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El llanto de Alvaro Lasso

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Alvaro Lasso.

Un artículo, titulado Pequeñas escenas de la vida editorial, llamó mi atención. Allí se abordan los problemas que desde hace un tiempo vienen sufriendo las editoriales independientes peruanas para poder subsistir, además, se nos plantea la siguiente solución ante esta atroz situación: Papito Estado debe intervenir y jugársela por ellas, porque estas son, se deduce del texto, “la superioridad ética y moral de la cultura en Perú”, las que se preocupan por el desarrollo de la industria del libro y las llamadas a promover la noble afición por la lectura.

Se supone que “Papito Estado” debe brindar todas las facilidades para que se desarrolle una industrial cultural, de la que, por extensión, beneficiaría a la industria de las editoriales independientes, las que, seamos justos, han jugado un rol determinante en el proceso de la literatura peruana del presente siglo. Y si en caso “Papito Estado” no puede o no quiere ayudar, hay que quejarse de su mezquindad, criticar la inutilidad de su voluntad política, señalar su poca logística para cuidar un mercado editorial que, como tal, es muy sensible. Sin embargo, lo que sí fastidia es que más de una editorial independiente vive de esa queja, actitud que les ha impedido buscar otras vías de fortalecimiento, pensemos en el hecho de que aún no tengan, y vaya que ya ha pasado más de un tiempo prudencial desde que aparecieron a mediados del decenio anterior, una red de lectores.

Ese es uno de los principales problemas de las editoriales independientes peruanas: no han sabido, no les han interesado, formar lectores. Además, muchas de estas no han tenido mejor idea que llevar una política peculiar: cobrar a los autores que deseaban cumplir el sueño de tener un libro publicado. Claro, cobrarles a los autores no tiene nada de malo, y en cierta medida se podría entender tal situación en la que editor y autor salgan beneficiados mutuamente, sin embargo, para quien esto escribe le resulta una práctica inconcebible.

Ocurre que muchos de nuestros editores independientes no han sabido profesionalizarse editorialmente. Tampoco vamos a negar que sus ánimos iniciales que los llevaron a formar una editorial fueron alimentados por los más puros y nobles propósitos culturales, pero que en su nulo conocimiento de gestión se han encontrado con una dura problemática a la que no le han sabido encontrar soluciones creativas de acuerdo a su realidad. En vez de mejorar, o aprender de gestión editorial, han optado por prácticas dignas del más insulso lloriqueo, prácticas que en estos últimos años se han visto reforzadas a cuenta de los millones que manejaban los gobiernos regionales. Muchísimos se lanzaron tras el botín de sus oficinas de cultura, y muchos fracasaron en este objetivo, pero otros no, lo que no tiene nada malo siempre y cuando los “elegidos” hayan ganado las licitaciones como tiene que ser: de manera transparente.

El artículo en cuestión exhibe algunas verdades, pero oculta otras. Es un artículo que bracea en las corrientes de la criollada, que no muestra ni una sola crítica a las editoriales independientes, porque esta situación que ha colocado, supuestamente, al borde de la desaparición a más de una, es también culpa de ellas mismas. Tendría que ser un zopenco, un vivazo, un charlatán de esquina, un mero impresor, un estafador, un fumador de orégano, un cabecero que se la pinta de pobre, un PHD en Corel, o la combinación de todas estas características juntas, como para echar la culpa de esta crítica situación editorial a “Papito Estado” y a las librerías.

Ahora, lo que sí me sorprende es que el artículo en cuestión lo firme Álvaro Lasso, el fundador de Estruendomudo.

Y la verdad, y disculpen la expresión: no sé si reventar de risa o indignarme.

Conozco editores independientes que trabajan bien, que apuestan por los libros que publican sin pedir ni un solo sol al autor, que asumen la vocación editorial con seriedad y profesionalismo, porque eso es ser editor: una vocación, que no puede verse burlada por este artículo escrito por Lasso, que aboga por la situación de las editoriales peruanas independientes cuando no tiene el requisito esencial para hacerlo: autoridad moral.

