I. Retrato del artista
Quintanilla es, desde lejos, un anciano pequeño y regordete, a simple vista, un ser inofensivo. Como todo animal hábil en estrategias de supervivencia, todo esto es solo una fachada, un mero embuste. En la cercanía cambia todo pues su espíritu es muy antiguo, pero, también, infantil como expresan los diablillos que lanzan centellas en sus ojos ante una frase inteligente, una mujer bonita o cualquier travesura que le haga gracia … Mas sabe el diablo por viejo, dicen, pero este diablo viejo sabe por una idéntica partida doble.
En su imaginario cabe no solo la fantasía por la que es tan conocido sino, también, el terror muy bien matizado por el humor y una paleta que dota a su mundo de pesadillas de un atractivo y una familiaridad insólita para todo aquel que no haya crecido oyendo historias de fantasmas ni curioseando en las soledades, en la noche rural (con sus misterios y leyendas) y en el mundo esencial de los colores.
Mas no solo las artes plásticas ocupan la mente creativa de nuestro autor sino que anda perennemente inspirado en la búsqueda de una identidad para un país cuya capital no deja de desconcertarlo luego de casi setenta años de haber arribado por primera vez a la tres veces coronada.
Por ello, su personaje es tan atrayente dado que como escribí hace varios años, exuda «mística y revolución -o, por lo menos, insurgencia-, fantasía y anhelos de gloria, crítica histórica y actualidad política, chacota y cosmopolitismo, indignación y simpatía, humor y amor a la patria».
En este sentido, resaltando una línea de ira que se esclarecerá en el epílogo del presente texto, hay en Quintanilla una suerte de ira santa, reinvindicacionista de su andinismo a tope y de una crítica al Perú que estriba más en despreciar lo que se ha consentido en ser que en lamentar todo lo que pudo ser o lo que debería haber sido.
Como una adecuada contraparte de su carácter, existe en él, también, la gran ternura y la veleidad típica de los más genuinos artistas y muchas otras listas de paradojas y contradicciones que cada persona que lo conoce puede enumerar con sus propias manos.
Es un cholo como debe ser, un serrano que no le teme a las palabras y que ni siquiera luego de más de medio siglo viviendo en Francia ha perdido su dejo cuzqueño y su habla quechua, pero también es un bon vivant aficionado al vino y los placeres occidentales y en ello no hay mayor contradicción que la mera apariencia.
Desde lo identitario es el prototipo del cholo orgulloso que no se deja pisar el poncho y es o debería ser emblema de una nueva forma de ser peruano porque es, realmente, una clase de cholo muy distinto al propalado por ciertas formas acomplejadas y victimizantes, es decir, uno que nunca se ha dejado vencer ni dominar y, por ello, podría servir de referencia a toda la gente puesto que nada en su ternura, su gracia y su picardía soslayan esa bullente energía iracunda que parece ponerlo en disposición de lanzarse sobre cualquiera que lo ofendiese de cualquier forma (una conducta muy distante, en general, de la del peruano promedio salvo que estén en grupo y allí si son capaces de las mayores crueldades).
Tal es así que hace años escribí que, en mi primera visita a su casa, tuve la impresión de hallarle un cierto parecido a Norman Mailer, aunque con una gracia adicional ausente en el intenso admirador de Hemingway, autor de la apreciable novela Los Tipos Duros No Bailan. Además, su energía me pareció medio punk a falta de una mejor definición. Y todo esto, como descubrí luego, tenía muchos asideros en la realidad puesto que su carácter belicoso es ampliamente conocido y esa actitud confrontacional (punk) lo ha llevado a impasses diversos en el curso de su vida aunque siempre ha estado bien dispuesto a decir con claridad lo que piensa sin que le importe si con eso ofende o no a la «gente».
