La buena educación y las buenas costumbres, serán los verdaderos instrumentos sociales que podrán sacar a nuestro país de la insuficiencia moral, institucional y educacional. En ese sentido, la frase de Gustave Flaubert que da título a este artículo, es realmente fulgurante.
Dice el dicho que “la educación empieza por casa”. Sin duda, esta premisa es más razonable que algunos viejos clichés.
De qué sirve en una sociedad ver a tantos “profesionales”, si estos tienen mala educación y carecen de cultura. Desafortunadamente, mediante estereotipos se propaló esa narrativa malhechora que asegura que aquellos “instruidos” son excelsos.
Vivimos en una feroz oclocracia que se ha asociado a la “cultura combi”.
De eso se trata: —Joder al otro, para sobrevivir—Primero soy yo y el resto que se joda—.
Actualmente, vemos a motociclistas invadir aceras, ir contra el tráfico y pegarse a los autos, antes que cambie la luz del semáforo. Peatones que asedian a los vehículos que circulan a velocidad. Señoras que en el mercado no respetan la fila y exigen que se les atienda. Gente que arroja desperdicios en las calles. Amos que dejan las excretas de sus mascotas en la calzada. Ciclistas que circulan a toda velocidad por la acera. Comensales que irrumpen en restoranes, e invaden mesas que estaban reservadas.
No hay educación, ni solidaridad y mucho menos empatía. Es triste reconocerlo, pero nuestro territorio no está educado… en todos los lugares, sin excepción.
Exigimos demasiado al Estado, y claro que podría enmendarlo, mediante campañas educativas y culturales, con currículas en educación cívica y filosofía, para incentivar valores y cualidades, para promover a buenos ciudadanos; sin embargo, el Estado nos abandonó y ya no nos tutela. Entonces, hay que empezar por casa, para erradicar a mucho ignorante que no respeta, que no construye patria y no edifica… es necesario exterminar a esa manada de “animales” que apenas existen para reproducirse, e iniciar emprendimientos para llegar a tener capacidad adquisitiva y crematística, únicamente para consumir y consumir. Solo eso tienen en su cerebro, que evita que aporten algo más generoso y altruista en la sociedad que habitan.
No obstante, aquello se puede remediar, como dijo: Karl Menninger: “Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”.