Una de las cosas que suelen reclamarle algunos lectores (y no lectores) a Mario Vargas Llosa, es que su producción última “ha sido irregular en calidad”, que su pluma “ha perdido la magia y la tensión de sus inicios”. Los leo y me pongo a pensar si esas personas habrán leído de verdad “Conversación en la Catedral”, “La guerra del fin del mundo”, “La fiesta del Chivo” o “La ciudad y los perros”. Joyas universales por donde se las mire. Páginas memorables que radiografiaron un tiempo en una Sudamérica que ya no existe.
Razón suficiente para entender que el corpus impreso de un escritor suele tener, siempre, sus altas y bajas. Y aquí radica entonces toda esa ansiedad que ha provocado la noticia de la nueva novela de nuestro escritor, titulada “Le dedico mi silencio” y que cuenta la historia de Toño Azpilcueta, un experto en música criolla, que descubre a Lalo Molfino, un guitarrista extraordinario que está convencido de la que música es la verdadera y más poderosa arma de una revolución. Porque hermana, porque remueve sentimientos, porque pone en perspectiva las emociones. Y es aquí donde Azpilcueta decide, admirado profundamente, escribir un libro que cuente la historia del guitarrista, en un Perú que se desangra con los ataques de Sendero Luminoso.
Escribir la historia para tratar de entender cómo se construyó el artista. La escritura como exploración y construcción de una vida extraordinaria. ¿Volveremos a leer páginas memorables en esta nueva entrega? Esperemos que sí, aunque, como se dijo al comienzo, las últimas entregas de Vargas Llosa no han estado a la altura de sus obras maestras. A veces pienso ¿se le puede exigir a un escritor que todas sus obras sean obras maestras universales? Parece que sí. Una suerte de grito exigiendo esa magia que llevó a Julio Cortázar a escribirle “cuando salga tu libro, El siglo de las luces quedará automáticamente situado en eso que yo te dije para tu escándalo, en el rincón de los trastos anacrónicos, de los brillantes ejercicios de estilo. Vos sos América, la tuya es la verdadera luz americana, su verdadero drama, y también su esperanza en la medida en que es capaz de haberte hecho lo que sos”. A los demás, hay que dedicarles el silencio.
(Columna publicada en Diario Uno)