Recuerdo bien las clases de Economía en Estudios Generales Letras y en la Facultad de Derecho de la PUCP. No sé si me fascinaron más las variables, las fórmulas, las definiciones o los descubrimientos. Uno de ellos es que la economía es ubicua y, en cierta manera, lo explica todo: desde la oferta y la demanda más nimia, la familia, la oportunidad, hasta el tiempo que concedes a tus querencias.
¿Dije “el tiempo”? Sí, porque de eso trata la economía: de los recursos. Recurso es el dinero, son los minerales y los árboles y lo es también el tiempo. Todos son fuentes o suministros que producen un beneficio particular. El eje es la utilidad que reportan y es por su escasez que se consolidan las guerras y los negocios. En el tiempo rige la impaciencia y la angustia. Distribuirlos, agenciárselos o tomarlos a la mala es fuente de unidad o de conflicto.
Todo recurso se puede agotar y recuperar ¿Pero el tiempo? Ese es el único recurso fundamental. Es un recurso que no vuelve, lo dispones para perderlo irremediablemente y, en tanto así, cada elección que haces de su uso es esencial. El mayor de tus recursos es puesto en juego, sí, en un juego literalmente mortal donde el costo de oportunidad es demasiado alto para no tomárselo en serio ¿Has pensado que esas horas que optaste por caminar a solas dejando a tus hijos de lado no te serán devueltas y que algún día morirás por recuperarlas? ¿Y los minutos que obsequiaste tan a la ligera en los que podrías haber abrazado a tus padres y los dejaste volar con el viento de los años? El valor es un entrecruce entre tus predilecciones y el tiempo que puedes aún disponer para ellas.
Ya interpelada la materia y para ser más precisos ¿No has reparado que por sobre todo, es el tiempo que regalas a los demás lo que mejor les puedes conceder? ¿Un café, un paseo, un ocaso o una caminata? No hay, en correlato, mayor mezquindad que negarle el tiempo a un contemporáneo.
Si un obsequio concibes para mí o para él o para ella, ya sabes, que solo sea ese, el más caro e irrecuperable de todos los recursos que puedes ofertar. A cambio te concederé el que me atañe y me es fundamental: mi propio tiempo. Quizás así quedemos a la par.