No recuerdo dónde ni cuándo escuché que Lima era una ciudad triste, tan triste que permitía, a modo de consuelo, volver a sus habitantes seres poéticos. La poesía pues como el hacha que sujetar cuando la desesperación nos hace quebrar los vidrios de auxilio.
Leyendo las páginas de Lima, la horrible (ed.2005) del poeta, dramaturgo, novelista y ensayista Sebastián Salazar Bondy veo que la idea de ser poeta en una ciudad como Lima no es tan descabellada; incluso, pienso que es una de las formas más saludables de habitar esta metrópolis.
El texto de Salazar Bondy no se limita a ser un recetario de las viejas casonas, como de los hábitos del virreinato que, sin embargo, arrastramos hasta nuestros días; ni de ser la infatigable y eterna fotografía de una ciudad donde muchos viven en barriadas, callejones y en la pobreza extrema; pues, detrás de la nostalgia y el vacío de habitar Lima, también se huele la danza de su poesía; es decir, la reflexión estética, que no deja de ser pensamiento abierto; y que mejor que sentirla en la voz indeleble de sus artistas,
“Hablar del vals criollo obliga a referirse a un limeño representativo: Felipe Pinglo Alva. Los grandes libros no lo citan, pero su memoria y su obra persisten en el pueblo. (…) Pinglo no es una excepción: el sentimiento es popular, sí, pero su expresión buscaba la forma ilustre. La noche cubre ya/ con su negro crespón, es una imagen que aspira a sintetizar, con metáfora insuficiente, la nocturna atonía del solitario”
Así, este polémico texto, uniendo pasado y presente, nos invita a observar nuestra ciudad y a entenderla desde sus artes, sus costumbres, la hipocresía de su moral, su servilismo.
No se equivocó Melville al manifestar, tal como aparece en uno de los muchos epígrafes citados por Bondy, que,
“no es enteramente el recuerdo de sus antiguos terremotos, ni la sequedad de sus cielos áridos, que nunca llueven; no son estas las cosas que hacen de la impasible Lima, la ciudad más triste y extraña que se pueda imaginar. Sino que Lima ha tomado el velo blanco, y así acrecienta el horror de la angustia”
…no sé equivocó decimos, ya que, al andar por Lima, al perderse en ciertos inviernos por sus callejuelas, es uno víctima de la melancolía de garúa, de la destreza de las bancas marchitas y la grisura de sus calles.
Abro entonces mi ventana, hoy diciembre del 2020, y no veo sino un cielo blancuzco, que impide ver un trozo de celeste mientras planean algunas avecitas negras. Cielo como la giba de la enorme ballena que el Capitán Ahab perseguía endemoniadamente desde su barco Pequod. Esta ciudad tiene de cielo la nitidez de una mortaja, un “velo” en el entender de Melville.
Por eso, Bondy la tenía clara: esta ciudad es un velo sobre sus habitantes. Un velo, en general, de prejuicios que invitan a observar con distancia la dimensión de nuestra identidad. Primero, esa mortaja o velo fue naturalmente usado por las tapadas, para luego ser usado como máscara de muchos habitantes. Me detengo en las tapadas, para explorar el tema femenino en las páginas de Lima, la horrible. Cito:
“La mujer por el matrimonio ha sacado ventaja de su estado servil y mediante la dulce estratagema que mezcla zalema y coerción se ha convertido en la eminencia gris de los gobiernos. Si el chileno Miguel Victoriano Lastarria achaba al vestido de la tapada –uniforme femenino hasta más de la mitad del pasado siglo- el poder que la limeña ha ejercido siempre en los destinos políticos y sociales de este país, su equivocación sólo consistió en la errónea identificación de la causa del fenómeno de dominación femenina.”
Vemos que, por un lado, existe una necesidad de entenderse la posición social nuclear de la mujer limeña, como también, observarla no solo en su dimensión pasado, sino en un presente (1950,digamos):
“Porque si ayer la limeña aspiraba a revolotear, cubierta su identidad bajo el rebozo de Manila o China, oteando con un solo ojo pícaro la aldea y sus figurantes, la larga falda hasta los torneados tobillos y un brazo desnudo (…) hoy quiere campear desde la desnudez de un fugaz reinado de Miss, del cual procura publicidad, popularidad y vanidad…”
Lo que hace Bondy, entonces, es devolvérmelos la desnudez que ocultamos: el miedo a la muerte, la sociedad jerarquizada, la vieja patria criolla que jamás volvió los ojos al ande menos a la selva, el boato de la clase adinerada, los pollos a la brasa que algunos hambrientos observan desde las calles. Y es que este afán de criticar con razones aunque duelan, no deja de ser enfático en el texto; y termina siendo una crítica de las costumbres, de la moral:
“Esa media voz es también media acción, y por las mismas causas. Una mesura en la conducta que no es la francesa, equilibrada por el juicio, sino la criolla, regida por el miedo, debido al cual un limeño nunca os dirá si o no (Federico More) y retrocederá ante la idea de vertir sangre ante su enemigo (Manuel A. Fuentes). Aparentar, adular, complacer, uniformar, constituyen aquí reglas de urbanidad. El exceso, positivo o negativo, y la demasía, aunque fuere la creadora y avasallante del genio, se tienen por ejemplos de vulgaridad o demencia.”
Bondy es claro y su afán no deja de ser didáctico: al sacudirnos el velo, vemos la real belleza de nuestra ciudad. Un desierto, calles donde se amontonan pobres, viejos buses ahogándose en las esquinas. Si para Rimbaud la belleza fue horrible cuando la sentó entre sus piernas, para el poeta Bondy Lima era hermosamente fea, desquiciadamente triste. Aunque sabemos que para otros autores cercanos a Bondy — pienso en Ribeyro o E. Congrains — no era precisamente bella, ni afable; en el trabajo de Bondy asistimos a una disección de un ser vivo; por ende, a entender sus células internas,
“A esto le llaman, nuestros burgueses aristócratas, democratización (el director de empresa se emborracha con sus obreros porque es muy criollo, razón por la cual el latifundista alterna con sus peones en la choza y el Señor Presidente estrecha la mano del audaz zambo que se le aproxima), aunque el trabajador siga siendo el “cholo de mierda”, “el serrano sucio”, “el negro bruto”, “el chino tísico”, que no mereced ni la centésima parte del salario que recibe su semejante de Illinois o Cincinatti, USA.»
A mi generación, los libros de Salazar Bondy llegaron en viejas ediciones.. Libros a los que accedimos gracias a las rumas de libros viejos que florecían en el centro de la ciudad, y donde permanecíamos luego de las aburridas clases de la academia.
Recuerdo la lectura de Pobres gentes de París, especialmente de su cuento “Soy sentimental”, que a muchos amigos no les gustaba por la delicadeza con la que los personajes afrontan un aborto, y, que, no obstante, me llamó la atención desde un inicio por la transparencia de su prosa.
O sus poemas, de los que tengo todavía un intenso recuerdo de música muy encarnada, sentida, que aletea vibrante luego de leído. Y eso me hace sospechar que con Bondy nos junta el sentimiento, no la razón; el apretujado compartir de emociones que nos embalsaman a los que habitamos, andamos, amamos y vivimos en la ciudad más triste del mundo.