Si existe un impresor que se hace llamar editor y que ha cabeceado a muchos autores peruanos, ese es precisamente Lasso. Y en esta costumbre, Lasso no ha conocido fronteras, puesto que ha cabeceado a autores noveles, como también ha intentado hacerlo con consagrados, como Oswaldo Reynoso (al respecto, lean el siguiente artículo, hacia la parte final del mismo), con quien tuvo ponerse a derecho ni bien lo amenazaron con hacer público lo que venía haciendo con el maestro.

Más de uno, seguramente, me preguntará por qué esos autores no denuncian o, en todo caso, publican una queja contra Lasso. La respuesta es sencilla: no lo hacen, ni lo harán, por vergüenza, aunque mi amigo Manuel Aguirre, es de los que no tienen vergüenza. En parte los entiendo, a ningún autor le gustaría que se le asocie como cabeceado, para ellos es mil veces preferible una crítica lapidaria que quejarse públicamente por las prácticas de este señor, además, ellos siempre encontrarán el desfogue por el maltrato en una mesa, más sus respectivos pomos, ya sea en el Juanito, el Piselli o el Don Lucho.

No lo vamos a negar. Lasso ha hecho suya la práctica de la contactología. Y no voy a ser mezquino en lo literario, el catálogo de Estruendomudo está conformado por más de un interesante autor atendible de la narrativa latinoamericana contemporánea. Pero una cosa es con cajón y otra muy distinta con guitarra. Lasso se vale de este catálogo para hacer lo que le viene en gana, proyectando la imagen de editor exitoso, cuando lo cierto es que detrás de ese éxito de su catálogo de autores internacionales se ha maltratado a no pocos autores peruanos. Y de esta actitud es también responsable el periodismo cultural, o periodismo como tal, de este país, que jamás ha cuestionado estas prácticas “lassescas” conocidas por todos.

Lasso no solo se me presenta como un sinvergüenza en el artículo en cuestión, también como dueño de un aberrante doble discurso: le pide a “Papito Estado” que lleve a cabo procesos transparentes en las licitaciones de los proyectos editoriales. Así es: Lasso pide transparencia en las licitaciones de “Papito Estado” cuando existen indicios sobre su poca transparencia en las licitaciones que ha ganado, y vaya que ha ganado con los proyectos editoriales de la Municipalidad de Nuevo Chimbote, el Gobierno Regional de Arequipa y el DCC de Cusco.

En vez de escribir de verdades que se estrellan en su cara, Lasso debió escribir sobre sus secretos empresariales que le permiten ganar las licitaciones que convoca “Papito Estado”. De haber sido así, estaríamos ante un texto generoso, iluminador, edificante, sobre cómo hacer dinero con el discurso de la promoción del libro. Estoy seguro de que decenas de editores peruanos le estarán agradeciendo, en el curso de cuatro generaciones, por tamaño desprendimiento.

Aunque hay una posibilidad de que en verdad Estruendomudo esté atravesando una severa crisis. Para que esa verdad sea tal, Lasso ha tenido que ser víctima de la envidia de otros editores independientes que quieren ser como él, y que todo lo se dice sobre las licitaciones sea una atroz mentira, que alguien parecido a él, y además con una razón social igual a la suya, sea el que haya ganado las licitaciones estatales. Entonces no tendré otra opción que pedirle disculpas a Lasso, y mis disculpas se honrarán en la coherencia, puesto que para la próxima pollada mis amigos y yo compraremos 100 polladas para salvar a Estruendomudo de la desaparición y dejaremos de ser malpensados, desterrando de nuestras sucias mentes que la pollada que organizó días atrás fue para proyectar una tierna imagen de pobrecito.

Bueno, aquí la dejo. Seguiré leyendo los diarios del fin de semana pasado, que tantas sorpresas me vienen deparando. Quién sabe, a lo mejor encuentre un artículo sobre seguridad ciudadana firmado por “Caracol”.

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