Opinión

La trampa del adelanto de elecciones y la izquierda de Cerrón que Keiko y Acuña quieren

No perdamos de vista las movidas del entorno de Boluarte y su “tridente de la corrupción” que la mantiene en el poder. Fujimori, Acuña y Cerrón saben que los días de su títere están contados por lo que harán todo lo posible para exprimirla y poder competir el 2026 con plata como cancha y limpios de procesos.

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Por Jorge Paredes Terry

El llamado «adelanto de elecciones» que promueve Dina Boluarte no es una salida democrática, sino una cortina de humo para alargar su agonía en el poder. Su gobierno ilegítimo, sostenido por el tridente corrupto de Keiko Fujimori, César Acuña y Vladimir Cerrón y los lobbies empresariales, busca ganar tiempo mientras la ciudadanía exige su renuncia. Pero el verdadero juego está en lo que viene después: estos mismos operadores ya se preparan para el 2026, usando a Boluarte como escudo mientras limpian sus fichas y acumulan recursos. Fujimori necesita que el Congreso siga bajo su control para blindar su impunidad, los empresarios requieren más tiempo para asegurar sus privilegios fiscales, y Cerrón, lejos de ser una alternativa, es el títere útil que la derecha necesita para desprestigiar cualquier proyecto progresista. Su estrategia es clara: presentar una «izquierda» desacreditada, domesticada y corrupta como la de Cerrón para que, ante el rechazo popular, el establishment pueda seguir gobernando sin oposición real. Mientras Boluarte distrae con el cuento del adelanto electoral, sus amos ya reparten los escaños, los presupuestos y las candidaturas del próximo circo electoral. El pueblo no debe caer en esta trampa: la verdadera salida no es un simple cambio de fecha, sino una Asamblea Constituyente que barra a esta clase política corrupta y reconstruya la democracia desde sus cimientos. El tiempo de los mismos de siempre se acaba, pero no se irán sin intentar, una vez más, engañar al Perú.

El adelanto de elecciones, presentada como una concesión democrática ante la presión social, no es más que una maniobra dilatoria diseñada para aliviar temporalmente la presión ciudadana mientras se perpetúan los mismos mecanismos de dominación que han mantenido al país sumido en la inestabilidad y la desigualdad. Boluarte, una presidenta sin legitimidad de origen ni de ejercicio, cuyo único sostén son los intereses del fujimorismo, el acuñismo, el cerronismo, las fuerzas represivas y los grupos económicos que ven en su gobierno un dique de contención contra cualquier cambio estructural, apuesta a que la promesa de elecciones anticipadas funcione como un sedante político. Pero la realidad es que, sin reformas profundas, sin una reconfiguración del sistema de partidos y sin una verdadera democratización del poder, este adelanto no será más que un cambio de actores dentro del mismo teatro de la democracia fallida que el Perú arrastra desde hace años.

Detrás de este simulacro, sin embargo, se esconde un juego aún más perverso: la rearticulación de una seudo izquierda funcional y domesticada totalmente por el establishment, encarnada en figuras como Vladimir Cerrón, quien convivío con los más ruin de nuestra clase política los últimos años, para este seudo líder transformar el país es lo último que le interesa, lo que busca es asegurarse un lugar en la repartija del poder. Cerrón, condenado por corrupción, absuelto de forma sospechosa de uno de sus tantos casos, operando desde las sombras como un actor clave en la política nacional, representa justamente el tipo de «oposición» que el sistema está dispuesto a tolerar: una izquierda desprestigiada, subordinada y que se prestó para consolidar el poder de un fujimorimo ruin y de un acuñismo dispuesto a defender sus privilegios por encima de todos. Su posible postulación en un eventual escenario electoral no es más que la confirmación de que el régimen prefiere una oposición domesticada antes que un verdadero debate sobre el modelo económico y político que ha sumido al Perú en la precariedad institucional.

Esta dinámica no es nueva. La historia reciente del país está plagada de ejemplos en los que la clase política, ante el colapso de su propia credibilidad, recurre a “fórmulas mágicas” para lavar su imagen, sin tocar los núcleos duros del poder. El problema es que, en un contexto de descomposición partidaria como el actual, donde no existen organizaciones políticas sólidas ni programas claros, el nuevo proceso electoral solo profundizará el vacío de representación. Las encuestas ya muestran que la ciudadanía no cree en los partidos tradicionales, pero tampoco en las nuevas figuras que emergen desde la izquierda que la derecha quiere, más por oportunismo que por convicción. En este escenario, el riesgo no es solo la continuidad del mismo círculo vicioso de inestabilidad, sino que, ante la ausencia de alternativas creíbles, se abra paso un discurso autoritario de derecha que capitalice el hartazgo popular.

La verdadera salida a esta crisis no pasa por un simple cambio de fechas electorales, sino por una refundación democrática que incluya, al menos, tres elementos irrenunciables: una Asamblea Constituyente que permita enterrar la herencia autoritaria del fujimorismo aún presente en la Constitución de 1993, una reforma política integral que acabe con el financiamiento opaco de las campañas y la captura del Estado por intereses privados, y la construcción de una izquierda nacionalista que rompa de una vez por todas con el caudillismo y la improvisación para presentar un proyecto creíble de justicia social. Mientras tanto, lo que veremos será un simulacro en el que Dina Boluarte intentará comprar tiempo, Vladimir Cerrón y otros operadores políticos buscarán reposicionarse, y el pueblo seguirá esperando una oportunidad real de cambio. La calle, la movilización organizada y la unidad de las fuerzas democráticas serán claves para evitar que esta farsa se consolide. Porque en el Perú de hoy, la democracia no se reduce a votar cada cierto tiempo, sino a quién controla el poder entre elección y elección. Y hoy, como ayer, ese poder sigue en manos de los mismos de siempre.

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