La noche del 24 de junio de 1946, Evaristo –un hombre ciertamente anodino para una gran ciudad como era Lima– acudió a las oficinas de radio Colonial, en jirón Camaná No. 372, para sugestionar el ánimo de los oyentes capitalinos leyendo un cuento sobre las brujas de Huaranguillo: “El sol se escondía en el ocaso, dejando en el cielo su luz como un lago de sangre, mientras las campanas de la iglesia, con la nostalgia de sus notas metálicas, anunciaban la llegada de la oración, que ponía término a la faena del día (…)” –comenzó.
Evaristo frisaba los 44 años y atesoraba en su memoria la antigua tradición arequipeña. No sólo nació en la Ciudad Blanca, probablemente en 1902, donde pasó su niñez junto a sus padres: Julio L. Portugal y Viviana Salinas, hasta los 21 años en que se casó con Victoria Cárdenas. Evaristo Lancho, como lo bautizaron, no sólo tenía condiciones de buen escritor, sino de orador. Entonces, ya radicado en Lima, no imaginó que en la capital haría patria hasta sus últimos días, un 20 de octubre de 1978, que falleció a las 7:30 de la noche en la calle Junín No. 349.
“– ¿Qué cosa es Huaranguillo? /– ¡Ah! ¿qué no sabes? Es un lugar tan mentado desde nuestros tatarabuelos. Allí viven las brujas más finas que ha creado el demonio para tormento de los hombres (…) dizque se transforman durante la noche en diversas clases de animales (…)” –continuó con su narración. En efecto, como ha descrito posteriormente Carlos O. Zeballos (1973), aquellas mujeres se transformaban en paca – pacas o aves de mal agüero. ¡Las brujas son las damas de la noche! Esa creencia es tan antigua como el mito de que los viernes se reúnen cerca del estanque de Huacucharra (quebrada perteneciente a Socabaya) o de que provienen del cerro de Huasacache, donde luego de extrañas iluminaciones –según el relato de Evaristo L. Portugal– se reparten en diferentes direcciones: Socabaya, Yarabamba y una gran cantidad a Sachaca.
“(…) Cuando se encuentran con los transeúntes y éstos huyen atemorizados, les soplan por la espalda el daño; pero si estos tienen carácter más fuerte que las brujas, surge una lucha hasta dominarlas, y muchas veces les ocasionan la muerte, dejando sus cadáveres completamente desnudos (…) –relató con los ojos saltones. Parece que Evaristo –a través de su personaje: doña Paula (que les cuenta esta historia a sus peonas Juana, Inés y María)– ha vivido una de estas macabras historias. Probablemente en su juventud. Eso explicaría la nitidez y el realismo con que cierra su lectura: “– ¡Tengo miedo! Es muy tarde vámonos a descansar. /Se levantaron sobrecogidas de espanto, musitando entre dientes: “Ave-María Purísima, sin pecado concebida”. Que Dios nos ampare a todas”.
La tradición es tan antigua que, para oídos del cultor arequipeño Arturo García Salazar, sus raíces se encuentran en el cerro de Sachaca. Afirma que Sachaca y Huaranguillo, y los demás pueblos tradicionales como Tío, Arancota, eran la cuna, el lugar donde existían las famosas picanterías, una de las cosas que identificaban a una bruja, además de que se trataba de una mujer hermosa que tenía un huarango en su picantería –no sólo para hacer una ramada que dé sombra, sino que era la “pista de aterrizaje” de las brujas, quienes aprendieron a volar, pero no sabían aterrizar–. Aquellas, según sostiene, eran chascosas y se les enredaba el cabello en las espinas del huarango cuando aterrizaban.
Una tarde de octubre, mientras compartíamos un interesante conversatorio organizado por la Municipalidad de Sachaca en el colegio Víctor Núñez Valencia, Arturo contó que en las chicherías se comenzó a formar el mito de las brujas que se establecieron en Arequipa, vendiendo la chicha con elíxires especiales para conquistar a los hombres o embrujarlos. Sostiene, además, que la calle Independencia –también conocida como la calle de los Huarangos– era una zona de picanterías y cuando el viajero Paul Marcoy llegó, durante su visita en el siglo XIX, se rehusó a beber la chicha a raíz de las historias que se contaban. Por lo que una característica que resalta es la vinculación entre el cuento popular y las picanterías.
Las brujas también se bronqueaban entre ellas. Las de Huaranguillo contra las de Sachaca cuando volaban a los arenales para calentarse con los últimos resquicios de luz del sol o con la luna; entonces, celosas, se correteaban a pedradas.
Arturo ha escuchado de que las de Huaranguillo se convierten en chanchitas: “las pescan, las amarran y al día siguiente encuentran a una mujer calata”. Una de esas brujas, según advierte anecdóticamente, fue su abuela. “Mi abuelo se la pescó acá en Huaranguillo, se la llevó pensando que era una chanchita y había sido mi abuela, Hermelinda Begazo, la bruja de Huaranguillo, que tenía su picantería”. La historia se vuelve más interesante cuando cuenta que otra de sus abuelas, le decían: “¡Vieja bruja!”; y ella preguntaba molesta: “¿Por qué me decís bruja?”. “¡Por lo colorada!” –respondían.
Hermilio Valdizán.
Aquellos relatos hacen de las localidades, pagos o caseríos un espacio enigmático, donde no sólo confluye el paisaje natural y cultural, que en su momento ha detallado Evaristo, sino el sentido espiritual de sus habitantes con sus rezos, intenciones y creencias. Las llamadas “Brujas de Huaranguillo” son una tradición viva en Sachaca y permite identificar a una población especialmente mística. ¿Y existen? ¿De verdad existen en Arequipa? Pues para algunos cientificistas como Hermilio Valdizán y Ángel Maldonado (1922), sí. Ambos, basándose en los apuntes de Edmundo Escomel, dijeron que la brujas eran de edad madura, el ceño fruncido, de mirada penetrante, atrevida, abusiva, aguilánica con la gente que hacen su presa, y que, en efecto, su gabinete estaba instalado en las chicherías o picanterías.
Pedro José Rada y Gamio (1950) también registró algunas de estas anécdotas como la creencia de que las “brujas malditas” se convertían en gallinas, lechuzas o aves siniestras, que posaban en tejados, molles o en las cuevas de los cerros, con preferencia en Huaranguillo y Huacucharra. Mientras que Víctor Andrés Belaúnde (1967) sostiene que aquellas abundaban en las acequias del acantilado de Chilina. Estas historias son tan interesantes que hasta el mismo Francisco Mostajo detalló algunas descripciones místicas. A propósito, en un apunte de los años 50, en Perú Indígena, se mencionó que aquellas desprenden sus cabezas del cuerpo y vuelan los martes y viernes. ¿Cómo es posible? Frotando el cuello con una vela de sebo.
Quizás los muñecos atravesados con largas espinas de cactus o alfileres, las ollas con sapos, los almanaques de Bristol o el popular “daño” con que afectan a las personas, aún se ocultan en los suburbios más insospechados de nuestra ciudad y sus principales distritos que están experimentando profundos cambios urbanísticos y socioculturales. Arequipa, entre los siglos XIX y XX, parece haber sido cuna de la brujería peruana, como son considerados los departamentos de Loreto y Amazonas, así se desprende de un boletín del Ministerio de Fomento de 1917. Por supuesto, brujas hay en todas partes, pero ninguna como las de Huaranguillo.