Cine

Licorice Pizza, de Paul Thomas Anderson (2021)

Lee la crítica cine de Mario Castro Cobos.

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Licorice Pizza más que una película me parece una droga. Y una droga muy norteamericana. Pero en lugar de deshacerme en elogios de usuario bajo los efectos de la misma prefiero dedicar unos cuantos minutos a analizar la bendita maldita droga que disfruté —sin duda— tanto.

Podríamos ser tú o yo, no somos los más bonitos pero la belleza de lo que sentimos encanta al mundo. La película es un canto al amor romántico, a la fe en los sentimientos, a la posibilidad de la realización del sueño de encontrar a alguien que…

¿Es eso real? La película dice que sí, o juega a eso. Por lo pronto sus visos de verosimilitud están en que junto al cuento de hadas del chico (¡hombre de negocios ya!) de 15 que acaba convenciendo a la chica de 25 (¡aplausos!) ambos se ven bien imperfectos y hasta ridículos y defectuosos…

Pero eso qué importa (es parte de su encanto) si son capaces de dejarse llevar por sus pasiones, son capaces de expresarse y de amar, están más allá de las fuerzas censoras y represoras (bien setentas, etc.) Así que merecen ganar la partida.

El uso bastante astuto de la banda sonora lo mantiene a uno en ‘alto’, en una embriaguez emocional casi ininterrumpida. En estado de gracia perpetua bajo chorros de agua bendita.

Me sumo al señalamiento de cuánto ama Anderson a sus personajes. Es una madre, les da su vida.

Y claro, la química de los protagonistas es pura dinamita.

Ah y ese optimismo tan yes we can de que claro que sí, tú puedes alcanzar tus sueños, serás gordito y con granos pero puedes finalmente luego de algunas turbulencias quedarte con la chica de tus sueños. Sin olvidar que si tienes algo de plata pues eso ayuda.

Hay ahí una especie de juego ganador-perdedora; él es un ganador aunque tenga pinta de loser desde otra perspectiva, ella, que podría encajar en el cliché de la fea guapa o de la fea con jale (y ya ustedes agreguen las definiciones que gusten) o de la que no será la más guapa pero cuyo magnetismo acaba transfigurándola…

Mi punto. Ella no tiene agenda propia, no sabe qué hacer con su vida, es ‘la segunda’, la grupi, la chica necesita un héroe (y prueba con varios) así que otra vez estamos ante la gringada de siempre aunque sea un chibolo simpaticón arrogante y desaliñado. Y testarudo y siempre pensando en hacer negocios. Y aunque la película la dirija un tal Paul Thomas Anderson.

Gary Valentine podría acabar votando por Trump. De nada, pero quería un final feliz para este artículo.

Tráiler.

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