Un viaje por un soliloquio dónde el arte es cura a una enfermedad llamada violencia. Mientras en Tierra Santa la guerra de recrudece y en Ucrania la guerra parece haberse normalizado, en Perú se acaba de publicar la traducción de una novela de una joven autora polaca que renueva el camino empedrado por autores como Foster Wallace, el camino del tren del pensamiento.
Longawa es polaca, y decir Polonia es hablar de un país que fue borrado literalmente del mapa dos veces. Nacida en Cracovia, una ciudad que se salvó de la destrucción durante la guerra total, muy diferente fue el caso de la martirizado Varsovia que fue destruida, masacrada. Varsovia puede ser la metáfora de un cuerpo triturado por la violencia. Pero también de la oportunidad de cómo el arte puede ser la redención frente a las secuelas de la violencia. El castillo y partes del casco histórico fueron reconstruidos gracias a los planos y sobre todo la obra del artista italiano Canaletto, un veneciano que retrató la ciudad en el s. XVIII.
Gracias a sus dibujos de gran precisión de los edificios, los arquitectos de la posguerra pudieron reconstruir Varsovia de las ruinas.
De igual manera Joanna propone el arte como sensibilidad que humaniza, dónde el arte es una repuesta a la locura de nuestro tiempo, pero una versión más íntima y personal. Una obra surgida de la pandemia, pero que encaja perfectamente como metáfora de las dos guerras post pandemia en que el mundo está atorado.
Su protagonista es una mujer que puede ser cualquier mujer, un ser que flota entre la contemplación artística y un tren de pensamiento que no se detiene. Encerrada en sí misma, este personaje femenino encierra un secreto: ser víctima de la violencia.
Como una especie de autista que se refugia en la pintura y la literatura, también se puede leer en clave de la soledad del hombre contemporáneo, encerrado en el eterno scroll del feed de su celular. E igual que este, sufre.
A caballo entre la crónica del pensamiento y un diario del sentimiento en que se reflejan las heridas, el dolor y el trauma de las secuelas de la violencia, la novela de Joanna recuerda a otro libro postmoderno de los ochentas, La novia de Wittgenstein, de David Markson, un libro extraño de una mujer atrapada en sus pensamientos que permanentemente reta al lector a tomar varios caminos de interpretación.
La trama de Las pruebas de la existencia no es otra cosa que la lucha de salir de ese hoyo del sufrimiento causado por la violencia a través de la experiencia artística como panacea de los males humanos. Más que una novela, un diario de superación y sanación personal en que muchos se encontrarán, en la interlinealidad de un texto abierto y postmoderno, en el buen sentido de la palabra.
Escrito como apuntes en polaco durante su estancia en Roma y traducido a un español correcto, limpio, con una prosa a lo Azorín, ofrece un lenguaje intimista y sencillo, sin pretensiones pequeño burguesas de intelectual con ínfulas de pontificar. Su intimismo también recuerda a cierta novela de José Camilo Cela.
Llama la atención cómo opera la mente cuando la protagonista lee las noticias, y reflexiona frente al bombardeo de un mundo que se muestra hostil y con malas intenciones, pues el personaje se pregunta por qué ve eso que la incomoda, una situación poco habitual entre los consumidores de noticias de guerra, enfermedad y odio que somos todos nosotros hoy, pero también ayer. Uno podría imaginarse a un lector polaco leyendo sobre la expansión de Alemania en 1938, de las purgas de Stalin en la URSS, y sería exactamente lo mismo que leer sobre los muertos en la Franja de Gaza o las novedades en el frente ucraniano, o las tensiones en torno a China y Taiwán. Nada ha cambiado y sin embargo el arte sigue ahí como trinchera de plata de la vida frente a la muerte.
Este tren de pensamiento en que se zambulle la protagonista narradora, imposibilitada de pintar por el trauma, y por extensión de vivir, queda sintetizada en una frase como esta: «mi cabeza se convierte en un gran supermercado». Que mejor manera para describir postmodernamente y desde la cultura del consumo ese proceso en el que opera la mente moderna. Ella sufre de manera intelectual y el arte mismo es ese otro personaje como cuando dice: «¿será posible retratar el machismo fotografiando viejas pinturas?»
El libro abre con un «Invoco al talento», el cual recuerda a los comienzos de los grandes poemas épicos de Homero y Virgilio: menin aedí thea peleiadeo aquilleus, o el andra moienepe musa politropon, incluso el Arma virumque cano. Todas estas invocaciones a la musa, la inspiración, pero Joanna invoca al talento, la forma masculina de esa inspiración, un acierto intuitivo muy astuto de esta audas viator.
Las pruebas de la existencia es un texto abierto con un final que también se puede entender como sanación final, liberación, y por qué no, un final feliz.