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«PACHACAMAC REPINTADO» LA ÚLTIMA MUESTRA DE RICARDO WIESSE

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Amigos de todos lados, parientes cercanos y lejanos, Bryce rodeado de un ramo de mujeres, y Fortunata Barrios, la autora dela saga erótica de Romina recibiendo con una sonrisa a todos los que llegábamos a contemplar el trabajo de toda la vida de Ricardo Wiesse. Así fue el jueves pasado en la inauguración de Pachacamac Repintado.

El paisaje es un silencio con forma. Es lo que sentí cuando vi la nueva  exposición  de Ricardo Wiesse en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega, que en realidad es una antología que recopila los 17 años de trabajo de Ricardo en Pachacamac. Las muestras pictóricas manifiestan una fuerza delicada en cada trazo soleado de las ruinas de un templo sui generis del arte inca y que a la vez esta a la vuelta de la esquina.

Más que desear reflejar la realidad hay un propósito en la mano del artista por recrearla  en una plasmación de un eco más profundo que su antigüedad, y que sin embargo yace soleada, un misterio como diría Chesterton a la luz del día. Lejos de cualquier catalogación de estampa  turística decimonónica,  los cuadros de Ricardo son la mimetización del desierto con los templos. Una unión armoniosa (tan deseada por los arquitectos modernos) del paisaje con la arquitectura, más que una realidad tangible Ricardo pretende meternos dentro de un sueño viejo, rugoso pero a la vez húmedo, con ese cielo cristalino de un celeste que se funde en blanco a ratos. Los paisajes de Pachacamac con su amarillo ardiente no queman, son suaves y hay una acuosidad que aunque este lejano el mar invita a memorarla. Siento con los ojos palpar el mar en la cima de esos cielos tan castos.

Lo que ha pintado Ricardo con gran acierto no es un retrato de un lugar, ni siquiera de un sueño, es sino un recuerdo. Oro líquido. El cuadro más impresionante sin duda para mí ha sido el de Yacchayhuasi, una ventana inca cegada por rocas. Una ventana geométricamente perfecta. Una ventana que solo da a oscuridad, visto desde dentro de otra obscuridad con rocas tapándola desordenadamente, como si nuestros ojos estuvieran vetados de ver ahí donde echo el vistazo el primer habitante litúrgico de ese templo pagano de añejos dioses fuera de circulación.

Sin embargo, todo aquello que he visto muere en ojos de otro, como las gotas de pisco que se marchitan al caer de los labios al parquet de la galería. Solo un detalle, jamás encontré el rojo en sus pinturas. Vi granate y otras tonalidades, pero rojo a secas, brillante y forzudo no hubo.

La muestra se expone hasta el 30 de junio; con la curaduría de Gredna Landolt.

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