Por: Raúl Villavicencio H.
Anteayer el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique estuvo de cumpleaños y seguramente lo habrá pasado entre Francia, Italia o las siempre resucitadoras aguas de La Punta, esas que en algún momento (esperemos muy lejano) se convertirán en el lugar elegido para que sus cenizas se pierdan entre la bruma marítima y los arrullos de un oleaje hipnotizador.
Seguramente el octogenario escritor habrá recibido su onomástico con una copa de coñac o brandy en una mano, mientras divisaba a lo lejos, como recordando tiempos pasados, aquellos lugares, amores y amistades de su juventud. O tal vez lo efímero y cansino que se ha convertido esa etapa de su vida donde poco le interesa hablar de literatura peruana. O sencillamente imaginando capítulos enteros de algún libro inexistente, con personajes extraordinarios, exageradamente melancólicos y extraviados, pero llenos de una personalidad que solo él es capaz de impregnarles.
Amado y odiado en partes disímiles, el autor de Un mundo para Julius bien puede ahora sentirse un extraño en su propio país, aquel pedazo de tierra desigual que le permitiera ser fuente de sus magníficos libros, pero que el paso del tiempo se ha encargado de llevárselo de un sutil, gris y triste plumazo.
Tal vez se atreva a recorrer esas viejas calles limeñas como hace poco lo hiciera Mario Vargas Llosa en distintos puntos de la ciudad, contrastando ese antes y después que siempre resultará inevitable experimentar. Y es que su vida, amoríos, y pasión por las bebidas espirituosas son una invitación a retomar nuevamente esa vieja costumbre de sentarse a escribir en la soledad de una habitación o frente al solaz refugio de algún yate en el medio del mar. Eso quisieran muchos que lo haga una vez más para placer de sus seguidores, aunque ya él indicara hace unos años su retiro definitivo.
Resulta paradójico que siempre aparezca rodeado de cientos de libros en las últimas entrevistas que se le ha realizado, pero que poco o nada le interese sumar uno más de su inventiva a su librería personal. Claro, no se considera su última recopilación de cartas con su amigo François Mujica porque eso fue una sugerencia de su editor. Mientras tanto más abriles continuarán pasando, preguntándonos si finalmente dejaremos de esperarlo un año más.
Columna publicada en el Diario Uno.