Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Literatura, pensamiento y política: 1922

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Siendo que la impronta de Joyce y “Ulysses” sacude a toda la narrativa posterior, en la que los más grandes maestros de las formas le han rendido pleitesía desde Faulkner hasta Vargas Llosa; siendo que Wittgenstein y su Tractatus Logico-Philosophicus inspiraron a los filósofos analíticos y al Círculo de Viena,  ¿qué es lo que llegó a inspirar “Trilce” en términos que no solo sean devaneos verbales y experimentaciones sonoras frágiles en ‘poesía’ y febriles cantatas pseudochauvinistas de izquierda en su apología?

Se dramatiza, entonces, la condición de extrema consciencia de los intelectuales de aquellas épocas, según el decir del mexicano Christopher Domínguez Michael (es probable que ‘nunca antes artistas e intelectuales hayan estado tan conscientes de estar empezando una nueva época como en aquel 1922’), pues nunca antes hubo un cúmulo similar de grandiosas convulsiones sociales (la Gran Guerra, la pandemia de la gripe española, la consolidación bolchevique en Rusia y el imparable ascenso del nazismo, etc.) por lo que, ante todo ello, tendrían que haber sido muy limitados para no tomar el pulso de lo que les estaba tocando vivir aunque, paradójicamente, en el curso de la década siguiente fueron los intelectuales los primeros en caer en las mentiras y enredos de las peores utopías, como expone Raymond Aron en ‘El opio de los intelectuales’.

Ciertamente, 1922 suele cifrarse mundialmente respecto de la obra de Joyce y, latinoamericanamente, (más un par de excepciones exóticas en Francia, Inglaterra o EE. UU. y en cuanto lugar haya un par de ‘peruanistas’) respecto de la propuesta de Vallejo; el mundo anglosajón, por su lado, ensalza a “The Waste Land” y el mundo germano a “Las Elegías de Duino” o “Los Sonetos a Orfeo” (libro publicado en 1923 aunque finalizado en 1922).

Hasta aquí cabe advertir la tendencia de que en la novela caben todos los mundos posibles y sus límites, en tanto que la filosofía se recluye en un calabozo académico formal del que muy rara vez escapa. La poesía, en cambio, no tenía mucho que ofrecer como forma de conocimiento y como vehículo para aprehender la totalidad de la experiencia humana condensando todos los saberes a la mano (algo que sólo intentaría transgredir Ezra Pound en sus “Cantos”, obra que inició en 1915 y que concluyó 40 años después del annus mirabilis.

Esto quiere decir que la poesía había perdido hace mucho tiempo su condición privilegiada entre las formas literarias y había sido reducida a un ejercicio ornamental o, con cierta condición exaltadora del mundo cívico, pienso, aquí, en Whitman o en Kipling y su famoso poema “If”, incluso, en la vastedad de la propuesta de Chocano. Es decir, fuera de lo ornamental y lo cívico, la Poesía se había visto reducida inmensamente y ni siquiera el teatro se escribía en verso como en los tiempos de Shakespeare, etc.

Entonces, Joyce tuvo la suerte de escribir una novela total y revolucionaria en el momento preciso, cuando el género era hegemónico y cuando se tenía al alcance de las manos a una tradición tan inmensa como la estructurada a partir de Cervantes y los grandes autores franceses y rusos del Siglo XIX que dieron un despliegue nunca antes visto en Literatura respecto de la condición humana y la suma intermitente de cumbres y abismos a los que se puede acceder en esta vida.

Esta fue la buenaventura de Joyce, pues los otros (los poetas) llegaron a un género que ya estaba agotado a tal punto que si tuviéramos que enumerar poetas españoles de primer orden desde el Siglo de Oro hasta 1922 sólo se podría apostar por Darío y Chocano que, además, eran latinoamericanos y no peninsulares. Ergo, la poesía que Vallejo contrarió, en su momento, hacía tiempo que estaba caída y, sin embargo, en pleno alce, luego de siglos, pese a que España había perdido todo su pasado esplendor (recordemos que los del 27 celebraron a Góngora como si todo lo existente en el intervalo que los separaba no existiese). En todo caso, este sería un mérito único de Vallejo si hubiera surgido solo, pero hubo, en realidad, todo un despliegue hispanoamericano de revolución literaria pues Lorca y su “Poeta en Nueva York” de fines de los años veinte es un ejemplo de que Vallejo no es una cumbre solitaria respecto del mundo hispano.

