Caminar por las calles del centro de Lima es un asunto entretenido para el que no va con un teléfono celular en la mano. Se puede uno quedar tranquilo con todo lo que observará. En una calle, por ejemplo, las adyacentes a la Plaza de Armas, puede uno ver una protesta de señoras con banderas ondeando y exigiendo un pago a la Municipalidad, y, al otro lado, ver a una jovencita posando para un joven fotógrafo de pelo largo y desgreñado. Al otro lado, observar una orquesta en la calle, jugando con sus baquetas, dando inicio a una canción estruendosa y divertida. También se observan a las palomas, ir entre los pasos apurados de la Alameda Chabuca Granda: señoriales, no olvidan que vivieron en épocas del virreinato.
En esa misma plaza, abundan los jóvenes enamorados, o solitarios, o amigos que muerden un helado, y señoritas solitarias mirando sus celulares, y señoras con sus sobrinas, nietas, hijas, primas, cuñadas, caminando y charlando, mordisqueando una generosa y densa tajada de pizza. Jirón de la Unión hierbe en gente. O, por ejemplo, este jovencito que, sentado en una banca de madera junto a su flaca, frente al Metro de Emancipación, le da vueltas a su cigarrito de cannabis para distraerse del smog cotidiano, o simple y lento, buscar el auxilio doña María.
En las galerías, salen y entran ávidos compradores. Frente a la Plaza de Armas, se observan galerías de vestidos, con jóvenes enfundadas en trajes de novias, y también pollerías lujosas, de ventanas de vidrio, donde los pollos rostizados dan vueltas en tubos metálicos. La librería El Virrey, en la esquina, descansa tranquila del bullicio: adentro reina el silencio fugaz de los lectores. Señoritas te detienen para preguntarte si deseas un par de lentes. También se puede oír a jóvenes delincuentes charlando a voz en cuello, gritando en el Jirón Conde de Superunda. Uno se debe cuidar, procurar distancia y mantenerse alerta frente a esos jóvenes.
Después quedan las calles eternamente averiadas que principian por Cailloma, con el asfalto descuartizado por orden del municipio, enmarañadas de redes de plástico anaranjado levemente sucias que impiden el paso a peatones curiosos a esta destrucción cotidiana. Si queda ganas de conocer más la calle más literaria de la vieja ciudad, pueden pasar por la Avenida Tacna, que reúne una serie de locales a la vera de sus enormes autopistas. En estos locales, veremos inciensos y palo santos encendidos, arrojando el acre humo de su esencia. Aquí, venden crujientes picarones embalsamados de abundante miel; y, claro, sin esperar octubre, turrones de todos los sabores y colores: en caja, en oferta. Cirios rojos y rosarios de plástico fosforescente, todo esto encontramos regado en las calles. Como también, señoras que cortan su fruta para venderla en bolsitas; o señores que arrojan una tela al suelo para ofrecer un abanico de ofertas hechas con telas de colores, como pulseras, o con cablecitos de metal, que logran tomar formas diversas. ¿Ven que un grupo de personas se acumula tras las rejas y se sujeta a ellas en actitud reverencial?
Hemos llegado a la casa de reposo de la imagen de El Señor de los Milagros donde feligreses y niños y vendedores se acomodan según sus necesidades afectivas o económicas. Cuenta los sacristanes que esta imagen fue esculpida por manos hábiles de esclavos africanos, y que tiene poderes sobrenaturales como ayudarte en alguna enfermedad. Sentémonos un rato a observar la calle Camaná, que en su extensión le hace un tajo a todo el centro: frente a nuestra banca, observamos a un señor que cubre a su menor en su pecho. Este lleva colchas y él a veces saca su celular y lo guarda. El celular presenta un estuche de cuero negro, que nos hace pensar que se trata de un señor que cuida sus pertenencias. La calle de Camaná, en dirección a Plaza Francia, nos presenta algunos puestos de libros y de objetos antiguos que es necesario comentar.
Ribeyro dirá que la higuerilla crece como planta salvaje en cualquier lado, así también crece la cultura en Lima: a contracorriente. Aquí empiezan los primeros brotes de una calle capital del centro: Quilca. Acabamos de pasar y vimos a un joven tomando una fotografía a un balcón donde reposa una maceta de hojas secas que reptan al filo del tiesto. ¿Acaso capta el instante que se estrella en la apolillada geografía? En estas calles, hace años, se organiza la rebeldía juvenil, sin embargo, hoy en día es una calle con tatuajes del pasado, como muros pintarrajeados de diferentes tonos, y algunas librerías donde todavía se puede conseguir un tomo con todas las ediciones de la revista Colónida. Jirón de la Unión es la calle comercial y mítica de esta parte de Lima; como todo orden, este modelo de calle se repite en las grandes ciudades de todo el Perú —el Jirón Pizarro en Trujillo, por ejemplo; o el Jirón Mercaderes— y traduce el ritmo de la gran urbe peruana.