Política

«Los audios presidenciales», por Umberto Jara

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Los audios presidenciales salen en mal momento. Son ciertos y válidos. Pero, lamentablemente, la verdad también necesita ser mostrada en un contexto favorable. En estos momentos, la emisión de esos audios golpean duramente al Presidente de la República pero será difícil que sea retirado del juego: tiene el control sobre los medios de comunicación —las tesorerías periodísticas deben estar celebrando la llegada de más pauta— y puede aferrarse, como ya lo hizo en su cínico mensaje a la Nación, a los lugares comunes de “complot contra la democracia”, “audios ilegales” y “la frente en alto”.

También ayuda a Vizcarra que sus atacantes generan temor. Si Vizcarra encendió el más irresponsable populismo, los congresistas quieren hacer una hoguera con el dinero del país, además de demostrar una incapacidad e ignorancia como pocas veces hemos visto. En suma, en el país acostumbrado al mal menor, la disyuntiva de hoy es esperar cuál de los dos bandos de nivel deplorable definirá el control del país.

Lo que sí debemos anotar es aquello que no admite —o no debería— admitir discusión. Lo primero es que los audios son válidos y verídicos. Lo afirmo porque conozco su origen, los escuché con anterioridad, no acepté su divulgación y soy ajeno al uso que se les está dando. El modo en que fueron grabados ingresa perfectamente en lo que ha señalado el prestigioso penalista Carlos Caro: “la Corte Suprema ya ha establecido en la sentencia de 26.4.16 (R.N. 2076-2014, Lima Norte) que si la grabación la hizo una de las partes de la conversación –por ejemplo, la señora Karen Roca, que aparece como interlocutora en los tres audios– la prueba es válida, porque no ha existido intromisión en la esfera privada ajena”.

Lo segundo que no admite discusión es que tenemos en funciones a un Presidente de la República que ha cometido delitos: obstrucción a la justicia, coacción a testigos y alteración de pruebas. Y existen evidencias de esos delitos. Como país nos deja, otra vez, una enorme vergüenza; como figura política, Vizcarra ha quedado en evidencia en lo que muchos no querían creer: es un individuo que tiene la deshonra de manejarse en base a la mentira. Un hombre capaz de ocultar decenas de miles de muertos, capaz de mentir sobre camas y oxígeno para seres humanos que tratan de evitar morir, resultó perfectamente capaz de exigir a su entorno que vayan a mentir ante una fiscalía o capaz de mandar a borrar registros en Palacio de Gobierno y salir a dar un mensaje a la Nación negando lo que el país entero ha escuchado.

Esto nos lleva a un punto crucial: debemos prestar atención al rol que tendrán los fiscales. Todos sabemos que sus acciones de investigación y su decisión para actuar contra varios presidentes corruptos, les valieron el aplauso y una enorme aceptación popular. Pero luego, convertidos en personajes mediáticos que usaron armas mediáticas para sustentar aquello que no podían sustentar judicialmente, los mismos fiscales incurrieron en arbitrariedades y en excesos y cuando algunas personas que no merecían sanciones excesivas se acercan a pedirles la corrección de sus yerros, no les interesa tener la hidalguía de corregir sus actos.

Ahora bien, esta vez ¿qué harán los fiscales frente a los delitos cometidos por el presidente Vizcarra? El Dr. Caro ha señalado claramente que “El presidente es penalmente intocable mientras dure su mandato, pero la fiscalía podría iniciar una investigación preliminar para acopiar la prueba de estos hechos y encausar a los otros presuntos responsables”. Tengamos en cuenta algo indiscutible: acabado su mandato, Vizcarra tendrá que dar cuenta sobre estos delitos —y otros más que han de aparecer en el rubro corrupción— y es obligación de la fiscalía ir acopiando las pruebas. ¿Lo harán? o ¿Se acreditará su indebida cercanía al gobierno?

Lo que queda en evidencia es que cuando se pretende hacer de la mentira una forma de gobierno lo único que se consigue, como en el caso de Vizcarra, es dejar más rastros y más pruebas. Después, podrán venir ciertos periodistas a hacer malabares —por ejemplo, Mávila Huertas, la entusiasta creadora de la versión televisiva del diario oficial El Peruano— y, entonces, seguirán perdiendo credibilidad mientras la platea ríe o se indigna y termina por apagar el televisor.

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