Esta mención de Lorca es fundamental porque puede hacerse una comparación en torno a lo que ha influenciado cada artista. Veamos, a Lorca lo han ensalzado y utilizado innumerables artistas flamencos desde los más básicos y tradicionales hasta los más rupturistas y arriesgados como Camarón en ‘La Leyenda del Tiempo’. No bastando con ello dentro del ámbito del cante jondo, un compositor sofisticado y profundo como fue Leonard Cohen desde una posición y perspectiva muy diferentes vivió tan eternamente obsesionado con este poeta que no solo musicalizó sus poemas como el bello ‘Pequeño Vals Vienés’ (‘Take This Waltz’ en la versión de Cohen) sino que a su propia hija le puso como nombre el apellido del poeta andaluz. Y, como si no fuera suficiente el genio Enrique Morente propuso en 1996 junto a Lagartija Nick el disco más avanzado del mundo flamenco en el que fusionó las esencias más hondas del cante y la potencia del rock junto a las misteriosas y fecundas letras del gran Federico, ‘Omega’. En cambio, a Vallejo le cantan … Quizás por este tipo de detalles es que sus seguidores evitan y detestan las comparaciones

Otro gran desacierto de los chauvinistas es olvidar que en 1922 la escena latinoamericana se vio sacudida por la primera presentación portentosa de la abismal obra “Los Gemidos” que es la primera piedra de la ciclópea y pétrea propuesta integral del Amigo Piedra, es decir, el gran Pablo de Rokha, autor que, ni en la mayor de las pateaduras, podría alguien decir que esté por debajo de las pretensiones vallejianas.

En fin, 1922 fue un año muy singular, en tanto se cocinaba la próxima guerra mundial y los años de bonanza y del jazz, pero en el subterráneo de la sociedad alumbraba oscura la gran debacle, no en balde Spengler pública el segundo volumen de “La Decadencia de Occidente” este mismo año. No debe olvidarse, además, que “Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva” de Weber, también, se publicó en 1922.

Que sirvan éstas dos muestras de pensamiento sumadas a lo de Wittgenstein para indicar que, generalmente, cuando hay grandes obras literarias, también, hay grandes obras de pensamiento, pues nada está aislado cuando podemos observar el panorama y no solo nuestros escritorios.

Lo que debe uno preguntarse, a estas alturas, es ¿qué representa “Trilce” en relación a todas las obras mencionadas? y, también, en torno a esta misma circunstancia, debemos evaluar la obra posterior de Vallejo (incuestionablemente apreciable aún en su débil condición) que, como debemos enfatizar, solo fue publicada tras la muerte del santiagochuquino hiperestésico. Esto es ejercer el criterio y no ensalzar por ensalzar una propuesta que se sostuvo en minucias, excepto por los poemas líricos y su línea final, una obra que, sin duda, revoluciona el lenguaje, pero sólo se ocupa de minusvalías.

Entonces, debemos darle la categoría de instrumento mecánico y formal en el que Vallejo se desprende de su angustia inicial y de cierto sentido metafísico y pasa a convertirse en otro individuo, uno con aspiraciones que se hicieron rotundas recién en “Poemas Humanos” (muestra de equilibrio redondo entre forma y fondo y lleno de indagaciones profundas sobre el ser humano) y, sobre todo, “España, aparta de mí este Cáliz”, dos libros que el atribulado paisano nuestro no habría escrito sin haber pulido su trilceano verbo y sin, espiritualmente hablando, anclarse en el comunismo como fórmula de satisfacción social, lo que es muy claro y lo expongo como corresponde pese a mi repudio pleno a dicha doctrina pues, objetivamente, esta le dotó a Vallejo de un temple más sólido que el expuesto hasta ese momento.

No nos importa, por tanto, si el autor es sincero o insincero sino lo que propone y en “Trilce” se da un uso excesivo de juegos verbales para encubrir actividades ordinarias. Es decir, revoluciona la apariencia de la lengua, pero sólo para decir banalidades y quien no lo vea de esa forma debería comparar “Trilce” con “Poemas Humanos” y “EADMEC”.

