Literatura

La vocación del pequeño corrector

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Nunca le es fácil dar explicaciones sobre su trabajo, cuando se le pregunta, a un corrector de libros para la enseñanza superior. Y menos a uno de las «ligas menores». «¿Te lees todos esos libros? ¿Cuántos lees con atención y cuántos “a la volada”? ¡Con tanto que lees debes saber mucho! ¡Pero si solo pones tildes, comas y puntos!»… Palabras más palabras menos. Es cierto que se lee mucho, pero necesariamente no se sabe mucho. La poca seriedad  de algunos grupos que se dedican a las publicaciones, para valorar la corrección (o correcciones) de unos originales, dinamita los tiempos y la rigurosidad que exige esta casi azarosa labor.


Las pequeñas «editoriales» y los «fondos editoriales» de instituciones educativas superiores, de dudosa calidad académica, tienen como norte único el orden mercantil-lucrativo. Tienen correctores por la simple formalidad, por el hecho de poder decirles a lo demás y a sí mismos: «Mis libros se revisan antes de publicarse». Nunca entregan el material con la debida anticipación, exigen celeridad y no les preocupa pasar el material por, al menos, una segunda corrección. Previamente, en la mayoría de los casos, los originales que se le entregan al corrector no han sido objeto del control académico de un especialista en la materia; entonces, el corrector muchas veces, y erróneamente, tiene el atrevimiento de fungir ese papel: y es un contador gubernamental, un abogado laboralista, un psicólogo organizacional, un administrador turístico; y valida contenidos que luego de revisión ortotipográfica (que no de estilo, la que jamás llega a realizar) pasan a la imprenta.

Los correctores de las «ligas mayores» (los de los fondos editoriales serios y de prestigio, que tampoco llegan plenamente a hacer revisión de estilo) acusan a estos correctores de profesionales limitados que, por ende, desprestigian la profesión de corrector. Pero una con otra: se llega a reconocer que los malos correctores son producto de «malos editores y pésimas empresas editoriales» .

Hay malos correctores, sí. Es un hecho ineludible. Pero son más las malas editoriales, porque son capaces de condenar a un joven corrector, con aspiraciones y capacidad, a amoldarse y aceptar las reglas del negocio: producir lo más que se pueda para facturar. Pero todo tiene límites o debe tenerlos. Cuando se es joven y se empieza se puede «hacer de tripas corazón» y aceptarlo todo o casi todo; y con ello aprender y aprehender, curtirse lo más que se pueda y nunca dejar de prepararse y de estar preparado para cosas mejores. Siempre sugiramos, así no seamos oídos o leídos (es bueno siempre dejar una constancia escrita de nuestras ideas y recomendaciones). Nunca dejemos de hacerlo. Pero aspiremos a más; si pasado un buen tiempo no mejoran las cosas, dejémoslo y busquemos personas más serias que nos paguen lo que merezcamos porque saben de lo serio de nuestra labor, personas que no atenten contra el tiempo que requiere lo riguroso de la corrección, personas que nos entreguen los originales con la debida anticipación que hasta podamos darle hasta tres revisiones antes de mandarlos a imprenta. La gente seria, además de trabajar con más de un corrector, trabaja para un equipo.

Yo he sido testigo de los despilfarros que se hacen en cosas menores en mi trabajo antes que pensar en contratar y pagar bien, al menos, a dos correctores de apoyo. He sufrido el trabajar más de las horas que me corresponden legalmente y no ser pagado de más por ello. He llevado trabajo a mi casa sacrificando mis fines de semana, mi vida social o algún otro proyecto académico de interés. No elegí ser corrector de textos por vocación; es más creo difícil que muchas de las profesiones que ahora se estudian sean en realidad por vocación. O la vocación nunca la llegas a conocer o la ganas en el camino. Soy lingüista de profesión, la corrección me apareció en el camino como medio para comenzar y poder solventar algunos gastos personales menores y los posibles estudios de posgrado para la especialización en Psicolingüistica o Socilolingüistica. Pero sí me creo capaz en lo que hago ahora, no soy el mismo que comenzó en esto hace cuatro años, sé más de lo que jamás pensé saber solo por mi simple «buena ortografía». Logré pequeñas conquistas en mi trabajo, pero creo que ahí alcancé mi techo, y estoy seguro que mayores conquistas para mi área no obtendré. Y por conseguirlas quizá llega el momento de partir. Si me ofrecieran más por enseñar en una escuelita o investigar el espectro tonal de alguna lengua amazónica, de hecho que aceptaría. ¿No tengo vocación para la corrección por ello? Sí la tengo, pero mi vocación no está en sacrificar mejores oportunidades salariales por «amor al arte»; mi vocación está en que me he convencido de que no podré poner mayor pasión en esas labores como lo hacía, y aún lo hago, como corrector de textos. La vocación, si bien la descubres en el camino, te gana una sola vez.

No seamos parte mucho tiempo de la errada sistemática de las «pseudoeditoriales», no desvaloricemos la profesión. Ya dije, sugiramos. Llegado el tiempo, a partir de pequeñas conquistas, logaremos la mayores, las que reivindiquen nuestra vocación, sea como corrector o enseñando o estudiando el tono de una lengua amazónica… Eso sí, con ya cierto tiempo corrigiendo (más de dos años) hay que haber ganado la vocación, sino eres ese mal profesional del que hablan los correctores de las «ligas mayores». Punto final.

Frank Zavaleta Tejedo
Lingüista y corrector

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