Por Tino Santander
El ómnibus iba lleno, abrumados por el calor; los saltos bruscos cada dos cuadras por los rompemuelles, los gritos desaforados del cobrador llamando pasajeros, la música a todo volumen. Era un día más en el tráfico infernal limeño. El chofer parecía indiferente al sol, ataviado con un sombrero de beisbol con la bandera venezolana, escuchaba la hermosa salsa “la vida es un carnaval”. La señora que estaba sentada a mí lado tarareaba las letras: “Todo aquel que piense que está solo y que está mal. Tiene que saber que no es así. Que en la vida no hay nadie solo, siempre hay alguien”. Cantaba feliz. Trataba de no prestarle atención y pensar solo en la revolución social.
“Ay, no hay que llorar. Que la vida es un carnaval. Y es más bello vivir cantando. Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar. Que la vida es un carnaval. Y las penas se van cantando”. Sentía que éramos felices y que nos importaba un carajo, que millones de peruanos no tengan agua, ni desagüe, que el ómnibus en el que viajamos no tenga aire acondicionado y que los asientos estén viejos y sucios. Nada importa, ¡La vida es un carnaval! Al diablo la insurgencia democrática y la revolución social.
El son alegre de Celia Cruz, no me ayudaba a pensar, sentía que las ideas iban y venían: en el Perú la ética de la pendejada es aceptada por la inmensa mayoría; tenemos que impulsar un pacto político para que la gran minería financie la agricultura y la educación; las tribus peruanas tienen un pacto implícito que hacen que el sistema funcione; los bancos captan el dinero del crimen organizado, pero, también están a la vanguardia de los aplicativos digitales que nos facilitan la vida y a la vez nos esclavizan. “Que la vida es un carnaval. Y las penas se van cantando. Es para reír. Para gozar. Para disfrutar. Hay que vivir cantando”. La rumba sigue y el monopolio farmacéutico del Interbank, no vende genéricos en sus farmacias con la complicidad corrupta del gobierno, el parlamento, y las centrales sindicales con su silencio infame.
En el asiento del fondo, un hombre mayor tenía puesto un chullo de lana en pleno calor. Lo observaba con ojos de antropólogo, venían a mi mente la estética peruana que combina la belleza, lo trágico, lo grotesco, lo cómico e incluso lo sublime. Es una armonía de valores, intereses, colores, sonidos, y gustos multivariados increíble. Un puneño y un piurano tiene como norma la pendejada a ritmos y sonidos diferentes; son parte de la diversa comunidad imaginada peruana; tienen en común la bandera, pero, no tienen los mismos héroes. En Puno, admiran a Tupac Amaru; en Piura a Miguel Grau; los une el ceviche, en Puno hacen un ceviche de Trucha delicioso; el ceviche piurano de Caballa es extraordinario. Ninguno de ellos quiere la Republica oligopólica de los bancos, ni el monopolio farmacéutico, ni la democracia de la clase política podrida, menos el retorno al incario. Celia, no para, sigue rumbeando.
“Para aquellos que se quejan tanto (Wua). Para aquellos que solo critican (Wua). Para aquellos que usan las armas (Wua). Para aquellos que nos contaminan (Wua). Para aquellos que hacen la guerra (Wua). Para aquellos que viven pecando (Wua). Para aquellos que nos maltratan (Wua). Para aquellos que nos contagian (Wua). La señora, que estaba a mi lado me miró fijamente a los ojos y me dijo: ¿no es bella mi negra? Sí. Le respondí tímidamente. El revolucionario que anida en mi alma no comprendía todavía que ¡la vida es un carnaval y hay que vivir luchando y bailando!