Suele conversar con singular sabiduría de historia incaica y contemporánea, poesía, política, artes plásticas, picardías y asuntos de costumbres, aunque todo esto no se muestre a primera vista en su propuesta casi siempre onírica y pesadillesca aunque amable, obra multidiversa que cubre casi todas las expresiones de las artes plásticas (pintura, grabado, escultura, dibujo, etc.) en cuyo sustrato radica una interpretación muy personal del Perú, acaso la más esencial posible a través de los mitos y leyendas (culturalmente existentes o artísticamente inventados) que integran su catálogo privado.
A estas alturas hacer un elogio pormenorizado de su obra es algo sobrante. Basta decir que es uno de los cinco pintores peruanos más importantes vivos en este momento .
II. La muestra
El 13 de septiembre fue inaugurada la exposición Los Caminos de la Vida en la galería Pancho Fierro de la Municipalidad Metropolitana de Lima (Pasaje Santa Rosa 114) y se exhibirá hasta el 01 de Octubre de este año, muestra brevísima y acelerada.
Hasta aquí, sin embargo, está todo bien con que exponga donde sea que tenga oportunidad, pero hubo varios fallos importantes en la propia gestión del evento que deben ser mencionados. Por ejemplo, no hubo una distribución adecuada de la nota de prensa que no llegó nunca a medios culturales importantes (ni siquiera la tenía el autor ni ningún involucrado directo).
Además, no se propició una publicidad acorde con la magnitud del artista ni videos promocionales con anticipación.
Tampoco se procuró una convocatoria mayor y todo ello redundó en el exiguo público que estuvo presente en la inauguración, que para mayor agravio fue hecha al mediodía, según refirió el propio Quintanilla por motivos del tráfico y por hallar problemas mayores respecto de los estacionamientos para los incidentales visitantes que nunca llegaron. ¿No será acaso un motivo mucho más real que las jornadas laborales ordinarias terminan al borde de las 5 pm, en tanto que toda gran exposición debe hacerse en la noche y que para ello no había sido dispuesta ninguna clase de previsión de parte de la Municipalidad Metropolitana de Lima, etc.?
Además, la sala Pancho Fierro no es el recinto más adecuado para la exposición respecto de todo el conjunto de inmuebles a disposición de la Municipalidad… ¿Acaso el Museo Metropolitano de Lima solo sirve para que en él se realicen recitales?
En realidad, a estas alturas, un autor como Quintanilla (quien tiene 91 años, aprox.) solo debería exponer grandiosamente en las salas más importantes del país como, por ejemplo, el Museo de la Nación, pero como nada tiene ningún orden en el Perú contemporáneo (en realidad, nunca, en ningún momento), un viejo artista de primer orden no recibe las atenciones del caso a tal punto que ni siquiera el alcalde fue a la inauguración (cuando debería haberle ofrecido los máximos honores, etc.) y todo queda como si no hubiera pasado nada y eso no puede ser.
III. La curaduría
Christian Reynoso ha tenido a cargo la curaduría y ha intentado ser disruptivo desde la propia denominación en español y no en quechua como ha sido la tendencia del autor, al menos, en los últimos años.
Así, Los Caminos de la Vida podría haberse titulado Kawsaypa Ñaninkuna, admirable y sonora expresión desestimada con eminente descuido.
Este detalle es importante porque implica una suerte de resignación ante un entorno capitalino con el que el maestro ha sido (casi siempre) renuente a admitir como una realidad que lo vence y lo somete, es decir, siguiendo siempre el admirable dictum de Satanás (según la impactante imaginación de John Milton en El Paraíso Perdido): «valor de no ceder ni someterse nunca:/ ¿significa algo más no ser vencido?»
Según esta línea de interpretación la renuncia al uso del quechua es un gesto complaciente (acaso innecesario) con Lima a través de su Municipalidad Metropolitana y una forma de pérdida de la identidad del autor que quizás haya buscado acercarlo más a la gente, pero a un costo realmente indeseable.
