Por Tino Santander Joo
La sombra de Pedro Castillo se proyecta en el movimiento popular de todo el país. No es una imagen tenue, como creen los inexpertos del gobierno y la clase política corrupta. Aunque preso, Pedro Castillo sigue representando la venganza, la ira y la esperanza de un gran sector del país. La venganza contra los políticos; contra los blancos descendientes de los españoles, quienes, según mitos y leyendas, se llevaron el oro de los incas y abusaron de los nativos; contra los Fujimori, que vendieron al Perú; contra los bancos que despojan a la gente de sus propiedades; y contra el Estado en todas sus instancias, visto como corrupto y coimero.
La reciente movilización nacional ha sido hegemonizada por los sectores castillistas que se insurreccionaron el año pasado: las mismas consignas, la misma estrategia de vanguardia marginal, impulsada por el lema de que “sin luchas no hay victorias”. La victoria, para ellos, es destituir a «Dina, asesina y usurpadora». Miles de personas en el sur marcharon y, en algunas regiones, bloquearon carreteras, olvidando que el paro estaba motivado por la corrupción y la delincuencia común. El oportunismo de algunos sectores de la izquierda fue rechazado violentamente, como ocurrió en Cusco, donde Verónica Mendoza fue expulsada y acusada de «golpista y aliada de Dina, la usurpadora».
Mientras la clase política y empresarial muestra las bondades del Perú a los miembros de la APEC, los sectores populares perciben ese mundo lleno de privilegios y oropeles como un espacio que solo beneficiará a los ricos. Sienten que son extranjeros en su propio país, que deben tomar lo que es suyo a la fuerza, que sus territorios han sido invadidos, y que el racismo se evidencia en el desprecio por sus diversas formas de pensar, sentir y actuar. Los distintos “Perús” que habitan este territorio llamado Perú, y que ellos llaman Tawantinsuyu, sienten que nada funciona en sus regiones ni en los gobiernos regionales, ni municipales, ya que la gran mayoría han sido capturados por el crimen organizado, a quienes muchas veces ven como aliados.
La clase política está tan ciega, sorda y corrupta que no percibe que la izquierda tradicional ya no representa a los sectores populares, que la derecha es solo una opción para los ricos, y que los nuevos partidos son más de lo mismo: aspirantes al robo y al latrocinio. Las elecciones son una farsa corrupta para que el fujimorismo económico —el modelo de los oligopolios y la corrupción— siga en el poder. La sombra de Pedro Castillo crecerá y hegemonizará la venganza, la ira y la esperanza. Millones de peruanos anhelan una transformación radical.
Frente a esto, no hay nada. Los partidos tradicionales están podridos y son despreciados por la inmensa mayoría, a pesar de las encuestas manipuladas que promocionan a los mismos de siempre. La burguesía como clase cuenta con Roque Benavides, pero él es solo un ricachón diletante, carente de espíritu para la lucha política. No tiene el espíritu de la burguesía revolucionaria, sino el del rentismo parasitario de la semifeudalidad peruana. No hay nada nuevo bajo el sol… salvo la sombra de Pedro Castillo, que pronto se convertirá en un espíritu violento que arrasará con la farsa electoral y con los corruptos que gobiernan.