Mientras suena «Sacrifice», de Elton John, me pregunto: ¿En qué diablos estaba pensando cuando me enamoré de Lito? ¿Por qué algunas veces me inspira ternura y otras solo ganas de asesinarlo? Me siento mal por confesar que sentí un ácido placer cuando el doctor le metía los clavos en la pierna a este desobediente. ¡Pero a quién se le puede ocurrir subir borracho a matar arañas en un techo de calamina! Felizmente, mi buena amiga Anabelle decidió acoger por un par de semanas al gato lesionado.
—¡¿Qué?! —grita Lito al enterarse—, ¡dejaste al gatito con ese monstruo!
—Ya te he dicho que no llames así a mi amiga. Ella lo cuidará bien, sobre todo ahora que está un poco deprimida.
—Ojalá no se lo coma nomás —insiste él, quien por indicaciones del doctor debe estar en su cama con la pierna fijada por unos aparatos que le impiden moverse—. Me quedaré inválido, Bea, como Frida Kahlo, lo presiento —dice Lito esperando conmoverme.
—Aunque te lo mereces —digo con sorna—, el doctor ha dicho que solo será por un par de semanas.
—Mi pata Insecto me escribió para ver cómo estaba, no quiere venir a visitarme porque piensa que estás molesta.
—Para nada —respondo sarcástica.
Aún no logró entender cómo su amigo resultó ileso. ¿Será por eso que lo apodan insecto?
—Me dijo que él está recontra enganchado con una serie: Cobra Kai. ¿Bea, crees que puedas traer la tele para que pueda verla aquí?
Accedo en el acto. Con eso al menos lograré que deje de andarse lamentando cada cinco minutos.
Cobra Kai es la secuela de Karate Kid. Recuerdo que, cuando era niña, había un programa titulado «Cine Millonario», emitido por un popular canal de televisión, que fue donde vi por primera vez esa película. Todas en el colegio se derretían por Daniel Larusso, pero a mí siempre me gusto Johnny, de Cobra Kai, el dojo rival. Quizá ese fue mi primer acercamiento a los chicos malos.
—Lista la conexión, ahora sí…
—Quiero que la veamos juntos.
—Lito, tengo cosas que hacer.
—¿Acompáñame, ya? —Lito me toma de la mano. Sabe que estoy enfadada y que cada vez me cuesta menos disimularlo.
—Ok —acepto a regañadientes. Como dice Elton John: «Itʼs no sacrifice at all». Así es el amor, estar allí para el otro, aunque a veces pienso que, en mi caso, es una cuota que está próxima a vencerse.
A insistencia de Lito, me acomodo en el sillón reclinable y vemos la serie. Yo tengo mis reparos. Siempre he pensado que, salvo muy contadas excepciones, las secuelas de las películas tienden a ser grandes fiascos, por lo que termino dormida en apenas un par de minutos.
—Si buscas venganza, solo cavarás tu tumba —me dice Lito enfundado en su uniforme de karate negro, con el emblema de los Cobra Kai en la solapa.
—¿Venganza? ¿Me estás amenazando? —le replico, intentando controlar mi ira contenida.
—¿Por qué no lo dices? ¿Anda? ¡Dilo!
—«Sacrifice, but itʼs no sacrifice, no sacrifice at all» —pienso e intento recordar las enseñanzas de mi maestro Elton John.
—¡Eres una cobarde, Bea san! ¡Eres débil! —insiste Lito con una mirada que me invita a romperle todo lo que se llama cara.
Inhala por la nariz, exhala por la boca. No olvides respirar, muy importante, pienso en voz alta.
—No soy cobarde, pero no lograrás alterarme, Lito san.
—¡Ay, sí! ¡Omitir no es mentir! —me remeda Lito, burlándose de una de las usuales frases que utilizo para evitar la confrontación.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que tu amigo y tú son un par de zopencos? ¿Que el índice del libro de Sigmund Freud te describe? ¿Sigo?
—¡Fue un accidente! ¡Le pudo haber pasado a cualquiera!
—¡Sííí, claro, a cualquiera que se tome una caja de chelas!
En ese instante aparece en escena un personaje neutral que no tiene nada que ver con este asunto: Anabelle vestida de árbitro, con su polo rojo Scorcese y un pantalón azul marino. Sobre su cuello cuelga un silbato, lo cual le daba seriedad al caso.
—Bueno, solo hay una forma de solucionar este impase —dice ella—. Quiero que sepan que no tomo partido por ninguno de los dos. Pienso que ambos son un par de idio…tontos y que esta pugna solo puede solucionarse de una sola forma: ¡pelea! Como siempre, deben de guardar las formas y el respeto al contendor. El que cae primero, pierde. Si gana Lito, Bea no volverá a encarar a Lito por la estupidez cometida. Si Lito pierde, dejará de «chupar».
Ambos aceptamos.
Lito, a la izquierda, practica sus movimientos de ataque mientras su maestro Insecto le da ideas maquiavélicas sobre cómo atacar mis puntos débiles.
Por mi parte, mi maestro Elton John deja de cantar «Sacrifice» para tocar con gran énfasis «The bitch is back» en su piano multicolor. «Sé una perra, Bea san», me grita Elton con sus gafas de corazón. «¡Gracias, maestro!»
Anabelle hace chillar el silbato y levanta la mano. La pelea comienza.
Lito avanza unos pasos e intentan aplicarme un mae geri (patada frontal), pero apenas si pudo levantar su pierna por la falta de ejercicio —que casi nunca hace salvo cuando rara vez recoge sus lienzos tirados del suelo—. Yo eludo rápidamente su ataque y le meto cabe. Lito cae, pero se levanta al toque, motivado quizá por la idea de que si pierde tendrá que dejar de beber. Por otro lado, nuestra árbitra Anabelle empieza a aburrirse al observar una pelea de principiantes. Cuando estaba a punto de irritarse, recuerda que no ha tomado su Alprazolam, medicamente que suele controlar su espíritu guerrero. En eso, Lito, asesorado por Insecto, se acerca para realizarme un kakato geri (golpe al talón). Lamentablemente, no puedo eludirlo y caigo. Anabelle, furiosa, sale en mi defensa, renunciando así a su rol de árbitro.
—¡Qué te pasa! ¡Mira lo que has hecho! ¡¿Así que te gusta golpear a las mujeres, no?! ¡Ahora vas a ver! —dice Anabelle y va directo a masacrarlo. Insecto y yo intentamos agarrarla mientras Lito corre como Forrest Gump por todo el cuadrilátero. En el escenario se escucha a todo volumen «Cocodrile Rock», de Elton John.
—¡Bea! —grita Lito a mi oído.
—¿Qué pasó? —pregunto, y me levanto aturdida.
—Despierta, te quedaste dormida en la mejor parte —me comenta Lito, explicándome los pormenores del capítulo.
—Créeme, mi vida, ya vi la mejor parte —digo y esbozo una sonrisa mientras le estampo un beso en la frente. Y es que a veces resulta fascinante cómo la realidad supera a la ficción.