Esto no quiere decir que uno avale la ideología de Quintanilla que siempre rechaza lo hispano sin aceptar que luego de 500 años deberíamos admitir ambos bandos de la mezcla que se produjo en el curso entero del tiempo transcurrido desde la captura del último soberano inca absoluto y ensalzar, en cambio, al mestizo que, como él mismo, ha sabido hacerse un espacio particular pese a todos los elementos adversos a los que uno debe imponerse en este país, pero si quiere decir que, pese a todo, su defensa del mundo quechua le corresponde como cuzqueño que es y, en eso, no caben mayores disquisiciones.
Luego, respecto de la disposición de las obras en exhibición puede decirse que todo es apreciable de modo misceláneo salvo por el muro frontal que topa la vista de todo visitante, cuyo desnudamiento pictórico no resulta atrayente puesto que resta al mundo de Quintanilla del elemento primordial que lo libra de ser un festejante entregado a los infiernos, es decir el color. Sin embargo, en estas imágenes en blanco y negro resaltan las expresiones jocosas de sus monstruos y eso es útil en la medida que se va cubriendo de color todo el resto de la sala y en la medida que ya se está familiarizado con la obra del autor en cuestión, mas no es la primera impresión que debería llevarse el espectador neófito.
Los cuadros en color, en todo caso, han sido decepcionantes en la medida que Quintanilla tiene otros mucho más resaltantes y acaso el propósito singularizador de la curadoría ha llevado a la elección del material expuesto que pese a provenir del mismo autor no le hace justicia a su propia nombradía.
Finalmente, las esculturas y las manualidades exhibidas se llevan el primer orden plausible en la exposición puesto que resaltan a tal punto que si todo lo demás hubiera sido puesto por mero ornamento casi podría haberse justificado dicho suceso. El problema, sin embargo, es que muchas de estas brillantes esculturas estaban demasiado esquinadas (en lugar de hallarse en posiciones centrales) lo que impedía que sean admiradas por todos los lados posibles (fallo considerable).
IV. Prensa
No es posible que un autor como Quintanilla sea huérfano de unos gestores de prensa adecuados a su trayectoria.
Si su casa para llena de esnobs y hueleguisos que le sacan provecho en cada momento o que se mantienen como rémoras a los costados del viejo para mostrarse como amigos y gente cercana ante los demás, por lo menos, deberían proporcionarle mayores entradas en los medios culturales y movilizarlo hasta los lugares que corresponden para que sea entrevistado y tantas otras formas más que contribuirían a un muy necesario acercamiento entre el artista y el público.
V. Epílogo.
En Rise de Public Image Limited, John Lydon canta que la ira es una energía.
La ira, sí, pero no como un mero arrebato sino como una genuina expresión rebelde que, en el caso del presente texto y el del propio Quintanilla, se expande y exalta ante todo lo que está fuera de lugar en el mundo, como es el caso entero de Perú, que nunca ensalza no enaltece lo que debe ser enaltecido y que (agregado personal con el que Quintanilla nada tiene que ver) al desdeñar su doble pasado imperial jamás propuso ni tuvo la ambición de reconstituir un proyecto hegemónico que restituyese su condición tradicional y natural en este lado del mundo.
Rise sería un muy adecuado soundtrack para este artista múltiple («Your time has come your second skin») y siempre que lo tengo a la mano pienso en ello y, también, en una banda como Uchpa (acaso más chanca que inca) y aunque ciertamente no llega, ahora, a la dimensión épica del sonido de aquella indómita agrupación y pese a que el viejo se ha endulzado siempre como el fino artista que es si se identifican en torno a ser unos hermosos cholos salvajes en la intensidad y altamente civilizados en lo moral como debe ser.
Considero que la gente debería amar y conocer a Alberto Quintanilla puesto que aún tiene mucho que ofrecer a todos aquellos que estén hartos del actual estado situacional de la nación imposible que, por el momento, somos y eso no solo se sustenta en su obra plástica sino, también, en el discurso cotidiano que ensaya una y otra vez cada vez que tiene oportunidad, en público y en privado, casi como un mantra.
Que no sea amado y admirado por toda la población indica una vez más lo inmensamente lejos que estamos de ser un país realmente bien constituido como nación.