Miércoles 01 de diciembre de 2010, cero cero horas con cuarenta y siete minutos. Sentado frente a un computador, en una habitación al parecer mía. Mi hermano intenta dormir en una cama detrás de la silla donde permanezco inmóvil, escribiendo. Estuve con síntomas de debilidad en la azotea, mis dedos siguen húmedos y en las teclas se esparcen débiles gotas. Podrían ser de alcohol. Las ideas como de costumbre desaparecen. Esta improvisación es un simple simulacro. El día no ha llegado todavía. Mi camino ha estado lleno de errores. ¿Superables? maybe… ¡qué importa! Por qué adelantarse al futuro. Siempre lo he hecho. El pasado es tormentoso y lo antagónico es ansioso. Como verán no soy poeta, escritor y mucho menos periodista; posiblemente no salgan muchas líneas hoy, pero mañana, pasado y los días siguientes armarán de consistencia este texto, regular y finalmente en demasía. Me estuve preguntado cuál fue el error. Primero, hay que identificarlo. Aproximadamente un cuarto de siglo de vida, pero… ¡qué importa! El tiempo como el espacio son condiciones que el sujeto impone al objeto (Sein und Zeit). Varias construcciones de una realidad intrínseca, propia y de nadie más. Una noche mi profesora de crónicas me vaticinó el futuro afirmándome que terminaría escribiendo noveluchas baratas y que nadie las leería. Me tiene sin cuidado. O el cuidado no es una de mis virtudes. Las ideas se van pero mañana regresarán, estoy seguro, tal vez ayudado de alguna sustancia. Nosotros, los que pertenecemos a esa inmensa bola de insensatos mantenemos otro orden, una realidad distinta a la que imponen ciertos prestidigitadores de la realidad. No puedo creer que esté escribiendo, que por momentos tenga vistos de “lucidez”, pequeñas rebanadas de voluntad. Fuerza emergente del odio a mí mismo. Lo dije en una azotea x de un distrito x de un país x. Los personajes, incluyéndome, los iré presentado conforme las noches vayan pasando. Tomemos este fragmento insípido como una introducción, obviamente parca, pues no soy poeta, escritor y mucho menos periodista.
Estas palabras no son las que pronuncié en aquella azotea x ahora mi espacio. Debería empezar por la descripción de la misma, pero es de noche y solo he podido percatarme de algunos objetos: una escoba, un tejado y unos cordeles donde vuelan unos cuantos trastes viejos. Subí esperando ver pasar algunos aviones, pues desde hace unos cuantos días vivo cerca al aeropuerto.
Siempre mirando hacia el oeste. Hacia el pacífico. Analicemos las razones: sólo una: “I”. Odios viscerales dependientes de una larga lista de anormalidades que ya llegaron a cansarme. Pero ¡Ojo!, no parece estimar ningún cambio. Confundido entre ser y ser lo que no es parece agotado. No muy buen comienzo para un aprendiz del vivir o en términos específicos del sobrevivir. Me cansé, entraré en algún lugar de este dispositivo que es para mí una extensión inhibida, casi bíblica, un mata padre Nietzscheano de un ser que no es de este siglo ni de este cuerpo. He llegado a portas de una tautología. Edgar Casey afirma haber tenido 14 vidas, una de las que recuerdo es el haber sido faraón egipcio. Parafraseando a este farsante, puedo atribuirme ser algún réprobo predecesor de un filósofo contemporáneo que en prosa se tiró toda la ontología tradicional. ¿Lo he mencionado en algún momento?: no creo en versiones platónicas. Muy buena literatura inaplicable a este mundo de incertidumbre cancerígena. Gran webada. Terminaré con esta pregunta ¿Quién eres? ¿Quién soy? Cuestionamiento popular académico en ciclos regulares de fucking “universidades”, donde diferentes estudiantes, responden de forma meramente descriptiva. Pero esta pregunta no significa nada, sobre todo cuando no se ha llegado a la conclusión de quién mierda eres. Mi hermano ya está roncando, pero esta historia vendrá acompañada de historia. Miércoles 01 de diciembre de 2010, una hora con seis minutos.