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Leer historietas: ¿Para qué?

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Viñeta de David Sánchez, La muerte en los ojos

“Se insiste, se persiste y se resiste.” Tal parece ser la máxima que todo historietófilo lleva grabada a hierro en el corazón. Y, ciertamente, no es fácil declararse cultor de un medio que a menudo es ignorado o rebajado al nivel de una golosina mental. Ahí está la publicidad, por ejemplo, que no termina de relacionar a la historieta con contenidos super-heroicos y super-ficiales de ingenuidad escalofriante.

Ahí están los canales de entretenimiento, esa rara avis hija del terrorismo cultural y los chismes de barrio, que parecen vivir un romance eterno con el cómic mainstream (y no es que esté mal, pero hay que decirlo). Y ahí estamos también nosotros mismos, cultores del medio que denominamos “noveno arte”, avergonzándonos de abrir un Charles Burns cuando vemos que alguien ha abierto un Charles Bukowski.

Por suerte, existen también los lectores juiciosos, interesados en esa “otra” historieta, que hace tiempo dejó de ser “otra” en países como Chile, Brasil o Argentina. Y digo que los hay, mientras pienso en los hermosos álbumes de Jacques Tardi, Craig Thompson y Daniel Clowes que hoy en día adornan cada vez más librerías del país. Existen, entonces, pero no se dejan ver. ¿Será que el país está lleno de historietófilos anónimos? ¿Será que somos una escena sórdida y secreta? ¿Será que nos hemos convertido en los ciegos de Sábato? ¿Dónde están los desaparecidos?

A ellos, entonces, y para que no abandonen, va dedicada esta pregunta: ¿Para qué leer historietas?

 

1. Se leen historietas para entender la historieta.

Guillermo Cabrera Infante, en un lúcido artículo acerca de Les quatre cents coups escrito allá por 1959, mencionó que “cada película que se ve, vieja o nueva, es una lección de cine.” Nadie podrá negar que lo mismo ocurre con la literatura, con la música, con la pintura y hasta con la vida, si tuviéramos oportunidad de vivirla más de una vez en calidad de replay. Pues, bien, la historieta es parte de la vida (afortunadamente), y se llega a ella a través de su lectura constante.

Lectura constante, y reflexiva: de nada nos sirve leer Valentina, si no nos detenemos a contemplar el carácter poético (cinematográfico, dirán algunos) de las páginas planteadas por Crepax. Del mismo modo, el trabajo de Thomas Ott perderá todo valor, si ignoramos el hecho de que el discurso estético del autor suizo se desprende de su propia técnica: la carte-a-gratter. Y así, por el estilo. La historieta, como producto, se lee (y se observa). Como medio de expresión artística, se analiza.

 

2. Se leen historietas para partirse en dos.

El lector de historietas, a fuerza de consumirlas y procesarlas, desarrolla una doble sensibilidad. Y esto porque la historieta, en general, puede definirse como la yuxtaposición de dos discursos: uno gráfico, y otro textual. Ninguno tiene preponderancia sobre el otro, y cada uno conserva -o debería conservar- en cada viñeta su propia sintaxis (las imágenes tienen también un sujeto, un verbo y un predicado, Will Eisner dixit). De esta manera, a diferencia de lo que ocurre en el cine, donde el guión se transforma en voz, en la historieta la palabra será siempre palabra escrita, conservando esta su dimensión espacial y alcanzando a menudo cotas de gran sensibilidad literaria. Del mismo modo, el dibujo historietístico es capaz de albergar por sí mismo una compleja retórica visual, o partir de la palabra y enriquecer el discurso textual de formas insospechadas.

En caso de duda, piense usted en el trabajo de Len Wein y Bernie Wrightson para House of Secrets Nº 92 (Swamp Thing), y dígame si no es aquella una pieza de relojería fina.

 

3. Se leen historietas para disfrutarlas de a pocos.

Abrir un álbum de Corto Maltés con la única intención de saber si el héroe triunfa sobre el villano equivale a abordar el Ulises para disfrutar con “las aventuras de Poldy Bloom”. Es decir, puede hacerse, pero el despropósito sería inmenso.

La historieta es un arte de narración, sí, pero también de contemplación: cada viñeta tiene de por sí un valor estético, además del narrativo, y cada composición de página encierra una premisa. Sin caer en el “arrebato” zuluetiano, claro, pero conviene apreciar las páginas por lo que son: pequeñas obras de arte.

Cualquier página de Chris Ware es una clara muestra de la conjunción entre las partes y el todo, del carácter esquemático y los nuevos derroteros narrativos de la historieta, y finalmente, de cómo un historietista puede llegar a The New Yorker sin ningún asesinato de por medio.

 

4. Se leen historietas para discutir la historieta

Una parte importante de una escena está no en lo que se lee, sino en lo que se dice tras haber cerrado el libro. Después de todo, es a través del diálogo y el debate que se crean tendencias, corrientes de pensamiento y otros nutrientes básicos para cualquier medio artístico en crecimiento.

¿Que cierto tipo de historieta carece de difusión? Cierto. ¿Que pocas son las instituciones que favorecen la discusión académica? Indudablemente.

¿Qué nos sobran las excusas para no opinar? Eso, sobre todo.

 

5. Se leen historietas porque sí.

Porque podemos leer historieta clásica, y retomar nuestras ilusiones de infancia justo donde las habíamos dejado. Porque podemos leer historieta de aventura, y olvidarnos de las cuentas por pagar. Porque podemos leer historieta de ciencia-ficción y escudriñar en la naturaleza humana, o leer historieta de autor y entender que el ser humano y su propia creatividad son dos fuerzas recias e inexpugnables.

En fin. Se leen historietas para no olvidarnos de nosotros mismos, creo yo. Eso debería bastarnos.

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