Por: Raúl Villavicencio H.
Cuando se anime a ver la nueva película de Robert Eggers no espere que una catarata de sangre, vísceras, y gritos despavoridos aparezcan cada cinco minutos. El silencio será una constante así como la oscuridad, invitando al espectador a querer acercar un poco más la vista para poder ver lo que se le presenta por delante. Sin embargo, el esfuerzo será muchas veces en vano porque así lo quiso el cineasta.
Esta representación cinematográfica trata de emular una pesadilla sumamente vívida, ese mal sueño que todos desean despertar pero no pueden, sintiendo estar atrapados en una secuencia de imágenes poco comprensibles, llenas de bruma y no del todo nítidas. Donde las voces se escuchan provenientes de otra habitación, llamándonos incesantemente por nuestro nombre, y aunque sabemos que eso está mal no tenemos otra alternativa que seguir avanzando, porque así es nuestra curiosidad.
El gran demonio que aguarda dentro de esa historia cubierta de espesura, típica del mundo onírico, es aquel que extiende sus extremidades hasta descubrirnos estáticos, desarmados por el miedo de lo desconocido y por aquel ser que invade nuestra privacidad en medio de la noche. Nada se puede hacer ante un ente capaz de estar y no estar, de descubrirse en el preciso instante donde volteamos la mirada para ver quién es ese que nos eriza la piel.
El Nosferatu de Eggers es horrendo, imponente y putrefacto, justamente para ocasionar el efecto necesario para que una persona se quedé inmóvil ante lo que ve, petrificado y tembloroso de pavor, sin mayor respuesta que una agitada respiración y el dilatamiento de sus pupilas.
Es de rescatar que en pleno siglo 21, donde ya incontables películas de terror recurren al grito inmediato para impresionar al espectador, (este, por decirlo de alguna manera, se encuentre “entrenado” y ya no le causa sorpresa un nuevo largometraje de corte oscuro) Nosferatu nos devuelve esa sensación extraviada entre tanto CGI de que aún quedan rincones en nuestra mente por explorar, y es precisamente en el plano subconsciente donde los demonios se encuentran liberados de cualquier atadura.
El no muerto no ha llegado a entretenernos, así que esta película seguramente no será del agrado de la gran mayoría que solo quiere ir al cine a comer canchita, reírse e irse por donde vino.
Columna publicada en el Diario Uno.