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LIBERTAD BAJO PALABRA: Dichoso el que está absuelto de su culpa

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Salmo 31: 1

 

En los periodos difíciles, en los que se dan pruebas de resistencia todos los días y en los que se afrontan diversas calamidades, se forja la entereza de los individuos y, con ellos, la de los pueblos. El Perú actual atraviesa uno de estos momentos y nadie sino el mismo pueblo podrá guiar el único cambio posible. Por ello, a nadie le corresponde guiar la marcha de mañana, mucho menos, la izquierda ni un organismo tan corrompido como la CGTP.

Hasta hace unos meses, el más difícil y oscuro de los períodos que afrontamos en el curso de nuestra historia republicana se llevó a cabo entre las décadas de 1980 y 2000. Sin embargo, a cuatro años del bicentenario todos nuestros defectos de origen han resaltado nuestra huérfana condición de país sin estructura, sin unidad, sin parentesco, es decir, sin patria, es decir, nuestra imposibilidad de ser o nuestra permanente vocación de no establecer, de plano y plenamente, una nación.

De las múltiples conclusiones que podemos extraer de este extenso desierto, la principal es afirmar que sin una democracia verdadera y sin la participación política de todos los ciudadanos no podremos asegurar que el pueblo se vea liberado de esta inmoralidades y horrores porque no existe otra forma de gobierno que pueda resguardar nuestros derechos fundamentales y asegurar que todo aquel que transgreda la ley sea juzgado con severidad, pero en cauteloso respeto del debido proceso como corresponde a todos los políticos involucrados en el tema Odebrecht y en los otros entuertos que aún no se han develado a la luz pública.

De esta forma, al asegurar y robustecer nuestra democracia, día a día, evitaremos irrupciones tan lamentables como la del conflicto dado en nuestra patria en aquellos aciagos años de la guerra interna, el encubrimiento de crímenes y actos de corrupción de las mal llamadas autoridades que fungieron como presidentes, ministros, congresistas, gobernadores, regionales, alcaldes, etc. durante los últimos 40 años y el silenciamiento vergonzante de todos los involucrados, que es peor o más grave que todos los otros actos propiamente dichos.

Sin embargo, tras dieciséis años de falsedades, la verdad ha sido expuesta una y otra vez y muy pocos le han dado la atención tan especial que requería su defensa en tanto que la reconciliación, la justicia y la dignidad nacional vejadas una y mil veces por todos siguen siendo un desafío vigente.

En tal sentido, es nuestra intención que en un futuro cercano podamos reconciliarnos auténticamente como integrantes de un mismo pueblo, que curemos todas las heridas que se dieron en el pasado pero que no olvidemos las cicatrices – es decir, su trazo sobre nuestra memoria histórica-  para así aprender a superar las desigualdades e injusticias que parecieran ser permanentes en nuestra sociedad.

Por todo ello, debemos insistir, como ciudadanos y patriotas, en robustecer los dos pilares centrales que edificarán un Perú mejor al que actualmente, padecemos:

LA LUCHA FRONTAL CONTRA TODO ACTO DE CORRUPCIÓN Y EL AJUSTICIAMIENTO DE CADA CRIMINAL CONFORME AL ESTADO DE DERECHO.

 

La verdad, que en este país se ha relativizado hasta el extremo de casi no diferenciarse de la mentira, deberá imperar en todo momento sin importar las consecuencias. El primer paso será negarle créditos de representatividad a toda la clase política vigente hasta que se haga más que un mea culpa.

En el sentido descrito en el párrafo que antecede estas líneas, Marco Arana -un tipo mezquino y sombrío, según indica su proceder público- ha realizado hoy uno de los más honestos MEA CULPA que se ha visto en mucho tiempo a tal extremo que él queda más mal parado que el sector objeto de su crítica.

Aunque, sin duda, debemos atender a los más necesitados y a los que sufren, también debemos enseñarles a crear riqueza y, para ello, debemos luchar por garantizar la igualdad de nuestros derechos y la búsqueda del establecimiento de una sociedad más justa sin ignorar la importancia de darle a nuestra memoria histórica el espacio e importancia que ella para así poder reflexionar, debatir y proponer alternativas que nos permitan disfrutar de una ciudadanía más consciente, responsable y que evite a toda costa la repetición de hechos tan desgraciados para nuestro país y aceptar que la izquierda no es la fuerza más adecuada para lograr todos estos propósitos.

Ojalá el resto de la izquierda fuese tan “noble” como Marco Arana y aceptase la obvia inviabilidad de su opción y su imposibilidad de liderar cualquier marcha o forma de oposición a la podredumbre excesiva de la clase política actual ya que ellos mismos no sólo la conforman, sino que, en su momento, los encumbraron y lo han hecho toda la vida. Mayor ceguera que ese oportunismo izquierdista, cuya gráfica máxima la representó el ingente interés que tuvieron en apoyar a Humala y a Villarán, no puede haber. Consentir esa farsa sería ser cómplice de lesa estupidez.

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