transmitido como consecuencia de los experimentos gastronómicos de un avezado chef, lo cual conducirá a la transformación de la los seres humanos en una especie de criatura mítica devoradora de hombres: los cinocéfalos.

Existe un interesante trasfondo crítico detrás de de este relato que tendrá como protagonista a un crítico gastronómico muy atento a los desarrollos de la gastronomía “vanguardista”; es posible notar, pues, una interesante sátira del proceso de banalización “ilustrada” que prolifera hoy en el mundo “posmoderno”. La antropofagia que asolara al mundo no es otra cosa que el retorno violento de nuestra naturaleza salvaje, cada vez más desacreditada y dejada de lado; una especie de revalorización de aquello que bien apuntalaron los vanguardistas brasileños responsables de la “Revista de Antropofagia”.

“En que da cuenta Lázaro de su amistad con un ciego traficante de historias y de los infortunios que con él pasó” es una interesante elaboración fantástica basada en la popular historia de “El Lazarillo de Tormes”. Contextualizada en un futuro indeterminado, la historia comparte con “Rizoma” el trasfondo apocalíptico; aunque su desarrollo es, más bien, lineal –“Rizoma” se desarrolla en varios tiempos-, propio del tiempo testimonial afín al tradicional Lázaro. De tal forma, asistimos a un mundo donde algunas personas (acaso las más pobres) son convertidas en alimento (una especia de galletas), donde la nueva moneda común es el agua y en el que el narcotráfico y la ilegalidad se encuentran centradas en la venta clandestina de “historias”, que no son otra cosa que un tipo de alucinógeno capaz de transportar a las personas hacia el pasado, experimentándolo desde la perspectiva de algún personaje famoso. Así el humor, como crítica del presente a través de un posible futuro, es un elemento común entre este relato y “Rizoma”.

Finalmente, los relatos no fantásticos de Los bosques… comparten el final abierto y la prevalencia de lo insinuado sobre lo dicho. En “75, Calle Prince Edward”, por ejemplo, nos damos con una historia que, aunque aparentemente cotidiana, insinúa, desde el epígrafe, los actos de un asesino serial aparentemente guiado por una presencia que nunca se define; acaso algún tipo de voz interna que orienta las acciones del protagonista de nombre Charlie.

“Los bosques tienen sus propias puertas” nos cuenta, en cambio, la historia de Zoe Klim, una muchacha de origen pueblerino acostumbrada a la vida colmada de seguridad y rutina que, de pronto, tras conocer y enamorarse perdidamente de un joven entregado a la vida temeraria llamado Barry Gilford, comenzará a explorar un mundo que creía negado a sus intereses. De cierta forma el relato se inicia, pues, como una típica historia de aprendizaje y descubrimiento; no obstante, tiene mucho de particular y conmovedora la forma en cómo este descubrimiento termina en una compleja sensación de desencanto que, desde el inconsciente de Zoe, comenzará a corroer la aparente felicidad que había hallado en Barry.

Particularmente, la forma en que el descubrimiento termina dando sentido a muchos eventos sueltos desde el inicio del relato parece insinuar la idea de que la conciencia del paso del tiempo conlleva al sentimiento de sentirse abandonado y heredero de una tragedia mayor, histórica, que en Zoe emergerá a partir del reconocimiento de las impresiones que le causa una anciana en ella misma. De alguna forma “Los bosques tiene su propias puertas” es capaz de dejar en el lector –por su puesto, hablo a partir de mi experiencia como tal- aquella sensación de vacío (terrible pero sublime) que suelen dejarnos aquellos grandes relatos; como si acabáramos de reconocer algo que siempre estuvo allí pero que de alguna forma no queríamos/podíamos ver. Salvando las distancias, algo así como lo que suele dejar la incursión en algún relato de Onetti.

Por todo lo anteriormente comentado, Los bosques tienen sus propias puertas configura un libro imprescindible para todos los que gusten de un buen relato. Más allá de los géneros, con el texto ahora comentado, Carlos Yushimito reafirma su sitial dentro de las voces jóvenes más importantes de Latinoamérica.

 

 

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