Por otro lado, es perfecto incidir en los juegos verbales (todo escritor talentoso debe ser susceptible a esta dinámica alguna vez, pues hacerlo implica un cierto dominio del oficio), pero teniendo consciencia de que eso resulta un artificio menor. Vallejo lo sabía y por eso se distanció de su retórica trilceana en su obra posterior en la que entró de lleno en el núcleo de varias facetas de la experiencia humana (aún con sus limitaciones), pues nunca se desdobló ni usó personajes ni efectos dramáticos dada su condición de poeta lírico perenne excepto en “EADMEC”.

Lo de 1922 debe llevarnos a preguntarnos si Joyce pese a ser un revolucionario de la forma y el lenguaje nos muestra algo que no conociéramos antes de él o si su hondura está a la par con otros maestros del género como Cervantes, Dostoievski o Tolstoi. Quizás Joyce, como buen profeta, había puesto puntos suspensivos al inevitable hundimiento y hecatombe de un mundo cada vez menos lleno de sentido.

En este orden de cosas, dado que se menciona a “Ulysses” y a “Trilce” en una misma coordenada dada por el año que comparten, debo argüir que Vallejo (en “Trilce”) nos habla de minucias engarzadas en juegos verbales enrevesados en una sola dimensión en tanto que Joyce nos habla de minucias, también, pero las pone en dimensiones más graves y como en un salón de espejos retorcidos empalma su cotidianidad con la especie humana entera y el mundo homérico con lo que se ensalza, pues siendo Irlanda un país subalterno, Joyce lo pone en el centro del mundo que ha inventado. Vallejo, todo debe ser dicho, no hizo nada de eso, por lo menos, no en “Trilce”.

Sin embargo, siendo que “Trilce” comparte con “Ulysses” la característica de cierrapuertas o punto de no retorno respecto de la experimentación lingüística, al menos, dentro del mundo de habla hispana, es menester señalar el mérito del autor de “Traspié entre dos estrellas” para superar esta miserable condición gamilatística y, pese a su debilidad e hiperestesia, y las condiciones tan duras en las que vivió, proponer dos obras que ya no serían parte del vaciamiento de sentido de toda su época.

Es decir que, al no limitarse a “Trilce” se superó, precisamente, por algo que los esnobs frágiles desdeñan, su compromiso político y su enorme necesidad de develar los misterios de la condición humana. En esto último, se empalma con Ezra Pound que, desde la vereda de enfrente (la del fascismo) supo sobreponerse a sus condiciones de vida (prisión inhumana en Pisa, encierro en el manicomio de Saint Elizabeth, exilio, etc.) para elevarse sobre sus contemporáneos.

Apunto esto, ya al final, pues podemos despreciar ambas formas de entender la política, pero no se puede negar que esas convicciones o, en todo caso, esas preocupaciones determinan la potencial trascendencia de cada autor. En este sentido, no olvidemos que el más grande de todos los poetas, Alighieri, escribió sobre política y padeció las consecuencias de su posicionamiento crítico (acaso contradictorio) en torno al poder pues se largó o lo largaron de Florencia por haberse entrometido en dichas circunstancias, más propias de las fieras que de los hacedores de versos.

Sobre los límites de la poesía, debemos recordar que existen varios troncos en la Poesía, en general, y en la hispana, en particular, y si bien Vallejo dinamitó el lenguaje y ahondó en cierto número de virtudes como la solidaridad y otras, hay muchos caminos que no transitó como la elaboración morosa de diferentes tipos de saberes y fórmulas en una sola propuesta totalizante, por ejemplo. Luego, el amplio reino de la imaginación y la fantasía y, desde luego, lo surreal. Solo para hacer mención de mi gusto personal, es claro que “Poeta en Nueva York” es tan necesario como “Poemas Humanos” y mucho más visionario; precisamente, esta tendencia visionaria es una clásica tradición poética en la que Vallejo no se inmiscuyó pese a ciertas breves líneas suyas que fueron proféticas.

En todo caso, la Poesía totalizante y visionaria siempre será la poesía del porvenir, fue así en el inicio y, probablemente, sea lo único que nos sostenga en nuestra última hecatombe.

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