En un artículo dedicado a su famosa diatriba contra las películas de Marvel, Martin Scorsese explica que el tipo de cine que ha admirado toda la vida siempre gira en torno a una gran revelación. Concretamente, habla de una forma de descubrimiento estético, emocional y espiritual que ilustra al espectador acerca de la contradictoria naturaleza del ser humano; y por ende, de la manera en que nos podemos hacer daño los unos a los otros, amarnos, y, en el camino, encontrarnos a nosotros mismos. Hoy que varias series de televisión son reconocidas como productos artísticos de alto calibre —pienso, por ejemplo, en “Dark”, “The Crown” y “La casa de papel”—, me parece pertinente ampliar un poco el horizonte de la polémica iniciada por el director de “El irlandés”.
De las series que he terminado de ver en los últimos meses, la que más me ha impresionado, y la que creo que calza mejor con la visión que propone Scorsese del séptimo arte, se llama “How to Get Away with Murder” (en Hispanoamérica lleva el horroroso título de “Lecciones del crimen”). Creada por Peter Nowalk y producida por Shonda Rhimes —creadora de la interminable “Grey’s Anatomy” y el drama político “Scandal”—, la historia inicia cuando Annalise Keating, una reputada abogada criminalista y profesora de Derecho a quien da vida Viola Davis, recluta a cinco de sus estudiantes de primer año para trabajar en su firma. A partir de entonces, los personajes principales se ven involucrados en una serie de crímenes de los que aparentemente salen vivitos y coleando, hasta que suceden cosas inesperadas y las frágiles estructuras que sostienen sus vidas empiezan a quebrarse.
Cada una de las seis temporadas parte de un sangriento crimen cuyos detalles se van revelando con cuentagotas, manteniendo en vilo al espectador de principio a fin. A primera vista, esta estrategia narrativa podría parecer una de esas fórmulas que, como bien observa Scorsese, son empleadas una y otra vez por las franquicias que ponen el lucro antes que el arte. Nada más lejano de la realidad. Pues, en el caso de “How to Get Away with Murder”, los recursos audiovisuales están siempre al servicio de la historia que se quiere contar, y, en lugar de seguir recetas de oficio, Nowalk y sus colaboradores se arriesgan constantemente al tratar problemáticas como el racismo, el sexismo, la discriminación contra los miembros de la comunidad LGBT, y las muchas injusticias que se viven dentro del sistema de justicia estadounidense.
Ahora bien, el éxito de la serie se debe en gran parte a la compleja y apasionante evolución de la protagonista. Negra, bisexual, ambiciosa, depresiva, alcohólica, víctima de toda clase de ultrajes y autora de otros tantos, Annalise Keating es sin duda uno de los personajes de televisión más logrados de las últimas décadas. Como no podía ser de otra manera, la brillante actuación de Viola Davis ha cosechado numerosos galardones. Entre ellos, cabe destacar el Premio Primetime Emmy a la Mejor Actriz Principal en una Serie de Drama (el primero de su categoría para una mujer afroamericana), en cuya ceremonia de entrega Davis habló de cómo las actrices negras habían cruzado por fin las barreras de las que hablaba Harriet Tubman en el siglo XIX. Son particularmente memorables las escenas de Annalise con su madre, interpretada magistralmente por Cicely Tyson, una veterana de las artes escénicas que a sus 95 años no ha perdido ni una pizca del talento que derrochaba en sus primeros trabajos.
Pese a toda la sangre vertida a lo largo de la serie, me parece injusto reducir su argumento a unas morbosas lecciones de homicidio. Si hay algo que vertebra y dota de sentido a todo lo que ocurre, es la idea de la supervivencia. Desde un comienzo, el comportamiento de los personajes exhibe aquellos extremos impronunciables a los que puede llegar el ser humano cuando es presa del miedo, el odio, el abuso y la desesperanza. Sin embargo, en extraños remansos de paz e introspección, tanto los personajes como el espectador descubren que, aun cuando creemos haber tocado fondo, la vida continúa y nos da razones para resistir las peores embestidas. Así como muchos peruanos y peruanas lo están haciendo ahora, en medio de una de las peores crisis sanitarias y económicas de la historia contemporánea.
Series como esta son una prueba de que, cuando se lo propone, la pantalla chica puede llegar a competir de igual a igual con la grande. Y ahora que los cines y los teatros están cerrados (y probablemente permanezcan así por un largo tiempo), todo parece indicar que el inicio de su tantas veces postergada edad de oro está a la vuelta de la esquina.