Aunque muchos no quieran, la revolución feminista está en marcha: es un dato fundamental de nuestra época. Cuando digo revolución feminista quiero decir revolución anticapitalista. Si llamas madre tierra a lo que te rodea y llamas mundo o planeta, entonces el feminicidio capitalista es aún más aterrador y preciso. Hay un unidad inescapable, indivisible, mujer-madre-tierra.
Maltratada,
explotada, abusada, violada, asesinada, incendiada, hecha pedazos. Y es
literal.
Nos creemos superiores a otras culturas que consideramos ‘atrasadas’ pero somos tan ridículos como cualquier otra cultura sacralizando y respetando automatismos y estructuras destructivas. Me gusta ver en esa línea a Las hijas de Nantu ya que el tema no es otro que las mujeres puestas al borde del abismo por una cultura patriarcal. Y su lucha iluminada o confusa por salirse de ese lugar.
Se describe un aparente callejón sin salida. La pasividad melodramática de los testimonios choca, ya que fija (¿o esa era la intención?) a las mujeres en el papel de víctimas; la redundancia de muecas sufrientes consigue que uno sienta (a pesar suyo) que es el mismo testimonio repetido aunque sean mujeres claramente distintas. La hijas de Nantu es por eso, tristemente, una oportunidad perdida.
Noto un
contraste muy fuerte entre las historias de las mujeres que intentaron
suicidarse y las dos mujeres, una aún joven y la otra aún niña, que entonan
cantos mágicos. Me pregunto por el poder de esos cantos. Que emocionan al
instante. Que atraviesan capas de tu ser sin que sepas cómo. Que son puro arte.
Que son catárticos, sanadores. Creo que en esos cantos reside una clave constructiva,
desgraciadamente no usada en la película. La película no se interna ni en los
testimonios ni en los cantos. La voz del director no se ha dejado inundar o
poseer por estas voces. Que pretende servir. No las explora. Casi pasa un drone
sobre ellas.
Cómo restituir la dignidad de esas mujeres. La pregunta es tan particular como universal. Busco el punto de unión entre las confesiones – denuncias y los cantos. La película se disuelve sin remedio en mi recuerdo por sencillamente torpe. Quedan, en cambio, en mí, con su misterio, esos cantos. El gran aporte de esta cultura es la voz femenina, de la madre, la mujer, la tierra mujer madre, como ese amor —en lenguaje feminista sería la ética de los cuidados— que tanta falta hace en este triste y estúpido mundo machista camino de la destrucción.